La travesía en el desierto de Notimex
México merece una agencia de noticias de servicio público independiente de los cambios en la cúpula política cada sexenio
Desde su creación en 1968 para los Juegos Olímpicos en México, la agencia Notimex ha pasado por no pocos momentos complicados: escaso profesionalismo y credibilidad, abandono o indiferencia del Estado, ausencia de liderazgo, falta de presupuesto. Por años la agencia de noticias operó dominada por la corrupción del sindicato y administrada por una burocracia que se llenaba la boca con estatutos, leyes y juntas pero que nunca logró independizarla del poder político para convertirla en una agencia pública al servicio, ahora sí, del pueblo.
Pero nunca había vivido una gestión tan desastrosa como la de Sanjuana Martínez. El conflicto que se desató en casi todos los frentes desde que el presidente Andrés Manuel López Obrador nombró a la periodista regiomontana como directora de la agencia en sustitución de Alejandro Ramos ha opacado el tema de fondo, su independencia del presidente en turno y su prestigio como agencia de Estado. O quizás la llegada de Martínez haya sido el peor, y más evidente, resultado de ello.
A estas alturas, es irrelevante cómo se conciba a Notimex en tiempos de la 4T porque está clarísimo que su orientación, desde que López Obrador nombró a Martínez, es de apoyo visceral al Gobierno. Hasta ese nombramiento, varios de los anteriores directores generales —unos más que otros— pusieron su grano de arena para lograr la independencia y viabilidad de Notimex. Pero al final del día el sistema nunca tuvo suficiente voluntad política para soltarla.
Así, Notimex tiene años de no tener clara su relación con el Estado. Porque además, la diferencia entre Estado y Gobierno puede entenderse en teoría, pero en México no queda bien definida en la práctica. Obsesionado como es López Obrador con sus temas (y Notimex no es uno de ellos), nombró a una periodista, con apoyo político y prestigio entre sus cercanos, como directora, y cuando empezaron los problemas internos, se desentendió.
Hoy, poco importa si antes se llamaba Notimex SA de CV, en papel concebida como una empresa que buscaba “coadyuvar al ejercicio del derecho a la información mediante la prestación de servicios profesionales en materia de noticias al Estado mexicano y a cualquier otra persona, entidad u organismo público o privado, nacional o extranjero, con auténtica independencia editorial”.
Tampoco importa mucho si, desde 2006, se llama Agencia Notimex del Estado Mexicano, tras una reforma legal de sus estatutos que la separó de la Secretaría de Gobernación, al entregar su administración a una junta de Gobierno integrada por representantes del Estado, pero manteniéndose a flote, en un porcentaje importante, con recursos de la Secretaría de Hacienda. Su vínculo con el Estado sigue en entredicho. Y ahora, sin oxígeno presupuestal ni espacio político para que sea, de una buena vez, lo que anuncia su nombre, liquidarla podría ser su mejor destino.
Habrá que ver cómo lograría la 4T liquidar aquella empresa, con sus millonarios pasivos laborales y deudas pendientes, tanto las económicas, las sociales y no menos importantes, las éticas. Todo indica que liquidar a sus trabajadores (incluyendo los despedidos por Martínez con litigios pendientes y los que aún laboran ahí) estaría fuera del alcance del Gobierno, especialmente considerando la ya legendaria austeridad republicana de López Obrador.
En el caso de los corresponsales mexicanos que Notimex envió al extranjero antes de la llegada de Martínez, debería sopesar su situación económica (y médica, en el caso de por lo menos uno grave, quien quedó abandonado a su suerte por la empresa para la que trabajó durante casi 30 años), aunque no fueron contratados por la actual directora ni eran empleados asalariados. Claro, si hablamos de una agencia de Estado que busca limpiar un poco su imagen.
Tal y como pintan las cosas, la existencia de una agencia de noticias en México (llámese pública, de Estado o como gusten y manden), carece de sentido, al menos durante el Gobierno de López Obrador, porque él es su propia agencia informativa. El presidente no parece tener interés en impulsar una agencia de noticias en serio fuera de sí mismo.
Es cierto que Notimex nunca ha logrado ser, como EFE y la BBC, una empresa pública comprometida con la difusión del derecho de todos a la información veraz y plural. Pero tuvo sus momentos como agencia latinoamericana con cobertura internacional y visión propia en la década de los 80, cuando compitió con EFE, y con el servicio de la agencia estadounidense AP en español, durante la cobertura de la guerra en Centroamérica. Era leída, difundida y valorada por muchos medios, incluso fuera de México.
Su segundo momento estelar fue durante el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando el entonces Presidente tuvo la visión de contratar a los mejores periodistas, tanto a nivel internacional como nacional, para que, a través de Notimex, difundieran la imagen de un país democrático y plural; un México “moderno”, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la obsesión presidencial en aquella época.
Su sucesor Ernesto Zedillo le “permitió” cierta autonomía informativa. Le siguió Vicente Fox, con la famosa alternancia, cuando Notimex se convirtió en “Agencia de Estado”, lo que Felipe Calderón “permitió”, porque poco le interesaba el asunto. La inercia continuó con Enrique Peña Nieto. Y claro, tras tantos años de ignorar o prestarle poca atención a Notimex, cuando triunfó de manera arrolladora López Obrador, sucedió el desastre de Martínez.
Un país como México, con la pluralidad y vigor de su ecosistema de medios de comunicación, merece contar con una agencia de noticias de servicio público independiente de los cambios en la cúpula política cada sexenio. Lástima que Notimex no llene ese vacío. Lástima que la gestión de Martínez, quien llegó para combatir la corrupción sindical y transformar la agencia en la BBC mexicana, solo haya logrado asestar el proverbial golpe mortal a una víctima ya herida.
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