Acapulco: una reconstrucción que urge
Hay varios aspectos inquietantes que hablan del enorme reto que presenta este desastre para que los habitantes del puerto salgan del estado crítico en que se encuentran
Pasan los días y la situación de Acapulco, ciudad devastada por el huracán Otis, sigue pareciéndose a la de un paciente internado en terapia intensiva. Los reportes de saqueo casi han desaparecido (en parte, al menos, porque debe quedar poco por saquear); las donaciones llegan y las autoridades operan y eso ayuda un poco a cubrir las necesidades mínimas de miles de afectados. Otros, ya sea porque los apoyos aún no los alcanzan, o por otros motivos, ...
Pasan los días y la situación de Acapulco, ciudad devastada por el huracán Otis, sigue pareciéndose a la de un paciente internado en terapia intensiva. Los reportes de saqueo casi han desaparecido (en parte, al menos, porque debe quedar poco por saquear); las donaciones llegan y las autoridades operan y eso ayuda un poco a cubrir las necesidades mínimas de miles de afectados. Otros, ya sea porque los apoyos aún no los alcanzan, o por otros motivos, tienen que rascarse con sus propias uñas.
Hay, sin embargo, varios aspectos inquietantes que hablan del enorme reto que presenta este desastre en particular. Por un lado, encontrar los cuerpos de los desaparecidos, atender a los heridos y damnificados, y encargarse de que los habitantes del puerto salgan del estado crítico en que se encuentran (sin ir más lejos, ya se reportó que la acumulación de basura y desechos comienza a ser una tortura y a desbordar a los ciudadanos). Por otro, es indispensable que se planeen y comiencen a ejecutarse, al menos en el aspecto preparatorio, las estrategias federales para la reconstrucción y la reactivación. Acapulco es una comunidad, antes que nada. Pero al mismo tiempo es un polo económico del que depende la subsistencia de cientos de miles.
Se han divulgado varios datos alarmantes en los días recientes. El primero es que se calcula que existen alrededor de 16.000 hogares y 20.000 vehículos destruidos o dañados en la zona. El segundo, no menos impresionante, es que según la Concanaco (Confederación Nacional de Cámaras de Comercio), los negocios afectados por el huracán son 28.800, lo que representa ni más ni menos que 80% de todos los que existen en la ciudad (desde hoteles de lujo a changarros de tacos y tortas). La asociación de empresarios califica de “daños muy importantes” los que presentan estas “unidades económicas”. Una hecatombe en toda regla.
El tercer dato, que une a los dos primeros, es que según las cifras de la AMIS (Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros) solo entre 18% y 25% de las casas en la ciudad cuentan con un seguro contra daños. Y tan solo entre 45% y 55% de los hoteles pequeños tienen una protección contratada en esa misma línea (en contraste, entre los grandes hoteles, buena parte de los cuales pertenecen a conglomerados multinacionales, esta cifra sube al 98% por ciento). Esto, por desgracia, es típicamente mexicano. Los ciudadanos de a pie y los empresarios no cuentan, demasiadas veces, con los recursos necesarios o con la cultura de la protección patrimonial necesaria para contratar un seguro. Muchísimas personas prefieren ahorrarse el dinero de las pólizas y apostarle a la ruleta de la buena fortuna. Otis ha venido a darles a todos ellos un problema gigantesco.
Otro antecedente escabroso, que da contexto a los anteriores: la consultora Fitch ha calculado las pérdidas provocadas por el huracán en 16.000 millones de dólares (alrededor de 280.000 millones de pesos). Es una cifra vertiginosa. Tanto que los 15.000 millones de pesos de los fideicomisos del Poder Judicial, que se anunció que serán destinados al apoyo para la reconstrucción, luego de los largos y públicos forcejeos que se dieron entre el presidente y los magistrados, se ven francamente menores al lado de las penurias del puerto.
Se necesitará mucho más dinero federal, sí, pero también privado, que fluya mediante acuerdos o gestiones del gobierno para que los bancos otorguen créditos y apoyos. Porque si 80% de los negocios de Acapulco no vuelven a abrir, las principales víctimas no serán los empresarios, sino los trabajadores que perderán sus fuentes de empleo.
¿Llegarán ese dinero, esos créditos y esos apoyos? Solo podemos especular al respecto. Con el año electoral encima, el futuro de Acapulco se balanceará durante muchos meses en la cuerda floja. Y eso podría hacer aún más daño que los vientos salvajes de Otis.
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