_
_
_
_
TREN MAYA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Tren Maya y las cavernas ociosas. Änk

El Tren Maya se sostiene en una añeja tradición de pensamiento que ha intentado convertir a la naturaleza en un empleado más dentro de la maquinaria capitalista

Perforación hecha por la construcción del Tren Maya donde se colocarán pilotes dentro del sistema de cuevas Aktun T’uyul en Playa del Carmen.
Perforación hecha por la construcción del Tren Maya donde se colocarán pilotes dentro del sistema de cuevas Aktun T’uyul en Playa del Carmen.Gladys Serrano
Yásnaya Elena A. Gil

Hace unos días, Beatriz Guillén publicó un reportaje acompañado de imágenes en las que se podía ver cómo, para la construcción del Tren Maya, se había instalado un pilote gigante que había atravesado y destrozado una de las tantas cuevas y cenotes que subyacen el delicado suelo de la península. Más de 122 cavernas y cenotes fueron afectadas en el tramo de Cancún a Tulum por la instalación de estos pilares necesarios para construir la infraestructura que sostendrá el paso de un tren que, en boca de sus defensores, llevará progreso a los pueblos del sur, olvidados por tanto tiempo.

Estas imágenes parecen ser una amarga respuesta visual a aquella lejana declaración con la que el presidente de la república intentó convencernos de que, durante la construcción del Tren Maya, no se derribaría ni un sólo árbol porque el tren correría sobre infraestructura ya existente. El delicado sistema de cuevas formado durante miles de años que ahora está siendo horadado hasta ser convertido en una serie de cascarones aplastados nos muestra que el motor ideológico que ha llevado a la humanidad ante la emergencia climática sigue bien aceitado.

El Tren Maya, construido cada vez más de prisa conforme se acerca el fin del sexenio, se sostiene en una añeja tradición de pensamiento que ha intentado convertir a la naturaleza en un empleado más dentro de la maquinaria capitalista, un elemento que brinda servicios al engranaje del desarrollo. Considerar que toda superficie de naturaleza que no sirve para los fines del crecimiento económico es tierra ociosa y hay que ponerla a producir, a ser útil o aprovechable, ha sido una idea absurda pero fundamental para los deseos desarrollistas de los estados modernos independientemente de su filiación ideológica. Sea que un gobierno neoliberal ponga la naturaleza subordinada al mercado o un gobierno socialista la ponga subordinada a los intereses del estado, el factor común es que los ecosistemas serán destrozados siempre que se considere necesario.

El mismo adjetivo, “ociosa”, aplicada a la tierra, suena absurda. Parece que no es suficiente la mera existencia de un bosque o de un sistema de cuevas, parece que no es suficiente que su solo funcionamiento, perfeccionado a lo largo de la historia del planeta, posibilite y alimente la existencia de la humanidad. No es suficiente la necesaria presencia de un bosque generando oxígeno, participando del ciclo del agua y manteniendo activo el ecosistema; si este bosque no produce madera o sus elementos no son convertidos en recursos naturales para el desarrollo, se le tilda de tierra ociosa. Si además se trata de un desierto, lugares que son leidos como superficies vacías, como ausencias de ecosistema, la inutilidad de esas tierras se proclama con mayor énfasis.

Solo dentro de una tradición de pensamiento cincelada por el capitalismo una frase tan increíblemente absurda como “tierras ociosas” puede tener sentido. Ninguna tierra está ociosa, ningún ecosistema es inútil, ningún sistema de cavernas es prescindible. Las metáforas con las que se intenta poner a trabajar la tierra al servicio de la humanidad abundan: hay que poner a producir la tierra llenándola de químicos para que siga generando alimentos agroindustriales, es necesario crear un mercado de bonos de carbono para que selvas y bosques sean protegidos siempre y cuándo nos brinden “servicios ambientales” con los que paliar un poco nuestros destrozos, hay que aprovechar y explotar los bienes naturales comunes y traducirlos a recursos o insumos naturales para el crecimiento económico. Estas metáforas, que no existen en todas las lenguas ni en todas las tradiciones de pensamiento, evidencian la osadía y el esfuerzo por transformar a la naturaleza en una trabajadora a las órdenes del capital. La naturaleza se ha vuelto clase trabajadora que, como la humana, se explota hasta dejarla exhausta.

La idea de la “tierra ociosa” a la que hay que poner a trabajar subyace a la justificación que se utilizó para despojar a los pueblos indígenas durante el establecimiento del colonialismo. Para el ojo de los colonizadores, los pueblos y tribus que no “aprovechaban” u ocupaban todo su territorio tenían un excedente de tierras que estaban ociosas y, por lo tanto, no eran de nadie, había que quitárselas para que ellos sí las pusieran a trabajar.

Las ideas sobre las “tierras ociosas” me rondaban mientras observaba en la Sierra Norte de Oaxaca extensiones de bosque rozadas con el fin de completar la superficie requerida a cada campesino para poder recibir los apoyos y beneficios del programa llamado Sembrando Vida.

Ante las críticas de diversos ambientalistas por el destrozo del delicado sistema de cuevas, cavernas y cenotes con la instalación de gigantescos pilares para sostener la infraestructura del Tren Maya, me llamó la atención que en las redes sociales de los entusiastas de la Cuarta Transformación, se volviera a utilizar el viejo argumento de las tierras ociosas: argumentaron que esas cavernas no eran importantes, que no se habían afectado a algún sistema vital para el agua, que se trataba solo de cavernas secundarias que ahora sí tendrían utilidad como sostén y base de un proyecto que traerá desarrollo y progreso; al fin, estas cavernas ociosas habían encontrado utilidad, han sido empleadas, se habían puesto al servicio a de uno de los grandes sueños obradoristas.

Desde otras tradiciones de pensamiento, queda flotando una pregunta: ¿es posible que los habitantes de la península de Yucatán puedan tener una mejor vida, una buena vida, una vida digna, sin necesidad de aplastar con pilotes el sistema de cavernas y cenotes de sus tierras? ¿no puede crearse bienestar sin todas las afectaciones que trae consigo la implementación de ese amplio proyecto que es el Tren Maya? El pensamiento desarrollista que tanto entusiasma a la cuarta transformación parece respondernos con un rotundo “No”.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_