El poder y la alegría de Almudena Grandes
Un cáncer se lleva a los 61 años a una novelista fundamental de la literatura de la democracia
Las conmociones son egoístas pero este periódico quiere contar a sus lectores por qué Almudena Grandes ha sido una pieza esencial de su arquitectura íntima desde hace más de 20 años. Tanto en el pequeño espacio que ocupaba físicamente su columna en la contraportada como en su artículo en El País Semanal, la escritora y novelista ha proyectado una visión del mundo incapaz de ser neutral, esquiva o cobarde. Su concepción de la literatura ha crecido en el arraigo social y la sensibilidad hacia el sufrimiento de los más débiles, los derrotados por las guerras o por la vida misma. No solo por la envergadura es relevante su último ciclo de seis novelas en torno a la posguerra española, titulado Episodios de una guerra interminable (la quinta entrega aparecida en 2020, La madre de Frankenstein). Lo es también por la voluntad de rescatar entre la ficción y la realidad la peripecia íntima de un país plagado de derrotados en silencio. Ese compromiso estuvo de forma todavía muy leve en Los aires difíciles, donde exploraba los vericuetos emocionales del pasado enredados en una pareja que los vive en el presente y en Cádiz. Pero con El corazón helado sancionaba un nuevo horizonte literario que la emparentaba con la alta tradición de Pérez Galdós y un realismo omniabarcador. Nada escapaba del empuje hacia la exploración de una historia de España vivida por dentro y desde dentro, con emociones recreadas con la delicadeza del médico experto, y adelanto de la aventura que tantos lectores han disfrutado desde entonces con su ciclo más reciente.
Pero sería un error sucumbir a la tristeza y dejar de ver a Almudena Grandes como la mujer expansiva, alegre, hedonista, solidaria y combativa con aquellas causas que la sublevaban como persona y también como mujer. Fue valiente en la discrepancia y nunca se refugió en la arrogancia de un éxito de lectores que disfrutó desde muy joven. Su primera novela en 1989, Las edades de Lulú, se publicó ya en la editorial del resto de su obra, Tusquets, y le ofreció las condiciones para seguir haciendo lo que nunca creyó que podría hacer: dedicar la vida a los demás a través de la ficción y antes que sobre nadie, sobre sí misma, como en Malena es un nombre de tango. Sus artículos fueron muchas veces pequeños relatos o ficciones de proximidad con un lector que sabía de la interlocución directa que Almudena Grandes ofrecía y buscaba. Lo que más echará de menos la cultura española es el empuje moral de una narradora dispuesta a sumergirse en la pluralidad ingobernable de las peripecias de una sociedad compleja. Hoy quedan un puñado de poderosas novelas donde la virtud de la emoción y la inmersión irresistible en las vidas ajenas, inventadas o reales, acaba hablando de la vida posible de cada uno de nosotros.
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