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Andrés Manuel López Obrador
Columna
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El ‘grand finale’ del sexenio de AMLO

En su afán de controlar absolutamente esta sucesión, incluida dejar a Sheinbaum jueces maniatados, más que remate épico de su sexenio, podría ser el embrión de un colofón catastrófico.

Andrés Manuel López Obrador durante una conferencia matutina en Palacio Nacional, el 5 de agosto de 2024 en Ciudad de México.
Andrés Manuel López Obrador durante una conferencia matutina en Palacio Nacional, el 5 de agosto de 2024 en Ciudad de México.Saúl Peña (Getty Images)
Salvador Camarena

Andrés Manuel López Obrador considera un error el no haberse involucrado en la interna del PRD, en los años noventa, en la que se eligió a su sucesor. Aquello fue un cochinero y parte del lodo charpeó a AMLO. Hoy, cueste lo que cueste, pretende controlar todo.

Este domingo el tabasqueño entrega al Congreso de la Unión su último informe de Gobierno y rendirá, como es tradicional en todos los presidentes el 1 de septiembre, un mensaje a la nación. Mañana hablará, cosa ritual en él, desde el Zócalo.

La ocasión marcará algo inédito. En otras administraciones, tras el sexto informe aún restaban al jefe del Poder Ejecutivo un eclipse de tres meses. Ese plazo ahora será de un mes. Treinta días que, a pesar de su cortedad, son tan anhelados por unos, como temidos por otros.

Esa carga emotiva no es solo por el cariño o la animosidad, exacerbados en la inminencia del que él ha dicho que será su fin de ciclo público, que AMLO suscita. Eso es solo la espuma. El principal agitador social es su irrefrenable, y para muchos, irreflexivo, actuar.

Treinta días que cambiarán a México no es hoy un cliché. Para un bando se trata del asalto reformador indispensable para allanar el camino a Claudia Sheinbaum; el bando contrario coincide en lo de “asalto”, pero lo denuncia como el final de una breve era democrática.

Si bien septiembre tiene conmemoraciones patrióticas que podrían ser usadas por López Obrador para, en voz propia o por interpósita persona, enviar mensajes, el de este domingo es probablemente el último de su sexenio. Su despedida, el momento de hacer el balance.

¿Cuán distintos serán los mensajes del 1 de diciembre de 2018, cuando asumió la presidencia, con el de mañana cuando informe del estado en que entrega la nación? Sin lugar a dudas, totalmente diferentes en forma y fondo.

El AMLO de diciembre de 2018, aunque ya había cancelado el fastuoso aeropuerto de Texcoco de Peña Nieto, todavía se mostraba conciliador, abierto a la pluralidad, comprometido con las libertades y el respeto a las instituciones. El de 2024 carcajea al respecto.

Al final de su ciclo sexenal el actual presidente de la República ya no guarda forma alguna al descalificar a quienes no piensan como él o se le oponen. Tanto que lo último que anhela, e intentará, son reformas constitucionales de fondo para borrar el legado de la transición. Y eso genera olas más allá de la política.

Qué paradoja lo que se verá en las próximas horas. El presidente entregará al Congreso de la Unión este 1 de septiembre un informe que o bien no vale mucho o bien no contiene lo principal: al reporte del sexto año de gobierno le falta lo esencial, el llamado Plan C.

Más que auditar “los otros datos” de este presidente, labor ordinaria y obligada de un Poder Legislativo que ha de servir de balance y vigía de otros poderes, diputadas y diputados, senadoras y senadores ocuparán su tiempo en lo que falta al sexenio, en lo que apenas viene.

El informe sexenal tendrá que esperar, y acaso escurrir dato a dato en los próximos días, en medio de la avalancha que AMLO pretende que borre de la República al Poder Judicial federal. Y es, desde luego, la más importante de las reformas del Plan C, pero solo una de ellas.

La determinación del presidente de erradicar otro poder, y de obligar a ir a las urnas —su terreno— a quienes busquen un puesto de juez, magistrado o ministro, es el epicentro del que surgen temblores que justo en septiembre terminarán por sacudir el armado institucional.

Quienes han visto y estudiado cómo se cocinan las crisis económicas tienen escalofríos por datos que ven acumularse a la par de la obcecación por imponer una reforma judicial que, cuando menos, será una pesadilla para la siguiente administración al instrumentarla.

Desde la elección en la que Sheinbaum triunfó con rotundidad y, con ella al frente, Morena y aliados obtuvieron mayoría constitucional en la Cámara de Diputados, y prácticamente lo mismo en el Senado, la economía no ha dejado de mandar advertencias.

Porque los inversionistas esperaban que la presidenta electa hiciera buena la promesa hecha en el cierre de su campaña electoral, esa de que entendía que otros no votarían por ella, y que a esos otros les ofrecía respeto e inclusión.

Lo que cualquier puede ver desde el 2 de junio, sin embargo, es algo que no gusta al capital. Un presidente saliente que intensifica todos los días mucho más que el discurso descalificador: su inamovible decisión de vengarse del Poder Judicial, y capturarlo, sin importar las consecuencias.

A la presidenta electa su predecesor y líder no le da margen para mandar ningún tipo de señal de genuino apaciguamiento. En esto Sheinbaum es, prácticamente y como la sociedad entera, una espectadora más del ímpetu de un presidente que desestima riesgos.

La moneda mexicana perdió en tres meses la capa de “superpeso”. Roza ya las veinte unidades por dólar y eso, que para sectores exportadores y para quienes reciben remesas, es bueno, no resulta halagüeño porque la depreciación tiene causa grave: desconfianza.

López Obrador metió a México en la cola de una turbulencia de la que él único responsable es él. Lleva tres meses atizando una hoguera en la que pretende quemar a sus adversarios del Judicial sin reparar que el fuego se puede salir de control e incendiar la casa entera.

No son temores histéricos. Su gobierno puede ser ponderado por haber puesto en el centro de la agenda a los más pobres. Pero los resultados de su gestión son de mediocres a malos: el peor sexenio en crecimiento económico y con pronósticos al respecto a la baja, y un fiasco institucional por doquier.

En vez de dejar a su sucesora diseñar las políticas y los tiempos para la continuación y mejora de su obra —encima ganó quien efectivamente es vista como la más leal a Andrés Manuel—, desde la elección el presidente solo ha sembrado vientos que ya son tormenta.

El enrarecido ambiente va mucho más allá del terreno económico. La disfuncionalidad del modelo obradorista de enfrentar (es un decir) a los criminales, ha hecho crisis e incluso desde Estados Unidos se burlan con capturas y componendas de sus abrazos...

Andrés Manuel llegará mañana al Zócalo en medio de una temporada de tormentas que tienen, eminentemente, origen en su actuar. El factor climático de cada verano coincide esta vez con el temor de lo que se creía erradicado: el riesgo de una crisis sexenal.

No toda lección sirve luego de receta infalible. Si cuando era líder perredista AMLO cometió el error de renunciar a meterse, a controlar su sucesión, no necesariamente es un acierto manipular la actual sucesión al punto de cambiar la Constitución al cuarto para las doce.

Nadie cree en la promesa de López Obrador, y en este caso de Sheinbaum tampoco, de que las urnas purificarán al Poder Judicial. La gente tiene sentido común y éste advierte que Morena (y poderes fácticos como el crimen organizado) capturaría a los juzgadores.

La propuesta de elegir jueces, magistrados y ministros es irracional en cuanto a que con ello se garantice independencia de otros poderes. Por si fuera poco, hacer tan radical cambio de manera sectaria, de espaldas a juzgadores, academia y partidos, es la peor de las señales.

Si López Obrador imaginó un grand finale con poder total, lo está logrando. Pero en su afán de controlar absolutamente esta sucesión, incluida dejar a Sheinbaum jueces maniatados, más que remate épico de su sexenio, podría ser el embrión de un colofón catastrófico.

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