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tribuna
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El nuevo ‘señor no’ de Alemania

Es poco probable que el próximo canciller alemán sea un reformador europeo

Olaf Scholz Alemania
Olaf Scholz, durante una rueda de prensa sobre las conversaciones para formar Gobierno en Alemania, el pasado viernes.CLEMENS BILAN (EFE)
Wolfgang Münchau

Cuidado con lo que deseamos cuando pensamos en Olaf Scholz y su probable coalición alemana. La esperanza en Europa es que el nuevo Gobierno sea permisivo en materia de política fiscal y apoye la reforma del pacto de estabilidad; que Alemania defienda la culminación de la unión bancaria y la unión de los mercados de capitales; que el país se vuelva verde y digital; que abandone la estrategia de política exterior basada en consentir a los dictadores; y que se convierta en adalid de la autonomía estratégica europea.

Habrá más inversión en protección del medio ambiente y en digitalización, pero la mayor parte irá a suplir carencias que deberían haberse cubierto hace mucho tiempo: la digitalización de la administración pública; la reparación de carreteras y puentes sacrificada en el altar de la austeridad; las estaciones de recarga eléctrica en las autopistas; las redes ferroviarias de alta velocidad; y las de fibra óptica. Los Verdes exigen, y obtendrán, un programa de inversiones de 500.000 millones de euros a lo largo de 10 años. A razón de 50.000 millones por año, esto representaría alrededor del 1,5% del PIB, pero esta cifra no debe entenderse como la magnitud de la expansión fiscal. Para empezar, el Gobierno ya había reservado fondos para estos fines, entre ellos dinero del fondo de recuperación de la Unión Europea. Alemania ha reducido las inversiones públicas en la última década, pero no las ha dejado a cero. Es más, como insinúan los economistas Lars Feld y Marcel Fratzscher, el programa podría contrafinanciarse con recortes en las subvenciones, como la anacrónica subvención al diésel. Espero que la próxima coalición alemana siga respetando la letra y el espíritu del freno de la deuda. Esto significaría que el efecto fiscal neto de este programa de inversiones se contaría en porcentajes decimales del PIB. Algo que, por otra parte, no sería muy diferente si, al final, en Alemania gobernase otra de las coaliciones factibles aritméticamente.

El mayor efecto de un programa de inversiones sería resultado de la mejora de la calidad de las finanzas públicas. Es mejor gastar dinero público en digitalización que en subvenciones al diésel. Pero incluso este cambio cualitativo no tendrá lugar de la noche a la mañana, sino que necesitará tiempo. Además, irá acompañado de dificultades legales. Puedo imaginar que cualquier intento de introducir más flexibilidad en el freno de la deuda, ya sea a través de un mecanismo específico o de un fondo de reserva incluido en los presupuestos, será impugnado por el Tribunal Constitucional.

Lo que no preveo que cambie es la excesiva dependencia de Alemania de las exportaciones de manufacturas varias para su crecimiento económico, de la cual se derivan los demás elementos nocivos de la actual política alemana en Europa: los persistentes superávits por cuenta corriente; la dependencia de las importaciones de gas ruso; y la dependencia de China para las exportaciones, hasta el punto de que la relación germano-china probablemente sea el vínculo geopolítico más estratégico en el mundo en estos momentos. El futuro Gobierno alemán defenderá de boquilla la idea de autonomía estratégica europea, exactamente igual que el Gobierno saliente.

Pero quizá lo más decepcionante para el resto de europeos sea descubrir de repente que Olaf Scholz es tan conservador desde el punto de vista fiscal como sus predecesores Wolfgang Schäuble y Peer Steinbrück, el socialdemócrata que nos trajo el freno de la deuda. Un probable ministro de Finanzas para una coalición semáforo es Christian Lindner, presidente del Partido Demócrata Liberal (FDP) y un halcón fiscal. Lindner se opone incluso a la idea de un fondo de garantía de depósitos europeo, un asunto que entraría en las competencias de su ministerio. Ni Scholz, ni Lindner, ni los Verdes gastarán su capital político en la reforma del pacto de estabilidad europeo. Dado que entienden el freno de la deuda como la mera aplicación a escala nacional de la normativa de estabilidad de la UE, su decisión de respetarlo en todo su alcance les dejaría poco margen para la reforma. Yo diría que aceptarán un grado de flexibilidad para el acuerdo similar al que se conceden a sí mismos, pero eso serían migajas macroeconómicas comparado con lo que esperaban los defensores de la reforma del pacto de estabilidad. Una coalición semáforo no puede permitirse aplicar una política fiscal estricta en su país y luego dejar que se rebase el déficit en otros lugares de la zona euro.

Esta nueva coalición se define como fuerza modernizadora de la tecnología, no del arte de gobernar. Europa no fue un tema en la campaña electoral. Puede que la década de la reforma de la UE haya sido la pasada, cuando los europeos se hacían ilusiones pensando que el mecanismo de estabilidad europeo constituía una respuesta suficiente a los múltiples problemas de gobernanza de la eurozona. Esa oportunidad se perdió por causas sobre las que he escrito en múltiples ocasiones.

Esta década será la de la digitalización y la inversión verde. Para cuando la Unión Europea llegue a un acuerdo sobre la unión bancaria y la del mercado de capitales, podríamos encontrarnos con que las criptofinanzas estarán tan desarrolladas que la idea de una unión bancaria, y hasta la de los bancos mismos, resultarán anticuadas. La tecnología avanza a un ritmo más rápido que la reforma europea. Sospecho que, en el futuro, Alemania acabará siendo un socio tecnológico menor de China, mientras finge ser un aliado fiel de Estados Unidos y un buen europeo al mismo tiempo.

Una de las muchas lecciones de esta secuencia es que las oportunidades históricas —como la crisis de la deuda soberana del euro— no pueden desaprovecharse sin más. Lo que se deje pasar esta década no volverá la siguiente.

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