El silencio de Norma Piña, la presidenta que prefiere que hablen sus sentencias
La máxima titular del poder judicial en México se repliega de los focos junto a su equipo más cercano para concentrarse en su trabajo y tomar distancia de los dardos de Andrés Manuel López Obrador
Dicen los que la conocen que es imposible conseguir ahora una entrevista con Norma Piña, no saben si se podrá dentro de un tiempo. Desde el 2 de enero en la Suprema Corte de Justicia de la Nación reina el silencio. Con el cambio de mandato, el péndulo ha cruzado al otro lado y la presidenta ha ordenado a su equipo replegarse y apagar los focos. Ante los dardos del presidente Andrés Manuel López Obrador, no hay comunicados ni tuits de respuesta. Tampoco hay reuniones privadas. Norma Piña ha vuelto a un antiguo dicho del gremio judicial: la Corte solo hablará a través de sus sentencias.
Norma Lucía Piña Hernández (Ciudad de México, 62 años), la mediana de tres hermanas, se formó como ellas para ser profesora en una escuela normalista y nada más terminar aquello empezó la carrera a la que ha dedicado su vida. En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se licenció en Derecho con un 9,6 de promedio y ahí mismo formó parte de una brillante generación de posgrado especializada en la rama constitucional. Era 1985 y en una pequeña clase con 30 veinteañeros estaban cuatro futuros ministros de la Suprema Corte: Alberto Pérez Dayán, José Ramón Cossío, Arturo Zaldívar y la misma Piña.
“Éramos un grupo muy plural, veníamos de distintos Estados, con diferentes opiniones políticas, éramos una generación muy participativa, muy dialogante. A veces las discusiones entre los alumnos eran más interesantes que las mismas clases”, explica a EL PAÍS el prestigioso profesor de Derecho José Roldán, que formó parte del grupo y recuerda a Piña como “una de las alumnas más destacadas, particularmente estudiosa, brillante y de opiniones muy firmes y meditadas, un carácter muy constante desde esos momentos hasta ahora”.
Al mismo tiempo que las clases, Piña trabajaba como técnica en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Entró el mismo día que Cossío y a ambos los colocaron en el mismo escritorio: estaban encargados de clasificar revistas y libros para la biblioteca del instituto. “Teníamos que leer mucho, pero aprendíamos como esponjas”, define el exministro para este periódico, “Norma era muy alegre, divertida, fue una época muy linda”.
El grupo siguió reuniéndose años más tarde para desayunar, hablar de derecho, hacer sus pinitos en la revista Lex y recordar los buenos viejos tiempos. Algunos de ellos se iban entrecruzando en la Corte como secretarios de Estudio y Cuenta de ministros cuyos asientos ocuparían más tarde. Como fue el caso de Piña con Olga Sánchez Cordero. Alejada de cualquier familia de renombre, Piña se construyó desde abajo, como le dicen en la jerga, picando piedra, pisando cada peldaño de la carrera judicial: desde secretaria hasta jueza en Morelos, después en Ciudad de México, magistrada de tribunal colegiado y, finalmente, ministra.
Fue propuesta en 2012 en una terna de Felipe Calderón pero no salió aprobada hasta tres años más tarde, durante el Gobierno de Enrique Peña Nieto. En una acalorada discusión en el Senado, legisladores como Manuel Bartlett —ahora director de la CFE— o Luis Humberto Fernández —actual titular de la Autoridad Educativa Federal en Ciudad de México— consideraron que ni Piña ni las otras dos candidatas propuestas “representaban con dignidad a lo mejor de las abogadas de México”. La etiqueta de ser muy cercana al Ejecutivo de Peña Nieto también se la colgaron al ministro Javier Laynez, que entró al mismo tiempo, pero el ataque machista solo le tocó a ella. Roldán afirma que la ministra “no tiene militancias políticas”: “Su historia personal de vida ha sido en la judicatura”.
Abogada todoterreno, pronto consiguió su espacio dentro de la Suprema Corte. Aunque siempre respetada y reconocida, Piña no era una habitual de los convivios sociales. “Ella estaba más vinculada con su ponencia, quizás con algún ministro tenía una relación más cercana, pero no estaba metida en relaciones sociales con el resto de los colegas. Iba a sus sesiones y leía sus asuntos”, explica Cossío sobre los tres años en que ambos coincidieron en la SCJN.
De los cuatro expertos con quienes ha hablado este periódico para este perfil no ha salido ni una crítica a la profesionalidad de la ministra: abogada brillante, sólida penalista, que maneja bien la parte procedimental pero preocupada por el fondo, capaz de cambiar el sentido de su voto por una injusticia, con especialidad en el amparo. Su antiguo compañero José Roldán, apunta: “Es particularmente acuciosa y como decimos en México: hace la tarea. Lee y se entera de cada uno de los asuntos, los estudia, tiene opiniones fundadas, no llega a la toma de posiciones de manera improvisada. Eso le permite tener solidez y seguridad en sus posiciones”.
Ha sido en estos años en la Suprema Corte donde Piña ha desarrollado una sensibilidad especial hacia los derechos humanos, consideran algunos expertos. Desde afuera de su oficina se la podía ver sentada en su escritorio lista para recibir a la hora marcada a los afectados por el sistema judicial mexicano. En una despacho lleno de abogados y directores de prestigiosos centros, Piña se dirigía hacia la señora mazagua que está involucrada en el caso. Una cercanía genuina, de la que no se puede fingir, apuntan los que han tratado con ella en ese tipo de temas. Destacan sus participaciones en la despenalización del aborto, en la crítica a la prisión preventiva oficiosa, o sus sentencias para proteger el derecho a un medio ambiente sano, aunque ella misma rechaza considerarse como una ministra feminista o ambientalista.
El destape
A mitad de noviembre de 2022, Norma Piña se destapó en EL PAÍS como candidata a presidir la Suprema Corte de Justicia, casi un mes antes del período oficial para presentar las propuestas. En esa entrevista aseguraba sobre la relación con sus colegas: “Siempre digo lo que pienso y se lo digo de frente. No soy alguien que pueda crear extrañeza o una falsa imagen de lo que puedo ser. No soy una sorpresa. En siete años creo que me respetan igual que yo los respeto a ellos y saben que lo que digo lo sostengo. Y si me equivoco, rectifico, no soy aferrada. Saben cómo pienso, cómo voto, mi convicción. Y creo que eso es una ventaja. Tienen la garantía de que voy a seguir siendo igual”.
La revelación del plagio de tesis de la ministra Yasmín Esquivel, que también se presentaba para la nueva presidencia, movió las fichas del tablero, y algunos expertos piensan que Piña supo capitalizar esa guerra total en la otra tinchera. El 2 de enero, y en tan solo tres rondas de votación, Norma Piña resultó elegida con los votos de seis de los 11 ministros, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, quedó detrás con cinco. En su discurso de nombramiento, insistió en algunas de las líneas que ya están marcando su mandato: la independencia judicial, la importancia de las decisiones colegiadas y la relevancia de ser la primera presidenta mujer del alto tribunal mexicano.
“Reconozco la importantísima determinación de romper lo que parecía un inaccesible techo de cristal. Me siento acompañada, respaldada, acuerpada por todas ellas, por todas nosotras, me siento muy fuerte, demostrando y demostrándonos que sí podemos. Agradezco a las que siempre han creído, a las que no se han cansado de intentar cambios que poco a poco arrinconan nuestra cultura patriarcal. Honro, en este momento, a las que —ya— no están, trabajaremos, nos esforzaremos todos los días por una sociedad más justa, más igualitaria, sin violencia contra las mujeres”, pronunció.
Casada y con tres hijos, celosa de privacidad, su página de Wikipedia ni siquiera incluye un apartado de vida personal, Piña ha estado durante toda su carrera habituada a hacer valer su opinión en círculos dominados por hombres. Su antiguo compañero José Roldán afirma que cuando se habla con ella “siempre está presente la paridad”: “Esa es una de las cuestiones, que tiene que ver con su propia reivindicación. No es una bandera adquirida, sino una experiencia de vida”.
Al llegar a la cúspide, Piña, como antes hicieron sus predecesores, hizo una limpia del equipo anterior de Arturo Zaldívar y escogió a sus leales. Para la Escuela Federal de Formación Judicial eligió a Josefina Cortés-Campos, una reconocida administrativista que viene del Tec de Monterrey, y para la Defensoría Pública Federal nombró a la primera mujer en ese cargo: la magistrada Taissia Cruz Parcero, respetada jueza y académica, pionera en la defensa de los derechos humanos y de las mujeres, incluso cuando no estaban de moda en el gremio, apuntan algunas fuentes.
En este mes escaso también le ha estallado el primer escándalo. Algunos abogados de la defensoría, como Salvador Leyva, quien ocupaba el cargo de secretario técnico de Combate a la Tortura dentro de la institución federal, renunciaron el 31 de enero porque consideran que “no existen las condiciones para continuar trabajando”. El exfuncionario ha asegurado que hay una injerencia externa en la actual administración, en concreto de la polémica Isabel Miranda de Wallace, quien es cuñada de un secretario de Estudio y Cuenta de Norma Piña, Abraham Pedraza. Desde el lado de la Corte, de momento solo silencio.
“La señora presidenta de la Corte está ahí por mí”
El mutismo también ha sido la respuesta a la polémica con Andrés Manuel López Obrador. El pasado domingo, en un acto de homenaje a la Constitución, se reunieron todos los poderes del Estado. Allí, Piña hizo un fuerte discurso de defensa de la independencia judicial. “Fue muy claro y es el primer discurso que escuchamos donde se le dice al presidente que la independecia judicial no es un privilegio sino una garantía indispensable”, apunta el politólogo Javier Martín Reyes, que lo compara con un “estilo de cercanía que derivó en subordinación”, en referencia a su predecesor Arturo Zaldívar.
Además el acto estuvo marcado por un gesto que fue muy criticado por el equipo de López Obrador: la imagen de Piña aplaudiendo sentada mientras todos los demás se levantaban ante el presidente. A raíz de la foto, esta semana el mandatario ha mencionado a la jueza en tres de sus cinco días de mañanera, en uno para decir: “La señora presidenta de la Corte, para hablar en plata, está ahí por mí”, y otro para desdecirse y echar la culpa a los medios de manipular sus palabras. Desde la Corte, de nuevo, ni pío.
Ese hermetismo, que es celebrado por algunos abogados muy críticos con el estilo personalista y mediático del anterior presidente Zaldívar, también abre las puertas a algunos riesgos, como por ejemplo, el aislamiento de la Suprema Corte de una sociedad mexicana ya de por sí hastiada del díficil acceso a la justicia. “Yo creo que un acotamiento a la actividad en redes y social de la propia SCJN es bueno, pero uno de los riesgos es que se le pase la mano y cierre a la corte, hay que tener un ejercicio de vocería, una explicación de las sentencias”, apunta el exministra José Ramón Cossío, que considera que Piña “no va a entrar en dimes y diretes con el presidente o con los miembros de su gabinete”: “Creo que se va a romper esta comunicación con el Ejecutivo y que va a haber mucha menos presencia”.
Para Martín Reyes este freno a López Obrador era necesario: “En estas poquitas semanas Norma Piña sí ha actuado como lo que esperaríamos de un poder autónomo”. Por otra parte, José Roldán apunta que no se imagina a Piña asumiendo funciones de “contraparte”: “Se toma muy en serio su función de juez, que tiene que ser imparcial frente a las distintas fuerzas políticas y es muy institucional. No va a entrar a la gresca entre la corte y el presidente. Lo que, por otra parte, tampoco debería”. En ese punto, Cossío, amigo de la jueza, indica el último riesgo: que “las fuerzas políticas y sociales la hagan creer que su función es ser opositora a la 4T, que distintos sectores traten de hacer creer que Norma Piña es el último bastión de la oposición”.
Mientras, ni con unos ni con otros, en silencio y trabajando, Norma Piña solo lleva una camiseta: la del Poder Judicial Federal.
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