Devolver el genio a la lámpara

El trabajo con nuevos virus carece de protocolos y regulaciones internacionales equivalentes a los de la experimentación nuclear. Se encuentra fuera del radar de la supervisión pública y mediática

Dos mujeres caminan por una calle de Wuhan (China), el pasado enero.ROMAN PILIPEY (EFE)

Inmersos, como estamos, en la preocupación por el uso de la tecnología nuclear, no hemos sido capaces de poner el foco de atención sobre las actividades que llevan a cabo los laboratorios biológicos, con fines civiles o militares.

La inquietud ante el enriquecimiento de uranio de Irán, ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Inmersos, como estamos, en la preocupación por el uso de la tecnología nuclear, no hemos sido capaces de poner el foco de atención sobre las actividades que llevan a cabo los laboratorios biológicos, con fines civiles o militares.

La inquietud ante el enriquecimiento de uranio de Irán, el accidente en la planta de Fukushima y anteriormente Chernóbil, el miedo —definitorio de la Guerra Fría— a un armaguedón atómico, nos han distraído del peligro que representan para la humanidad los experimentos con patógenos. Experimentos que llevan años desarrollándose y que definen los temores de la globalización.

La decisión de Joe Biden de indagar en el origen del coronavirus coloca en un primer plano la tesis de una fuga del SARS-CoV-2 del Instituto de Virología de Wuhan, en China. Al margen del resultado obtenido, más allá de que en algún momento lleguemos a saber la verdad sobre el origen del virus, el mero hecho de reconocer esta posibilidad pone de relieve los errores y tejemanejes que han rodeado la información y comunicación de la cuestión.

El primero de ellos, desestimar la llamativa coincidencia que supuso la aparición del covid en la misma ciudad donde se investiga la creación de nuevos coronavirus de elevada capacidad infecciosa. Desestimación incitada por el cierre de filas taxativo de la comunidad científica a favor de la tesis del origen natural del virus, sin evidencia por el momento, y la sustitución del debate sobre una posible fuga accidental por la acusatoria teoría de la conspiración, insinuada por Trump, y de fácil descalificación teniendo en cuenta el descrédito del entonces presidente. Una maniobra de prestidigitación que permitió correr un tupido velo, concurrente con los intereses de Pekín, sobre lo sucedido. No es de extrañar, afirma el Boletín de Científicos Atómicos en un destacado ensayo, dado que los virólogos, por lo general, tienen poco interés en atraer la atención sobre las pruebas que realizan. Fue decisiva la carta que publicaron, a iniciativa de Peter Daszak, presidente de una organización neoyorkina que financia el proyecto del Instituto de Virología de Wuhan, en la revista científica The Lancet, defendiendo prematuramente la causa natural del virus.

La asunción de la conjetura se puede atribuir en parte a la disonancia cognitiva generada por el deseo de contrarrestar el populismo de Trump y combatir la desinformación rampante. Asunción de la que fueron partícipes los medios de comunicación. Como ocurrió en las elecciones estadounidenses de 2016, cuando se predijo, erróneamente, la victoria de Hilary Clinton frente al candidato republicano.

El trabajo con virus carece de protocolos y regulaciones internacionales equivalentes a los de la experimentación nuclear. Se encuentra fuera del radar de la supervisión pública y mediática. Igual que ha ocurrido en el ámbito atómico, hay que devolver a su lámpara a este peligroso genio. @evabor3

Sobre la firma

Más información

Archivado En