La investigación en el Senado por la gestión de la pandemia acorrala a Bolsonaro
Es crucial que las fuerzas políticas de oposición sepan tocar las fibras de una sociedad que busca una solución urgente en contra del negacionismo bolsonarista
El presidente Bolsonaro empieza a vivir su declive. Su nerviosismo, a veces visible y a veces camuflado, indican que empieza a sentir en su carne que hasta sus demonios empiezan a abandonarlo. Su amarga y a la vez sarcástica respuesta días atrás a su clan matutino de fanáticos, “si no me quieren ahí tienen a Lula”, es de un gran simbolismo que refleja su estado interior de rabia.
Su instinto político ha captado la fuerza del encuentro amistoso e histórico entre Lula y Cardoso que ha revolucionado todas las fuerzas del poder. Bolsonaro sabe que se ha tratado de un golpe bajo contra él que podría serle mortal. Todo este trasfondo de un Bolsonaro que empieza a sentir que la tierra se le mueve bajo sus pies y quizás por ello intenta aparecer a caballo o en moto como para camuflar su debilidad y mostrar una fuerza que ya no tiene.
En este contexto resulta significativa la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación) del Senado que está consiguiendo atraer de manera impensada la atención de la calle al ser seguida con especial interés por todas las clases sociales, hasta las menos cultas. Hay un sentimiento común de que la CPI, aunque no sea definitiva para apear ya del poder a Bolsonaro, el negacionista y genocida declarado, saldrá de ella maltrecho comprometiendo gravemente sus posibilidades de reelección. El “fuera Bolsonaro” y el “cualquiera mejor que él” se ha convertido en un mantra nacional.
De ahí la importancia de que, justo en medio a los trabajos de la CPI, la oposición bajo el signo de “fuera Bolsonaro” haya convocado para el sábado una protesta nacional que a pesar de la pandemia haya adquirido ya otro fuerte simbolismo contra los demonios del bolsonarismo nazista que están envenenando a este país intoxicándolo con los gases del odio y de la guerra entre hermanos.
Los símbolos conllevan siempre una gran fuerza renovadora o destructiva. Hoy, en un Brasil atormentado por un clima de asfixia colectiva, la simbología de la CPI junto con la convocatoria anunciada de la primera manifestación nacional contra el Gobierno que se desarrollará, según Folha de São Paulo, en 110 ciudades, entre ellas 27 capitales pueden significar el inicio de un cambio radical.
Por ello es fundamental que las manifestaciones, a pesar de las restricciones impuestas por la pandemia, no fracasen. La oposición tiene formas creativas y simbólicas para dar realce y fuerza a las manifestaciones con gestos simbólicos realizados a través de eslóganes significativos y de gestos como podría ser el pedir a la población que durante las manifestaciones en las calles y plazas las familias que desean salir de la pesadilla demoníaca del bolsonarismo destructivo coloquen en las ventanas algo que simbolice el luto por las víctimas de la covid, fruto de la política destructiva y de la ausencia de sentimientos de dolor o compasión de la sociedad por el exterminio al que una política de muerte está arrastrando al país.
La derecha supo usar en el pasado los símbolos y eslóganes en las manifestaciones a favor del impeachment de Dilma y del “fuera Lula” que ayudó a la Lava Jato a encarcelar al expresidente y a apear a Rousseff del poder.
Es crucial que esta vez las fuerzas políticas de oposición que se unirán el sábado en el primer acto nacional contra el Gobierno y su jefe, sepan tocar las fibras de una sociedad que busca una solución urgente en contra el negacionismo bolsonarista de la pandemia e intentar que Brasil se convierta en el mayor cementerio del mundo.
Que el acoso a Bolsonaro se está agudizando como solución para rescatar la esperanza perdida de este país lo revela el hecho que hasta el presidente del Congreso, que fue apoyado por Bolsonaro, por primera vez ha hecho público que ha empezado a analizar las más de cien peticiones de impeachment que hasta ahora dormían sueños tranquilos.
Brasil, a pesar de todos sus problemas aún sin resolver, como el racismo heredado de la esclavitud y sus abismales desigualdades sociales, es un pueblo al que el mundo ha visto siempre como un laboratorio en el que se podría construir una nueva civilización basada no solo en sus riquezas naturales sino también espirituales y de sincretismo cultural y religioso. Justo lo que el bolsonarismo de raíz intenta destruir con su política demoníaca. Una política que despierta en la gente esa zona de sombras, de odio y de violencia que anidan en cada persona, algo que solo la cultura y una convivencia civilizada son capaces de neutralizar dejando que prevalezcan los sentimientos positivos del abrazo y de desafío a la dureza de la vida que son lo mejor del alma brasileña.
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