Comer o ponerle puertas a la casa: cómo la fortaleza del peso mexicano está achicando las remesas
El tipo de cambio se ha fortalecido casi 15% en dos años, reduciendo considerablemente el poder adquisitivo de 11 millones de mexicanos que viven de los dólares enviados por sus familiares en EE UU
Hace dos años, María Luisa Pérez vivía cómodamente con los 500 dólares que sus hijas le mandaban de Estados Unidos. Con esas remesas podía pagar la renta de su casa, los servicios básicos como la electricidad y el agua, y los alimentos que compraba en el súper. Pero poco a poco, el peso mexicano se fue apreciando contra el dólar, disminuyendo su poder adquisitivo.
“Esos mismos 500 dólares que a mí me alcanzaban para vivir, hoy por hoy alcanzan solo para la renta y, si lo estiro mucho, para una semana de alimentos”, cuenta la psicóloga de 58 años desde su hogar en el estado de Morelos. “No puedo creer que antes de la pandemia yo iba al súper y con 1.500 pesos podía comprar carne de res, verduras, todo lo que yo necesitaba para comer hasta para dos semanas. Hoy fui y gasté 1.300 pesos solo en cosas para limpieza. No pude comprar nada de alimentos”, comparte.
Pérez es una de más de 11 millones de mexicanos a quienes les ha impactado duramente la apreciación del peso mexicano contra el dólar. La moneda mexicana se ha fortalecido casi 15% desde finales de julio de 2021 en un episodio atípico, ya que, históricamente, tiende a la depreciación. En los últimos dos años, sin embargo, se han conjugado varios factores que han incrementado la demanda por pesos: un atractivo diferencial de tasas de interés en instrumentos financieros, la entrada de inversión extranjera directa y un alza en las propias remesas de connacionales en EE UU, las cuales han roto récords bajo la Administración del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En julio de 2021, las remesas de Pérez equivalían a 9.934 pesos. Hoy, le se traduce a 8.502 pesos. La diferencia, en dos años, es de 1.431 pesos menos. A esto hay que agregar el incremento en el precio de los bienes y servicios, es decir, la inflación, la cual llegó a un pico de 8,7% anual en agosto de 2022. A pesar de que ésta ha mejorado (su último registro fue de 4,8% en julio), sigue presionando a los consumidores, sobre todo cuando se trata de alimentos. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el precio de alimentos procesados, bebidas y tabaco incrementó 9,8%. Verduras como el aguacate y la cebolla mostraron alzas grandes en su precio el mes pasado.
Pérez ha hecho muchos cambios en sus hábitos alimenticios y ha trabajado ofreciendo terapias tanto cómo puede. Pero hay algo que ha tenido que dejar de hacer que le ha pesado mucho: el desayuno dominical con sus amigas. “Puede parecer algo banal, pero para mí, que vivo sola y no tengo familia en Morelos, era como el alimento del alma de la semana”, dice.
Más de 11 millones de mexicanos reciben remesas del extranjero, según un estimado de 2022 del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericano, multilateral que agrupa a los principales bancos centrales de América Latina y el Caribe. Más de seis millones y medio de ellas son mujeres, como Pérez. En el último año, las remesas a México acumulan más de 60.804 millones de dólares.
Para el presidente López Obrador, esto es algo que presumir. En varios ocasiones, el mandatario ha compartido los montos enviados por connacionales como logros de su Administración. “Muchas gracias a nuestros paisanos migrantes”, dijo el 2 de junio, “esta es una fuente fundamental de financiamiento porque es un dinero que llega de manera directa a las familias y a las regiones más apartadas, pobres del país. Esto reactiva mucho la economía desde abajo”.
A Pérez se le quiebra la voz cuando habla de sus hijas que viven en el extranjero. A una de ellas no la ha visto desde 2004, cuando Pérez salió de manera definitiva de EE UU. “Ella vive allá bajo el programa DACA, por lo que no puede salir del país”, asegura la madre de familia. El programa Acción Diferida para los Llegados de la Infancia (DACA, por su sigla en inglés) protege de la deportación a cerca de 700.000 jóvenes que llegaron a EE UU sin documentos cuando eran niños.
“El gobierno no sabe el dolor que sufrimos las familias de tener a nuestros seres queridos lejos”, confiesa Pérez. Su frustración es palpable. “Se levantan el cuello hablando de cómo aumentan las remesas como si fuera un gran logro y la verdad es que las remesas son una vergüenza para nuestro país” porque exponen la falta de oportunidades que hay en México, dice Pérez.
Otro factor en la fórmula ganadora del peso mexicano ha sido la entrada de inversión extranjera, la cual, de acuerdo con datos preliminares reportados esta semana por la Secretaría de Económica, se perfila para un año récord. En el primer semestre, empresas extranjeras invirtieron 29.000 millones de dólares, la mayoría derivadas de una inversión de las utilidades generadas en el país.
Si a la economía del país va bien, eso no se ha visto reflejado en la calidad de vida de las personas, opina Yaniré Zamora, de 52 años, quien también recibe remesas de su esposo en EE UU. Ingeniera química en el estado costero de Quintana Roo, su ingreso como profesora universitaria promedia 9.000 pesos al mes y fluctúa de acuerdo al número de clases que puede dar. En vacaciones, por ejemplo, no tiene ingresos. “Nuestros ahorros están en dólares, lo cual suena muy bonito, pero ya no lo es”, dice la mexicana.
Un año antes de la pandemia, Zamora y su esposo, un instructor de yoga que vive en la ciudad de Boston, comenzaron a construir una pequeña casa en Cozumel. No contaban que su presupuesto se vería reducido dramáticamente en un par de años. “Es solo un cuarto con techo de palapa. Nosotros somos súper sencillos, nos gusta la vida simple”, cuenta. Con la inflación de los materiales de construcción y la depreciación del dólar, la edificación ha tardado más de lo planeado.
“Todavía no tenemos puertas, pero llegó un punto en que no podíamos seguir construyendo y pagando renta entonces ya nos vinimos. Con la que hubiera sido la renta del próximo mes vamos a poner una puerta, pero cada vez cuestan más”, dice Zamora. Es muy pesado vivir así porque siempre hay que estar pidiéndole a amigos que resguarden la casa cuando ella tiene que salir.
Tanto Pérez como Zamora coinciden en algo: si los servicios públicos como salud y transporte fueran mejores, el impacto en sus ingresos sería más suave. Esto coincide con los hallazgos de la encuesta que mide la pobreza presentados esta semana por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Casi nueve millones de personas salieron de la pobreza, pero las carencias aumentaron. En 2022, aumentó el porcentaje de la población con rezago educativo y acceso a servicios de salud.
“El transporte público es malo e insuficiente, entonces nos movemos en bici cuando podemos y cuando no, hay que pagar un taxi que cobra carísimo”, dice Zamora. Aunque ella cuenta con cobertura médica pública, las citas tardan, por lo menos, tres meses y los medicamentos no solo no son gratuitos, sino que escasean.
Pérez, quien sufre de una condición del riñón congénita, ha tenido que dejar de ver a su médico especialista porque ya no lo puede costear. “Ahora fui con el médico de la Farmacia del Ahorro porque no me va a alcanzar. Tengo que ir poniendo prioridades. O compro comida o pago la luz o el recibo del agua”, asegura.
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