El gran reto de Sheinbaum: que la vida valga algo más que nada
Hubo un tiempo en que México fue otro país: En febrero de 2007 fueron asesinadas 488 personas, 17 años después, en julio de 2024 la cifra fue de 2.546 personas, cinco veces más
Otro país: volver a 2007. Hubo un tiempo en que México fue otro país. No fue hace mucho. En febrero de 2007 vivían en México poco más de 108 millones de personas. Según las actas de defunción capturadas por Inegi, aquel mes fueron asesinadas 488 personas. Aquel febrero de 2007, la tasa de homicidios en México fue de 5,8 por cada 100.000 habitantes. El contraste: 17 años después, en julio de 2024 —en este país que ya es otro— fueron asesinadas 2.546 personas. Casi cinco veces más.
Me gusta pensar en aquel país. Me gusta pensar en febrero de 2007. Sin saberlo, llegábamos a la cresta de una ola cuyo significado se nos escapaba; México había reducido su número relativo de homicidios de forma constante desde hacía décadas. Febrero de 2007 representaba el pico de un largo proceso de pacificación (la palabra no me gusta, pero ayuda a expresar lo que quiero decir) que logró, entre otras cosas, reducir a la mitad la tasa de homicidios entre 1990 y 2007.
Después —no hace falta decirlo— todo se fue al carajo.
Algo pasó. Todavía no sabemos muy bien qué. O sí sabemos: la violencia homicida comenzó a crecer a paso abrasador. Se trató de un cambio brusco que dinamitó el lento, pero continuo, proceso de paz.
Según actas de defunción capturadas por el Inegi, en 2007 se registraron 8.867 homicidios. En 2008 —un año después— la cifra superó por poco los 14.000, un crecimiento porcentual del 58%. La historia se repitió al año siguiente. En 2009, el número de homicidios llegó a 19.803, un 41% más que el año anterior.
Dicho de otro modo: en tan solo dos años —714 días—, el homicidio en México creció en 123%. El salto estuvo fuera de toda tendencia previa. Esa es la herencia de Felipe Calderón.
Acostumbrarse a lo malo: El país violento (2011-2018)
Luego nos acostumbramos a lo malo, a lo peor. El periodo 2007-2011 fue de crecimiento continuo de la violencia homicida. El pico lo vivimos en mayo de 2011. Aquel mes, la tasa de homicidios fue de 26 por cada 100.000 habitantes. Fue el momento más duro del calderonismo.
Tras ese elevado pico, la violencia homicida retrocedió, algo, durante un par de años. Aunque México parecía volver a números más razonables, nadie tenía ya la expectativa de regresar al país de 2007. Era otro y casi nadie se acordaba de él.
A inicios de 2015, la tasa de homicidios era algo menor a 15 por cada 100.000 habitantes. Nadie ha podido explicar, bien a bien, las razones de ese descenso, más allá de la desaparición de los Zetas, el grupo paramilitar que ensangrentaba el noreste de México y empezaba a salpicar el resto del país.
Nadie se sorprendió cuando el homicidio volvió a crecer a finales de 2015. Y lo hizo de manera brusca. Entre 2015 y 2018, pasamos de contar 20.000 homicidios al año a más de 36.000. Casi el doble.
El país, en efecto, era otro.
La meseta (2018-2024)
El balance final del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador encierra una paradoja. Su Gobierno será recordado como el sexenio más sangriento en la historia contemporánea de México. Entre el primero de diciembre de 2018 y el último día de septiembre de 2024 fueron asesinados casi 190.000 mexicanos. Esa es una realidad.
Otra realidad simultánea es que su Gobierno logró contener (y al final reducir) la espiral de violencia heredada de los últimos años del peñanietismo. Entre 2018 y 2024, el homicidio doloso se redujo en un 18%.
Lo segundo no esconde lo primero. Lo primero no evita lo segundo.
En todo caso, nada que celebrar. En seis años pasamos de lamentar un homicidio cada 18 minutos a lamentarlo solo cada 16. Una mejora residual, imperceptible en el gran bosque de las cosas. Un balance completo del sexenio habrá, además, de reconocer el aumento en el número de desapariciones reportadas y la expansión del dominio criminal en varias partes del país.
El mapa de riesgos en seguridad que hereda Claudia Sheinbaum es tan grande que no cabe en el escritorio. El país de 2007 sigue estando lejos. La 4T no lo trajo más cerca.
Los retos de Claudia (2018-2030)
En Japón, un país con 125 millones de habitantes, ocurren los mismos homicidios al año que en México en tres días. En una semana no demasiado violenta en nuestro país, ocurren la misma cantidad de homicidios que todo un año en Alemania o Inglaterra.
En 2022, hubo los mismos homicidios en Tijuana que en Turquía, unos 2.300.
Las comparaciones son odiosas, pero sirven para comprender el país que recibe Claudia Sheinbaum. Un país violento. Muy violento.
Nadie espera que Claudia Sheinbaum nos regrese a febrero de 2007. Mucho ha cambiado el problema de seguridad en México desde entonces: hay más grupos criminales, están mejor armados y han diversificado con éxito su portafolio criminal. La expansión territorial del crimen organizado nada tiene que ver con la de hace 17 años.
¿Qué podrá ser considerado exitoso en 2030? Reducir el homicidio de manera notable, ofrecer soluciones a la crisis forense y contener la expansión del crimen en regiones puntuales (Chiapas, Tierra Caliente, Guanajuato). Poco más podrá hacerse en seis años.
Al frente de la estrategia de Sheinbaum estará su mejor hombre, Omar García Harfuch. Aquel que hizo magia en Ciudad de México tendrá que duplicar su repertorio de trucos. Tamaulipas, ya se sabe, no es la capital del país.
Menos que en la Guardia Nacional, la atención de los analistas estará puesta en lo que suceda en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC). En esa institución se presenta una curiosa situación: con la mano derecha se le quita la Guardia Nacional; con la izquierda se le reconoce como centro de formulación de la política de seguridad del Estado.
La SSPC mantendrá algunos cuerpos especializados a su mando y sufrirá una transformación: en su interior se creará una Subsecretaría de Inteligencia e Investigación Policial. En Ciudad de México, ese gambito trajo buenos resultados. ¿Funcionará a escala federal? Lo veremos.
Otra apuesta de la Administración estará en levantar de su letargo al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el antiguo CISEN. Al frente de él, quedará uno de los brazos derechos de García Harfuch, Francisco Almazán Barocio, otrora jefe de la Policía de Investigación de Ciudad de México. En donde antes estuvo un militar, se sentará un civil. Y un especialista, que no es poco.
La clave del éxito estará, sin embargo, en la coordinación que logre construir el equipo de García Harfuch con la Fiscalía de Gertz Manero. En Ciudad de México fue relativamente sencillo que Ernestina Godoy se plegara a las prioridades del policía. El derrotero será más complicado a escala federal con un funcionario que a sus 84 años se niega a decir adiós. No hay plan de seguridad que funcione sin procuración de justicia.
Habrá que ser pacientes con Claudia Sheinbaum. No albergo la menor duda que la seguridad será el tema toral de su Gobierno. Sin seguridad no hay trenes que funcionen, mañanera que convenza, ni política social que alcance.
En 2030 no seremos el México de 2007. Está claro. Aun así, quizás, con decisiones acertadas y basadas en evidencia, podremos volver a ser un país en el que la vida valga algo más que nada. De eso y no otra cosa, debería tratar el Humanismo Mexicano.
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