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Columna
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Hablar de tu libro

En la promoción de una obra, uno tiene la sensación de estar participando en una liturgia que tiene más de apariencia que de verdadero sentido, más de ritual comercial que de literaria lógica

Julio Llamazares
La entrevista de Mercedes Milá al escritor Francisco Umbral en 1993.
La entrevista de Mercedes Milá al escritor Francisco Umbral en 1993.Captura

Poco pudo imaginar Francisco Umbral que 13 años después de su muerte se le recordaría no por sus libros y artículos, que fueron muchos, sino por una intervención suya en la televisión en la que dejó una frase para la posteridad: “¡Yo he venido a hablar de mi libro!”. El escritor la dijo en medio de la indignación (también un poco bebido, me consta), harto de que le preguntaran cosas que nada tenían que ver con su interés, que era hablar de su libro recién publicado.

He recordado esa anécdota de Umbral numerosas veces cuando, tras cada publicación de un libro, me veo obligado (nadie me obliga, me obligo yo) a participar en ese ritual que es el de la promoción, inevitable servidumbre a la que todos los autores nos prestamos de mejor o peor gana sabedores de que un libro, como un niño, necesita de ayuda para comenzar a andar y más en este mundo actual en el que la profusión editorial hace que un libro se pierda en el bosque de las librerías si no se le publicita mínimamente. Uno trata de hacerlo dignamente, sin caer en banalidades ni protagonizar escenas de las que avergonzarse luego, pero tiene siempre la sensación de estar participando en una liturgia que tiene más de apariencia que de verdadero sentido, más de ritual comercial que de literaria lógica. En los últimos tiempos, no obstante, la impresión de que eso es así ha ido aumentando exponencialmente, no sé si porque la sociedad lo demanda así o si porque mis circunstancias personales (manifestar mi opinión en este espacio, por ejemplo, semanalmente) han hecho que mi imagen cambie a ojos de los entrevistadores. Lo cual, unido a la necesidad que estos y los medios, al menos muchos de ellos, principalmente los digitales, parecen tener de llamar la atención desde la primera línea para sobresalir en ese otro bosque de la información, que es ya tan denso como el editorial, lleva a que uno, después de hablar un rato largo de su libro como Umbral, se vea en titulares afirmando cosas tan estridentes y poco representativas de la entrevista en conjunto como (y son dos ejemplos reales recientes) que “la RAE no se da cuenta de que a casi nadie le importa lo que diga” o que “a Isabel Ayuso le queda grande el cargo y no se la puede tomar en serio ni para enfadarse”, nada que ver, ni siquiera indirectamente, con el libro objeto de las entrevistas. Normal que más de un lector se enfadara conmigo, incluso interpretara que yo hice esas afirmaciones buscando el titular escandaloso para vender más libros, cuando realmente no era esa mi intención, ni mucho menos.

El que no quiera que le pisen que no vaya al baile, pensará más de uno al leer lo anterior y no le falta razón, pero tampoco es osado, pienso yo, exigir al periodista un mínimo criterio a la hora de ponderar y titular su entrevista, algo que quizá es mucho pedir en algún caso, no tanto por el periodista en sí, que vive de los clics en su entrevista muchas veces, como por el medio para el que trabaja. Que el papel del literato en estos tiempos se aproxime más que nunca al que con acidez describió hace ya años Rafael Sánchez Ferlosio no significa que valga todo, ni que no se distinga entre escritores y escritores tanto por los entrevistadores como por los propios medios.

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