Relevos generacionales
Medio mundo celebra que la nueva directiva de Morena sea más joven que la anterior, como si eso garantizara algún resultado. Lo único que puede anticipar es un pleito intergeneracional
“Los pandean porque los montan potros”, dice el refrán ranchero. En política se aplica a quienes lanzan a tareas antes de tiempo. Jóvenes “potros” que destacan por ser briosos, pero que se acaban en ese afanoso cabalgar. Ya en su madurez llegan sin porte y sin fuerza. El dicho viene a colación por la repentina fiebre juvenil que vivimos en el país a raíz de las elecciones. El famoso y eterno “hay que convencer al voto joven”, “son millones los que votan por primera vez, ellos definirán el resultado”. Falso. Elección tras elección queda demostrado que los que votan por primera vez son los que menos votan. Lo mismo sucede ahora con los medios: que si hay que cambiar a la gente que opina porque “está vieja” y “tienen que llegar los jóvenes”. Como si la candidata ganadora fuera una treintañera que ganó con su palomilla para instalarse en todas las esferas del poder. La competidora más cercana a Sheinbaum también era una sexagenaria.
Toca el cambio generacional, dicen para justificar la decisión de Obrador de dejar a su hijo a cargo del partido. Nada se dice de la generación intermedia, del llamado relevo que toca, ni más ni menos, que a una mujer. Es parte de los temas que López Obrador ha secuestrado y que la presidenta electa ni siquiera ha podido desplegar como tópico de conversación. Se tiene que hablar del viejito o de su joven hijo. De la sesentona ganadora y los que la acompañan no, para qué. El padre de la patria es el importante y el hijo el segundo en importancia.
Con el relevo en Morena sucede algo más o menos similar. Medio mundo celebra que “son jóvenes “, “tienen menos de cuarenta”. Como si eso garantizara algún resultado. Lo único que puede anticipar es un pleito intergeneracional pues inevitablemente unos se van a sentir desplazados y no están necesariamente en edad de retirarse. El movimiento de Morena es joven, pero con mañas viejas. Sus jóvenes en efecto lo son, pero también cargan discursos anticuados, frases rancias, consignas apolilladas, vicios políticos ya muy vistos. No son precisamente muestra de innovación. Todo lo contrario, la regresión es la bandera de ese movimiento hoy encabezado por jóvenes. Se ha pasado de la gerontocracia gubernamental en el Gobierno de López Obrador a la adoración de la juventud. Parece ser una directiva joven para una militancia envejecida.
Por lo pronto se expiden certificados de juventud o de ancianidad como si se tratara de cuestiones de inhabilitación generacional. No creo que eso arregle nada con el entusiasmo juvenil como no lo hizo el museo de cera que tuvo por gabinete López Obrador.
En este marco se ajusta el asunto del hijo de líder total del morenismo: el caso de Andrés López Beltrán. Apenas le conocemos la voz. La lupa que tendrá encima será inmensa. No es para menos: lo ungieron como heredero. Es normal que en las familias se transfieran profesiones. Las hay de futbolistas, de escritores, de carpinteros, y claro, de políticos. Esas segundas partes están llenas de fracasos. Nada anticipa éxito para el joven ungido. La historia muestra la pesada, y a veces insoportable, carga que puede ser un nombre y un apellido. Como cruel paradoja, a López Beltrán lo presentó en el partido Héctor Vasconcelos, hijo de José Vasconcelos, una mente brillante que fue entre muchas otras cosas un revolucionario, intelectual y candidato a la presidencia. La historia de don Héctor en la política no corrió la misma suerte que la del padre. Lo que se recuerda de él es un escándalo por el zafarrancho etílico en un país escandinavo mientras fungió como embajador y nada más. Es otro espejo en el que se puede ver el heredero.
Por lo pronto, hay una generación intermedia que llegará con Claudia Sheinbaum a la Presidencia la semana que entra. Cierro con otro refrán: “en este país se pasa muy rápido de ser joven promesa a viejo pendejo”.
@juanizavala
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