La gran fiesta impresionista de Bellas Artes: los “rebeldes” Monet, Matisse y Pissarro se reúnen en México
El gran centro de la cultura mexicana ofrece un recorrido por los inicios del impresionismo y su aportación al arte en una muestra de 45 obras hecha en colaboración con el Museo de Arte de Dallas


Un pintor como el francés Claude Monet, adorado hoy en día, era considerado a finales del siglo XIX un artista radical de poca monta. Su obra era rechazada por el jurado muy conservador de la Academia de Bellas Artes de París, una institución estatal, que decidía qué pieza sí cumplía con los ideales de arte establecidos por el Gobierno francés para poder ser exhibida en la Gran Exposición de Arte de la capital francesa. Jóvenes como Monet se rebelaron contra el cánon artístico oficial e iniciaron toda una revolución en las artes, rompiendo con los estándares y creando un movimiento innovador en la pintura, que se conocería como impresionismo. El Museo del Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México, ofrece desde este martes un recorrido por los inicios de ese movimiento y su aportación artística, en la que es su gran muestra del año: 45 obras traídas del Museo de Arte de Dallas. Creaciones de Monet, Edgar Degas, Berthe Morisot y Camille Pissarro se exhiben junto a pinturas de Vincent van Gogh, Paul Gauguin y Henri Matisse. Los rebeldes del arte del siglo XIX se pasean como revolucionarios orgullosos en esta enorme fiesta del arte que irrumpe en los imponentes salones del gran centro de la cultura mexicana.
“Cuando la mayoría de la gente oye la palabra impresionismo, quizá se imagina pinturas de nenúfares de Claude Monet o de pequeñas bailarinas del artista Degas. Parece que estas obras siempre fueron populares, que siempre estuvieron colgadas en las paredes de prestigiosas instituciones artísticas como esta, que siempre hubo un mercado, que estos artistas fueron famosos en su época. Y, sin embargo, la historia no podría estar más lejos de la realidad. Este fue un colectivo de artistas que se formó porque su estilo de arte moderno en 1874 era demasiado controvertido, demasiado radical, demasiado innovador para ser apoyado por la Academia de Bellas Artes”, cuenta Nicole R. Myers, directora de Curaduría e Investigación del Museo de Arte de Dallas (DMA). Myers ofreció con entusiasmo la mañana del lunes un paseo por esta exhibición y la importancia que estos artistas han tenido en el arte. “Si eras un artista joven y con dificultades, no había otro lugar para mostrar tu obra al público, para que la prensa la criticara, para encontrar clientela, coleccionistas que la compraran, para ganarte la vida. Este tipo de exposición actual, donde compras una entrada, entras y ves estas exposiciones temáticas, fue inventada en 1874 por este colectivo radical de artistas que hoy se conoce como los impresionistas”, informa esta doctorado en Historia del Arte por el Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York.

La exposición de Ciudad de México, que estará abierta hasta el 25 de julio, comienza con la producción artística de la década de 1870 y explora quiénes conformaban este grupo, qué había de controvertido y contemporáneo en sus obras. No fue fácil para estos creadores abrirse un espacio en el mundo del arte, porque el público no entendía su propuesta. O, como afirma Myers, la gente que veía sus obras se sentía “ofendida”, consideraban que se trataba de una “trampa”, porque vendían boletos para asistir a exposiciones que retrataban, por ejemplo, imágenes de la París de la revolución industrial, postales de la ciudad luz, la velocidad de la máquina, la vida moderna. “Los impresionistas organizaron ocho exposiciones en un período de 12 años, entre 1874 y 1886, pero el impresionismo no terminó con su última exposición. De hecho, algunos de los aspectos más innovadores de su producción artística fueron el núcleo de casi todos los movimientos artísticos modernos de principios del siglo XX en Europa que celebramos hoy: cubismo, fauvismo, expresionismo, abstracción. Todos estos tienen su origen en lo que estos artistas hacían en la década de 1870. Esa no es una historia que se cuente a menudo, que la gente conozca o que incluso aprecie”, resalta la curadora.
La exposición, titulada La revolución impresionista: de Monet a Matisse del Museo de Arte de Dallas y que es una de las mayores del año en la capital mexicana, está dividida en cuatro partes que guían al visitante en el desarrollo del impresionismo y su impacto en el arte moderno. Comienza con los precursores, bajo el título de Rebeldes con causa. Aquí se muestra a los artistas que en 1874 decidieron organizar sus propias exposiciones, rompiendo la camisa de fuerza de la estética oficialista. Entre las grandes de esta parte de la muestra está El Pont Neuf, de Monet, que captura el bullicio de París con pinceladas rápidas y desenfocadas, y Place du Théâtre Français: efecto de niebla, de Camille Pissarro, que muestra la ciudad envuelta en una bruma invernal. Le sigue Notas de campo, que exploran las técnicas innovadoras que los impresionistas desarrollaron al pintar al aire libre, con obras como El río Sena en París, de Paul Signac y Valle Buona, cerca de Bordighera, de Monet. “Demuestran cómo estos artistas capturaron la luz y el movimiento con pinceladas fragmentadas y colores complementarios”, comentan desde Bellas Artes.







Le sigue el espacio llamado Efectos secundarios, que relata cómo el impresionismo influyó en artistas como Vincent van Gogh, Paul Gauguin y Henri Matisse. Se incluyen obras como Gavillas de trigo, de Van Gogh y I Raro te Oviri (Debajo del pandano) de Gauguin. La última parte es Para siempre, que explora cómo el legado del impresionismo sentó las bases para movimientos como el cubismo, el fovismo y el expresionismo. Aquí están las obras Naturaleza muerta: ramo de flores y frutero, de Henri Matisse, y Barcos pesqueros en L’Estaque, de André Derain. Creo que muchos artistas, como Monet, Picasso y Degas, por ejemplo, experimentaron una especie de crisis y pensaron que quizá lo que hacían no era permanente. Quizá era demasiado superficial. Quizá no resistiría el paso del tiempo ni estaría en las paredes de los museos. Es curioso ahora, al recordarlo. Pero ese era un miedo real que tenían: que lo que hacían era demasiado efímero, que era modernidad en todos los sentidos”, comenta Myers. Son aquellos rebeldes del arte del siglo XIX, despreciados en su momento, quienes se pasean desde este martes como revolucionarios orgullosos en los imponentes salones del Palacio de Bellas Artes.
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