Calor, tráfico y ‘selfies’ con Salomón Chertorivski, el candidato que no pierde la sonrisa
EL PAÍS sigue los pasos del abanderado de Movimiento Ciudadano a unos días de la elección en la Ciudad de México
“Tienes las mejores propuestas, eres el mejor, pero no vas a ganar”, escucha Salomón Chertorivski en sus mítines a pocos días de la contienda. A ese mensaje agridulce, él trata de darle la vuelta como un bumerang. “Si piensas que soy el mejor, vota por mí”, lanza. Ha construido una imagen de candidato bonachón, disciplinado, nerd, aplicadito, con buenas propuestas que le reconocen sus seguidores. Las datos, sin embargo, son tozudos. No logra remontar sobre sus contrincantes a gobernar la Ciudad de México, Clara Brugada y Santiago Taboada. Eso no le quita el buen humor, ni la confianza. Goza la campaña no la sufre. “Me energetiza”, dice. Después de una hora de diálogo con un puñado de universitarios despacha la fila que hacen para obtener una selfie y un autógrafo en la primera página de su último libro, Una Ciudad mejor que ésta. Entre risas desliza el bolígrafo, mientras un profesor le dicta: “Para Dani y Andy, tienen 19 y 16 años. La grande va a votar por usted”. El candidato de Movimiento Ciudadano levanta la mirada y responde: “Espero que convenza también a su papá”. Y suelta una carcajada mientras le responden: “Está más que convencido”.
Durante su campaña ha tratado de proyectar el perfil de buen conocedor de las problemáticas de una de las ciudades más grandes del mundo y con propuestas bien trabajadas. Todo es posible, hasta reabrir el río Piedad. No es una vacilada, les dice a jóvenes y académicos. Con una risa que contagia, de buen humor casi siempre, dicen sus colaboradores más cercanos. Las encuestas que lo mantienen en el tercer lugar con el 5% no le apuran. “Todas las que se han publicado me ofrecieron pagarles”, le dice a un estudiante. Todavía confía en conquistar, según sus cálculos, al 40% de indecisos, de arrepentidos y a los que no quieren votar. Defiende que aún todo puede pasar y va a jugar hasta el último minuto.
Son las 10 de la mañana pero el efecto invernadero, resultado de los 32 grados que pegan en el domo de acrílico de un patio de la universidad, vuelven un martirio permanecer en el lugar. Algunas gotas de sudor ruedan por su cuello. Pese al sofoco, el candidato no pierde la sonrisa. “Se va a quedar hasta atender al último” advierte alguien de su equipo. Su risa se escucha constantemente.
C-h-a-z-z, deletrea un preparatoriano de 17 años, mientras le firma un libro. No se lo piensa mucho y le pide también un saludo para su abuelita mientras graba con el móvil. Sus deseos son órdenes. “Hola, abuela Kira estoy aquí con Chazz en la UIC, le mandamos un saludo. ¡A votar!”. La mujer es fan de Chertorivski desde hace 20 años, desde su paso por la secretaría de salud en el Gobierno de Felipe Calderón, relata su nieto.
Los 50 años le pisan los talones tras ocupar cargos en Gobiernos de casi todos los colores, antes de convertirse al fosfo, fosfo. Subraya que no deja que el tiempo le cobre factura. Disciplinado en todo: ejercicio, salud, trabajo y familia. “Soy un nerd”, lo dice con orgullo. Su día inició antes de clarear con una rutina con pesas por prescripción médica. Pero también porque es su primer relax antes de empezar el día. “No es para ponerme un traje de baño”, bromea y otra vez suelta una carcajada. Dice que “a su edad”, lo debe hacer para ganar masa muscular. Los jeans, las botas Doctor martens, su camisa blanca con un logo de Movimiento Ciudadano casi imperceptible y un peinado perfecto le dan cierta frescura, jovialidad.
Es adicto a las hamburguesas y a la cochinita pibil, sí, pero mantiene una rigurosa dieta, resultado de sus años en el sector salud. “Hay que poner el ejemplo”, dice entre risas. No salta comidas, consume carbohidratos un día sí y el otro no. Hoy ha desayunado dos rebanadas de pan integral con jocoque y verduras, después de una cucharada de vinagre de manzana en agua fría, que toma religiosamente para prevenir la hipoglucemia. Se descarrila solo en cinco comidas que reparte entre los siete días de la semana.
Su esposa Yona y sus hijas Sofía y Victoria son lo más importante de su vida. Siempre tiene un espacio para estar con ellas. El ejercicio, su familia y la lectura son, en ese orden, sus remansos de paz en el día. “Me puedo echar un vodkita o una copa de vino con mi esposa, platicar del día”. Lector voraz, siempre lee antes de dormir. Ahora mismo compagina a Mafalda, del argentino Quino con Las Heridas, novela del magistrado Felipe de la Mata.
El sol de medio día es insufrible, justo termina con la fila de selfies y autógrafos. “Tan bien que nos ha ido en las universidades, los eventos han sido muy bonitos. Aquí no se han organizado“, se lamenta mientras camina hacia su automóvil. La convocatoria no fue la que esperaba. Parecen ser 100 pasos eternos. “¡Qué calor!”, dice luego de dos horas bajo aquel invernadero. Se acomoda en el asiento trasero y disfruta el aire acondicionado del automóvil híbrido que maneja Roberto, su chofer desde hace una década, quien le describe como un buen jefe, tranquilo, bromista: “Así como lo ve”.
La agenda de hoy no considera mercados ni estaciones del Metro, sus visitas recurrentes en la campaña a la que le quedan unos cuantos días de vida. Conoce 180 de las 195 estaciones del Metro. “¡Voy a salir a la calle a que la gente me conozca!”, es su mantra desde que inició la batalla por gobernar Ciudad de México. Es aplicadito, lo reconoce, pero no es “dejado”. No se dejó bulear en sus años de estudiante, menos ahora. Clara Brugada y Santiago Taboada lo respetan, saben de su inteligencia, dice. También asegura que de los dos lados le han pedido declinar, pero eso no pasará. “Puedes apostar una comida y la vas a ganar”, reta.
Roberto traza la ruta de la universidad, al sur de la ciudad, al partido en la colonia del Valle, donde le esperan reuniones privadas. Un conductor molesto porque no pudo dar una vuelta prohibida interrumpe al candidato, quien muestra desconcierto y hace una pausa. “Es tanto, tanto, lo que ha crecido el tráfico que hay mucho malestar, la violencia en el coche transforma”, dice. Está listo para el último tirón de la contienda, tiene nueva canción: “salo, salo, Salomón, cherto, cherto, Chertorivski”. Apuesta a que tenga el efecto de “Máynez, Máynez, Máynez”. Es la misma melodía pegadiza que volvió viral al candidato presidencial del partido naranja.
Su personalidad contrasta entre la seriedad que le imprime a sus propuestas y el buen humor en cada relato. Recuerda el traje verde pistache “bonito” que se compró luego de graduarse como economista para estrenarlo en su primer trabajo en una dependencia federal hace más de 25 años. “Los servidores públicos solo utilizamos trajes azul marino, a veces gris oscuro, negro solo en funerales, y camisas blancas o azul claras; de corbata escoja la que quiera”, recuerda de manera fotográfica la perorata que le dio su entonces jefe para descalificar aquella elección de vestimenta que tuvo debut y despedida el mismo día. Después de 45 minutos en el tráfico llega a su destino. El día aún no termina, le esperan reuniones privadas, primero en el partido y después con la comunidad judía.
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