_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Imperialista

Admiramos las aventuras de Isabel en Estados Unidos, como ‘Tintín en el Congo’, como ‘Astérix en Hispania’. Su aura se expande con efecto ultramarino

Marta Sanz
Isabel Diaz Ayuso EEUU
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en las inmediaciones del Capitolio, el 29 de septiembre en Washington (EE UU).Craig Hudson. POOL (Europa Press)

Irradiando hispanidad desde el centro del centro de las Españas ―no sabemos por qué usamos el plural―, corazón que late bajo la bandera de Colón, sin miedo a acusaciones de localismo, porque nuestro proyecto es neoimperial, cosmopolita y patriota ―¿cosmoperial?, ¿patriolita?, ¿neotriota?―, retransmitimos en perfecto diferido homenaje a Cospedal y admiramos las aventuras de Isabel en Estados Unidos, como Tintín en el Congo, como Astérix en Hispania. Su aura se expande con efecto ultramarino. Isabel Díaz Ayuso, Marianne sin gorro frigio, hace las Américas por arriba y desde arriba, en la tierra de las oportunidades y los poor whites. Surca los cielos, habiendo subrayado la ejemplaridad de amasar capitales antes de los 30 como prueba de valía ―nunca de corruptela― y paladeando el éxito seguro del musical sobre Hernán Cortés que rehabilitará nuestras esencias. Indios e indias trabajarán con taparrabos antes de salir corriendo a pelar patatas en restaurantes que les pagan en negro: el musical, que calificaríamos de faraónico si faraónico no fuese una palabra de reminiscencia camita y foránea, incluirá escenas con fornidos soldados españoles y aguerridos religiosos que enseñarán el Jesusito de mi vida a los desarrapados aztecas. Isabel, valiente, le pone los puntos sobre las íes al Papa y a la mama, porque a lo hecho pecho y el perdón no forma parte de su vocabulario. Puede que por imperativo de una interculturalidad tiquismiquis, algunos menas ―¿camitas?, ¿semitas?, ¿bereberes?― formen parte del coro. Se barajan como candidatos para el protagonista nombres de tenores damnificados por el contemporáneo exceso de escrupulosidad sexual. Telemadrid filma las aventuras isabelinas usando de fondo la Casa Blanca: profecía acaso de un imperio, sin capacidad de conciliación ni síntesis, donde nunca se ponga el sol ni existan los virus ni el quechua ni la voz profunda de Mercedes Sosa.

Desde aquí, irradiando hispanidad y gerundios de inicio de párrafo, en una terraza populachera de a cinco euros la caña, porque aquí sí sabemos vivir y podemos dar lecciones, pronto daremos también fe ―sí, fe― de cómo la presidenta reformula la salsa acrobática caleña y, en la Universidad de Buenos Aires matiza el concepto de “desrealización” de Josefina Ludmer. Mientras, sus adláteres tachan palabras como “racismo” y “restitución” de exposiciones sobre la Hispanidad 2021. Isabel, terminal panhispánica de dudas, invitará a la población chilena a dejarse de huevadas y huevones, y marcará las líneas arquitectónicas de los cholets del Alto en Bolivia. La presidenta acierta: “El indigenismo es el nuevo comunismo”. Ella mide bien el mal que infligen al progreso y la acumulación de capitales las comunidades indígenas que se niegan a la tala. Emitimos aplausos enlatados y brindamos por nuestra presidenta que conoce las formas de organización en torno al común de algunos de estos peligrosísimos pueblos. Porque lo nuestro es mejor y todo lo hemos hecho por el bien ajeno. Porque nos importan un carajo ―hablamos en plata y en cristiano― Bartolomé de las Casas, estudios poscoloniales y Huasipungo. Porque somos los mejores y, cuando damos una hostia, en sentido recto y figurado, no es por el oro, sino por vuestro bienestar. Con la señal de la santa Cruz y desde el corazón de las Españas para la Hispanidad toda, emitimos sin complejos y con toda libertad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_