Nuestra necesidad de consuelo
Al pasar la vista por la letra impresa, en nuestro cerebro se desata una tormenta eléctrica. Imaginar que hacemos algo y hacerlo es casi lo mismo
Hay un invento que, con una mínima inversión, te permite viajar más lejos que Jeff Bezos. Y no sólo por el espacio, también en el tiempo. La poeta Emily Dickinson, que apenas se alejó de su pueblo de Massachusetts, escribió que para trasladarnos a tierras remotas no existe mejor nave que un libro: “Qué frugal es el carro que lleva al alma humana”. Basta con una mano para sostenerlo y no precisa recarga, pero, al pasar la vista por la letra impresa, en nuestro cerebro se desata una tormenta eléctrica. Imaginar que hacemos algo y hacerlo es casi lo mismo. Lo corrobora la ciencia: las técnicas de neuroimagen muestran que, en ambos casos, se iluminan regiones similares. Y los libros no solo suprimen distancias físicas, sino que además favorecen un diálogo cercano entre personas de diversos orígenes. A partir de las diferencias la literatura crea afinidades.
Roberto Calasso, fallecido hace una semana en Milán, fue el faro de la editorial Adelphi (“hermanos”, en griego) durante más de medio siglo. Comparaba el libro con la cuchara, dos objetos de diseño perfecto, inventados de una vez para siempre, para el propósito de alimentar. En su obra ensayística buceó en los mitos griegos, el mundo védico o la religión hindú en busca de un retrato completo de lo que una vez fuimos y de lo que aún somos. Hoy persisten la crudeza y los sacrificios que se narran en ellos, pero ataviados con otros nombres. En uno de sus últimos ensayos enseñó cuál era el mejor orden para una biblioteca personal: la ausencia de este. Porque el conocimiento se asienta sobre terreno volcánico: por debajo siempre pasa algo y por eso es cambiante, promiscuo, caprichoso, transnacional y transversal. Sabía que el paradigma digital nos hace sentir falsamente sabios, expertos en todo, cuando más bien somos náufragos que bracean en un océano de datos y noticias intrascendentes. “Vivimos en un almacén de copias que han perdido sus moldes”, leemos en Las bodas de Cadmo y Harmonía. Para Calasso, lo principal era asomarse a lo invisible, perseguir esos moldes.
La literatura no consiste en manuales de instrucciones. No pretende decir la última palabra. Acepta una pluralidad de lecturas y acrecienta nuestra comprensión de la vida, ese viaje imprevisible entre lugares inexistentes, según Stig Dagerman. Tras cruzar la Europa devastada de la posguerra, el escritor sueco concluyó que “nuestra necesidad de consuelo es insaciable”. Por eso necesitamos a diario los libros. Como la cuchara.
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