La figura del confinado
Sería una amarga ironía de la historia que el confinamiento selectivo fuera el destino de la generación del ‘baby boom’ y de Mayo del 68
Ernst Jünger intentó pensar las épocas del mundo en forma de figuras. Aquel formidable escritor y memorialista conservador, inspirador incluso del nazismo, contrapuso el burgués negociador al soldado heroico y luego al trabajador titánico y al rebelde emboscado, en un esfuerzo por explicar “el sello y la impronta” de cada momento histórico.
El burgués pertenecía al siglo XIX como el soldado, el trabajador y el rebelde al XX. A épocas anteriores pertenecen el cazador, el guerrero, el navegante o el bandolero. Esta sugestiva teoría conduce a preguntarnos por la eventualidad de una nueva figura que caracterice a la época de las pandemias.
Con el estallido del contagio, la figura del confinado ha afectado a todos, excepto a las tres figuras del siglo XX, el trabajador, el soldado y el rebelde. El primero ha asegurado los servicios y la sanidad. El segundo ha cuidado del orden público. Y el tercero ha huido de la reclusión o, en una versión más militante y populista, como en Estados Unidos o en Madrid, ha buscado rendimientos políticos en el rechazo del confinamiento.
El confinado perfecto pertenece al grupo de población de más edad, inapta para la milicia, el trabajo o la rebeldía. Su reclusión viene facilitada por la tecnología. La conjetura inquietante es que no se trate de una figura ocasional sino que se instale en el centro del siglo XXI con el teletrabajo, el comercio electrónico, la telemedicina, la democracia digital y las reuniones en remoto. Y todavía peor, que la presión de los jóvenes, rebeldes asintomáticos y arriesgados, conduzca a una dualización de las sociedades de pirámide poblacional invertida, con un confinamiento exclusivamente generacional de los ancianos, cada vez más numerosos, que deja la libertad para los más jóvenes.
Sería una amarga ironía de la historia que el confinado se perfilara como el destino de la generación del baby boom, protagonista del Mayo del 68, los grandes festivales de música y el turismo de masas. Despreocupados y tumultuarios hasta la llegada de la pandemia, todo se organiza ahora en torno a su cuidado y a su aislamiento. En un mundo incierto y de peligros crecientes, ya no se busca la libertad sino la seguridad, y no precisamente a través del poder sino de la reclusión, la prudencia y la tecnología. El antiguo rebelde regresa así al espíritu conservador del burgués.
Última ironía: para el filósofo marxista Slavoj Zizek, convencido de que la pandemia conduce al comunismo, el confinado es la figura misma de una vida no alienada y decente.
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