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Elecciones Perú
Columna
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Perú: cerrando una (mala) novela

Ninguno de los objetores pudo blandir aunque fuese una sola prueba del supuesto “fraude”. Al revés. Todas las organizaciones internacionales observadoras elogiaron el rigor del proceso electoral

Diego García-Sayan
Pedro Castillo presidente electo de Perú
El presidente electo, Pedro Castillo, saluda al actual, Francisco Sagasti, en un encuentro en el palacio de Gobierno, el 21 de julio.Peruvian Presidency / HANDOUT (EFE)

Se dijo y alegó de todo desde una alucinante extrema derecha, reforzada por algunos personajes connotados. Todo para torpedear durante seis interminables semanas, con todo tipo de armas, la proclamación de Pedro Castillo como presidente del Perú, elegido el 6 de junio en la segunda vuelta ante Keiko Fujimori.

Habían venido repitiendo que Castillo era “comunista” y que su Gobierno copiaría el “modelo” de Castro, Chávez y Maduro. Costosos paneles luminosos con angustiantes imágenes de balseros cubanos, entre otras perlas, anunciaban lo que pasaría con los peruanos si ganaba. Luego de la votación, cuando estuvo claro que los resultados favorecían a Castillo, el eje pasó a ser, con insistencia y sin pruebas, la patraña de un supuesto fraude. Incluso, que el sistema electoral peruano estaba manejado por venezolanos chavistas (expresidente colombiano Pastrana dixit).

Mientras, se organizaban agresiones contra funcionarios electorales, y otros hacían inaceptables llamados públicos y reiterados a los militares para “actuar”; es decir para que hagan un golpe de Estado. En paralelo, el partido perdedor en la segunda vuelta presentó más de 1.000 recursos para obstruir el resultado inevitable, postergando la proclamación y el trabajo de transferencia gubernamental.

La batería estaba nutrida de artillería pesada. Pero es que ninguno de los objetores pudo blandir, aunque fuese una sola prueba del supuesto “fraude”. Al revés. Todas las organizaciones internacionales observadoras de la elección (más de 20) elogiaron —y lo reiteraron— la calidad y rigor del proceso electoral. Y lo hicieron también los principales Gobiernos democráticos del mundo.

Pero los hechos no importaban. La rabia e intolerancia marcó el compás de la música. Tanto así que llegó a ser asumida hasta por la señora Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid, quien con ligereza reprochable llegó al extremo de afirmar que en el Perú habían votado “44.000 muertos”. Tendrían que pedirle a ella excusas —o al menos darle explicaciones— quien le transmitió en Madrid tremendo cuento.

La largamente esperada proclamación oficial de Castillo como presidente electo ocurrió este lunes. ¿Cambiará esto las cosas y el clima político? Esperemos que sí y a favor de ello tenemos al menos un par de indicadores.

Empecemos por el presidente electo, el profesor Castillo, hombre del ande que asumirá la presidencia el próximo miércoles 28 cuando se conmemora el bicentenario de la independencia. En su breve intervención pública, desde el balcón de su local político y a los pocos minutos de su proclamación, fue muy claro y enfático. Llamó a “la más amplia unidad”, a “construir juntos un Perú más justo, más unido, más humano” e invocando directamente “a la señora Fujimori a que no pongamos más obstáculos para sacar adelante este país”. También señaló que habrá estabilidad política, jurídica y económica. En cualquier contexto político eso sería positivamente entendido como una muy importante señal.

Veremos si este llamado, que es algo más que un gesto, tiene correspondencia. Nubla el panorama el hecho de que, pese a que la señora Fujimori dijo el lunes reconocer que Pedro Castillo había sido proclamado presidente, con la otra mano borraba tal reconocimiento: la proclamación era “ilegítima” (algo similar a lo que dijo en el 2016, luego de lo cual su bancada se dedicó plenamente a sabotear el Gobierno elegido en esa ocasión). Anunció, a la vez, que bregará porque se “restablezca la legitimidad”; blandió, pues, hacha de guerra. La invocación y convocatoria unitaria del presidente electo tendrá que ser firme y sostenida, pues habrá vibras de fanatismo y de confrontación, ya anunciadas, que lo adversarán.

El segundo indicador es que durante la segunda vuelta Castillo fue afinando y precisando sus formulaciones. Clarísimamente quedó atrás el “ideario” con el que se inscribió el partido Perú Libre (PL); como las demás agrupaciones, a cuyas formulaciones genéricas pocos prestaron atención. Castillo, se sabe, fue invitado por PL, sin ser de sus filas, como candidato presidencial. Tanto él como voceros en materia económica, de manera reiterada, han afirmado durante la segunda vuelta la necesidad de la estabilidad económica e institucional y en su mensaje de este lunes volvió a rechazar enfáticamente “cualquier cosa que vaya contra la democracia o cualquier pretensión de traer un modelo de otro país” (que se ha entendido como alusión a Chávez/Maduro y Venezuela).

¿Todo simple y sencillo? Por cierto, que no. Varias incógnitas se tendrán que ir resolviendo en un contexto en el que la extrema derecha podría seguir en pie de guerra.

Castillo no tiene mayoría parlamentaria y podría ocurrir que en la bancada del partido por el que fue candidato —la más numerosa, pero lejos de ser mayoría— no todo vaya a ser color de rosa. Tiene, pues, el primer reto en el que parece estar trabajando: reafirmar su declaración unitaria y concertadora y tejer alianzas para viabilizar el funcionamiento de su Gobierno. Esto podría incluir organizar un gabinete de cierta amplitud, como parecería ser la intención.

Por otro lado, está la calle, gente esperanzada que tocará con vehemencia las puertas del poder político desde el primer día ante un Gobierno que ha sido elegido como encarnación de cambio. Ello en un contexto dramático jaqueado por la pandemia y una caída económica de más del 11% en el 2020. El aumento de la pobreza, el desempleo y la pandemia demandan respuestas y resultados sin demora, con prioridad evidente y una agenda muy concreta.

En ese contexto complejo, el tema de una asamblea constituyente —planteamiento de su campaña— tiene sus propias complejidades. No jurídicas, porque un referéndum para consultar si se quiere o no una constituyente tendría base en los artículos 31 y 32.1 constitucionales. Sino principalmente por urgencias impostergables (pandemia y economía colapsada) y el contexto de polarización existente. Probablemente sea este el momento, pues, de afirmar caminos de concertación e ir afinando, para otro momento, asuntos que podrían ser más controversiales

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