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Columna
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Un día volveré

Como en la novela de Juan Marsé, la historia de España esconde aún demasiados secretos que es necesario desenterrar

Julio Llamazares
El escritor Juan Marsé, en su casa de Barcelona en 2014. 
El escritor Juan Marsé, en su casa de Barcelona en 2014. CONSUELO BAUTISTA

La desaparición de Juan Marsé ha compartido espacio estos días en los periódicos con noticias muy diversas, entre ellas la del propósito del Gobierno de aprobar una ley de memoria democrática que sustituya a la de Memoria Histórica, cuya principal novedad —aparte de impulsar desde el Estado la apertura de fosas comunes, ahora en manos de asociaciones particulares y voluntaristas, y de crear un banco de muestras de ADN con el fin de identificar al mayor número posible de desaparecidos— sería que en las escuelas se enseñe a los alumnos la época franquista. El Gobierno reconoce así que durante los 45 años que llevamos ya en democracia (más que los que duró el franquismo) la historia de este no se nos ha enseñado a los españoles.

Que un país desconozca 40 años de su historia, o que la conozca a medias, equivale a que una persona ignore parte de su vida. Hasta ahí la intención del Gobierno es digna de elogio, pero apunta a que no es objetiva del todo. Aunque desde las instancias públicas se nos haya hurtado a generaciones de españoles la enseñanza de la época franquista, o cuando menos de sus aspectos digamos más problemáticos, ello no significa que no la conozcamos ni que no hayamos hecho balance ya de lo que el franquismo significó para nuestro país y para nosotros mismos como personas. Por fortuna, cineastas y escritores han venido ejerciendo desde hace mucho la verdadera memoria histórica y democrática, esa que ni la censura ni los intentos revisionistas de algunos falsos historiadores y novelistas, además de una parte de la sociedad, han tratado de tapar como los cuerpos de los desaparecidos bajo la tierra de las cunetas o de los cementerios bajo la luna de un país que, nos avergüence o no, es el que más muertos tiene fuera de ellos después de Camboya. Como el protagonista de Un día volveré, de Juan Marsé, aquel exboxeador y guerrillero urbano que regresa a su ciudad después de 13 años preso y al que sus antiguos vecinos esperan, unos con miedo y otros para que les vengue, cosa que no ocurrirá, el pasado siempre vuelve por más que muchos no lo deseen, sobre todo cuando, como es el caso del nuestro, nunca ha pasado del todo. Como en la novela de Juan Marsé, la historia de España esconde aún demasiados secretos que es necesario desenterrar, ya sea un arma bajo un rosal como en el caso de Jan Julivert Mon, el protagonista de Un día volveré, ya sean los miles de desaparecidos y de pequeñas historias terribles que se han tratado de borrar con el argumento de su inoportunidad política, en el caso de este país que persiste en la búsqueda de la normalidad democrática, que aún no ha conseguido.

“En las bibliotecas hablan las almas inmortales de los muertos” dice una cita de Plinio el Joven, el historiador romano, que yo leí a la entrada del convento agustino de La Vid, en Burgos, y que recuerdo ahora pensando en Juan Marsé, pues gracias a él y a otros como él conocí cuando era más joven la verdadera historia del franquismo, esa que no enseñaban en los colegios, sujetos al control de la dictadura, primero, y luego, ya en democracia, de unos partidos políticos a los que no interesaba que se enseñara la historia reciente de España, unos por razones obvias y otros por cobardía. Que se haga, aunque sea tarde, es una necesidad, si queremos ser una democracia auténtica.

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