Los últimos pasos de la actriz colombiana Ania Acosta, hallada en una fosa en México
Desaparecida en junio de 2023 en Michoacán, las autoridades identificaron sus restos hace un mes. EL PAÍS reconstruye la búsqueda de su familia y abogados, que critican la falta de apoyo del Gobierno de Gustavo Petro
Por un lado estaba Ania, la actriz, la cantante, la madre. Por otro, el horror de su desaparición, el asesinato. Por un lado sus ilusiones, los vídeos con su hijo bailando, jugando boliche, diciendo pavadas, las fotos con sus hermanos; por otro, aquel viaje a Morelia en junio, el miedo de la última noche, los mensajes que mandó compartiendo su ubicación, ese pedido contenido de auxilio que nadie supo leer. Visto desde ahora, parece evidente que aquello podía evitarse. Otra cosa fue el momento, la noche en que Ania Acosta, una mujer colombiana de 43 años, desapareció en el centro de México.
Sus hermanos, Della y Jussed, llegaron al país hace unos días, un viaje con intención doble, si se quiere. Por un lado, piensan recoger los restos de Ania, ubicados en febrero en una fosa clandestina en el municipio de Tarímbaro, en Michoacán, identificados tres semanas más tarde. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, las autoridades del Estado avisaron a los hermanos de que uno de los 11 cuerpos hallados en las fosas –siete hombres, cuatro mujeres– era el de Ania. Aunque vienen a recogerlo, los hermanos no se lo pueden llevar, tampoco incinerarlo, cosas de la investigación. Pero sí rescatarlo de las garras de la burocracia, una forma de nutrir el duelo.
Ese es quizá el segundo motivo del viaje, el duelo. ¿Qué procede en una situación así? Della y Jussed Acosta hacen lo que han hecho miles de familias en México en los últimos años, refugiarse en los detalles de sus casos, en la cadena de protocolos que cumplir, los trámites a seguir, corretear a los fiscales, a la Embajada de Colombia, a las comisiones de búsqueda de personas desaparecidas... Parecen especialmente molestos con el consulado de Colombia en México. “Una vez el cónsul, que ya destituyeron, nos dijo que los casos de desaparición solo se atendían de lunes a viernes, por correo electrónico”, dice el hermano.
Los dos insisten en señalar al Gobierno de Colombia, dirigido por Gustavo Petro, un cero a la izquierda, según cuentan. No es solo el consulado. Los hermanos denuncian que no hubo ningún tipo de seguimiento. Los funcionarios sabían que los hermanos venían a México estos días y ni siquiera les mandaron un mensaje de condolencia. Solo el miércoles, mientras los dos estaban en Morelia, la embajada publicó un mensaje en su cuenta de X, un resumen de su lejanía estos meses. No ha habido ningún tipo de apoyo económico para los abogados, siquiera para el nicho que alojará el ataud de Ania, en un cementerio michoacano, mientras dura la investigación.
Fue una niña feliz, Ania, eso cuentan Della y Jussed. Los tres crecieron en Quibdó, la capital del departamento del Chocó, entre el Pacífico y las montañas de Antioquia. Lo hicieron junto a su abuela paterna, un ambiente relajado, de juegos. Della recuerda una vez, cuando su hermana, fanática de las caricaturas de Tom Sawyer, agarró cuatro trapos, armó un hatillo y se fue a vivir al parque, cerca de casa. La aventura duró una tarde y terminó cuando Ania sufrió un golpetazo en la cabeza, culpa de un columpio fuera de control. “Era rebelde ella”, recuerda, “siempre andaba disfrazándose. Le encantaban Yuri, Gloria Trevi, las Flans”, añade.
A los 16 años, Ania dejó Quibdó y se reunió con su madre, que vivía al norte, sobre el Golfo de Urabá. Luego alcanzó a su hermano en Medellín, donde acabó el bachillerato. “En esa época empezó con el modelaje, en una agencia”, recuerda Jussed. “Era una cosa que le gustaba desde pequeña. De hecho, llegó a quedar virreina de belleza del Chocó. Y eso fue el año en que ganó Vanessa Mendoza, que luego sería Señorita Colombia”, dice, orgulloso. En el año 2001, recién nombrada virreina, Ania Acosta era uno de esos talentos a punto de explotar, talentosa, joven, hermosa. La vida apenas comenzaba.
El mafioso
“Lo que pasa es que, muchas veces, la misma gente de los pueblos avisa”, dice Patricia Jasso. Y enseguida aclara: “Son los perros… A veces llegan los animalitos con algún hueso y ya los vecinos dan aviso a la Fiscalía”. Porque no son huesos cualquiera. Y porque si lo son, la suspicacia manda. En un país con miles de fosas regadas por todo el territorio, la imagen de un perro con un hueso en la boca dista mucho de ser simpática. Puede ser el primer indicio de un entierro clandestino, el principio del fin de un dolor lacerante para una familia.
Jasso tiene a dos hijos desaparecidos desde hace cuatro años. Diego y Josué Páramo Jasso se esfumaron de la faz de La Tierra una noche de 2020, cuando iban a una fiesta en Morelia, la capital de Michoacán. No se les ha vuelto a ver. Su madre les busca desde entonces e integra un colectivo de personas en situación parecida en la zona. Preguntada por las fosas de Tarímbaro, cerca de la capital, donde encontraron los restos de Ania Acosta, dice que no sabe cómo llegaron las autoridades allí. Pero asume que fue una de dos, o el perro y los vecinos, o una llamada anónima.
Margarita López apunta una posibilidad más. Diputada en Michoacán por el Partido Verde, la mujer sufrió la desaparición de su hija en 2011, cuando tenía 17 años. En 2013 encontró sus restos y peleó hasta cazar a los responsables. La mujer ha dedicado su vida y esfuerzos en estos últimos 13 años a la búsqueda de personas desaparecidas, primero con su propio colectivo, luego desde el Congreso del Estado. “Muchas veces, también, la Fiscalía da con una fosa porque algún detenido les da la ubicación”, señala.
Pero de momento, el caso de Tarímbaro chapotea las aguas densas del misterio. No se sabe cómo acabó Ania allí. López señala que “es una región en disputa, peligrosa. Son zonas limítrofes de un cartel con el otro. Ahí en específico hay además mucho huachicol”, dice, en referencia al robo de combustible, directamente de los ductos. “Normalmente, como son territorios en disputa, van y se tiran los cuerpos ahí”, añade. EL PAÍS ha contactado a la Fiscalía de Michoacán, para saber cómo encontraron los investigadores las fosas de Tarímbaro y a cuántos de los 11 ha identificado, pero no obtuvo respuesta.
Los hermanos de Ania Acosta saben qué día desapareció, de dónde se la llevaron, en qué camioneta. Saben también alguno de los puntos de Morelia y alrededores por donde pasó antes de perderle la pista. Saben que vivía en Ciudad de México, donde rentaba un cuarto, y qué salió para Michoacán el 17 de junio, que lo hizo por trabajo. Saben que por entonces trataba de conseguir un acta de nacimiento apostillada; que hablaba con su hijo casi a diario. Y saben, porque ella mismo se lo dijo a un amigo, que el día de su desaparición acabó en un asado, “con un mafioso”, a quien no le gustó algo que ella hizo.
Pero no saben cómo llegó a la fosa.
Según el Consulado General de Colombia en México, 108 ciudadanos del país sudamericano han desaparecido aquí en los últimos cinco años. Durante la actual administración, que inició en diciembre de 2018, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas del Gobierno mexicano eleva esa cifra a 229. De ellas, 65 son mujeres, como Ania Acosta. El número de personas desaparecidas y no localizadas en México asciende a más de 115.000, la mayoría en los últimos 18 años.
Las ubicaciones
El 25 de junio de 2023, el hijo de Ania, que anda por la veintena, escribió a su tía Della. Le preguntó si sabía algo de su mamá. Hacía cuatro días que no hablaba con ella y empezaba a preocuparse. Della y el sobrino quedaron de verse al día siguiente, en la casa de ella, en Bogotá. El muchacho le contó entonces que la última vez que habían hablado había sido el miércoles anterior, 21 de junio, por la noche. Desde entonces no se había comunicado, no le llegaban los mensajes, nada.
Llamaron por teléfono a Jussed, que estaba en Medellín, donde vive y trabaja. Entre los tres recordaron a un amigo de Ania en Ciudad de México. Ella había usado su teléfono alguna vez para llamarles y Della lo había guardado, por si acaso. El amigo dijo lo mismo, que hacía rato que no sabía de ella. Por la noche lograron contactar a otro amigo de Ania, un canadiense con el que había mantenido una relación sentimental en los últimos años, y con quien seguía hablando a menudo. Fue él quien les puso sobre la pista.
El exnovio canadiense les explicó que había hablado con Ania la misma noche de su desaparición. De hecho, les contó, había sido una comunicación inquietante. Esa tarde del 21 de junio, Ania había acudido a un asado, donde había coincidido con un “mafioso”. Mientras estaba allí, le escribía y le contaba. Para probar sus dichos, el exnovio les mandó capturas de pantalla de los mensajes, que decían: “Al parecer, a él [el mafioso] no le gustó algo que yo hice. Tampoco me van a pagar la plata que me deben. Me temo lo peor”.
Fuera como fuera, la mujer logró irse de allí y llegar a la casa donde se estaba hospedando, en Morelia. Se hizo la maleta y llamó a un taxi, los hermanos asumen que trataba de huir. Llegar a la terminal de autobuses, dejar la ciudad lo más pronto posible. Pero justo entonces la interceptaron. Los hermanos saben que la mujer subió a una camioneta en la puerta del hospedaje. Que lo hizo por voluntad propia. O por algo parecido a la voluntad, una expresión del sentido de supervivencia. ¿Qué pensó que pasaría si no subía? Ania Acosta nunca llegó a la terminal. En los meses siguientes, los hermanos y sus abogados, parte del equipo de Idheas, Litigio Estratégico, pudieron reconstruir esa noche.
Jamaica
Los hermanos cuentan que Ania mantuvo consigo su teléfono al menos tres horas. Saben que salió de la casa y se subió a la camioneta pasadas las 21.30. La mujer maniobró para mandar su ubicación a su madre, su hijo y su exnovio, en diferentes puntos del recorrido, a diferentes horas. En la camioneta, de hecho, Ania aún pudo llamar por teléfono a su madre, en Colombia. La mujer ignoraba los problemas de su hija. Los hermanos no saben exactamente qué se dijeron. Ania mencionó que estaba en Morelia, la madre preguntó con quién y ella parece que contestó algún nombre, antes de que le arrebataran el teléfono. La llamada continuó algunos minutos. De fondo se escuchaban las voces de varios hombres. Ania ya no dijo nada.
A la 1.02 del 22 de junio, Ania logró mandar una última ubicación, un mensaje. Estaban cerca del poblado de Jamaica, muy próximos a La Noria, la comunidad donde encontraron las fosas de Tarímbaro, en febrero pasado. El mensaje le llegó a su hijo, un punto en un mapa y tres palabras: “Te amo, bendiciones”. El hijo no lo llegó a ver esa noche. Tampoco le dio mucha importancia en un primer momento. Solo pasados los días, igual que su abuela, la madre de Ania. “Mi mamá dice que en ese momento en que hablo con ella no cayó en cuenta de lo que pasaba”, cuenta Della.
Jussed y ella caminan estos días la senda cien veces recorrida de los que empiezan a ver la luz al final de un largo túnel. Una luz tenue, medio marchita, sostenida en certezas incómodas. Su hermana fue encontrada. Su hermana dejó la tierra anónima. Algo es algo. Falta mucho, claro, falta saber quiénes se la llevaron y la mataron, también por qué. La investigación apunta ahora a esa parte. ¿Quiénes eran los tipos que se la llevaron? ¿Por qué? Los hermanos aguardan algún día llegar a saberlo.
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