Tuya casi siempre
Envidio que se pueda hablar a un amigo como hacía Carmen Martín Gaite a Juan Benet y conservarlo después
Dentro de poco hará treinta años que murió el escritor Juan Benet, a quien el paso del tiempo ha desplazado suavemente, como a tantos otros, del centro del debate literario. Pero, precisamente la semana en que presento una reedición suya, la desaparecida Carmen Martín Gaite se despide de él en una carta que encuentro publicada en Twitter con el siguiente mensaje: “Tuya casi siempre, C.”. Así es el pasado, tan vivo como un pez recién sacado del mar.
Tuve la suerte de presentar el ensayo ...
Dentro de poco hará treinta años que murió el escritor Juan Benet, a quien el paso del tiempo ha desplazado suavemente, como a tantos otros, del centro del debate literario. Pero, precisamente la semana en que presento una reedición suya, la desaparecida Carmen Martín Gaite se despide de él en una carta que encuentro publicada en Twitter con el siguiente mensaje: “Tuya casi siempre, C.”. Así es el pasado, tan vivo como un pez recién sacado del mar.
Tuve la suerte de presentar el ensayo La inspiración y el estilo de Juan Benet, dentro de la colección Pensadores del futuro, donde el Espacio Fundación Telefónica publica en formato digital (y gratuito) una selección de clásicos del siglo XX. El día de la presentación conocí a su hijo, Eugenio Benet, quien me habló de un libro que aún no conocía, la correspondencia entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet (editado por Galaxia Gutenberg). Y la verdad es que me quedé intrigada por el contenido de esas epístolas. Pues bien, al día siguiente, la escritora Anna Pacheco, empezó a compartir en Twitter fragmentos de aquella relación epistolar que efectivamente fue pura dinamita.
En la primera carta que comparte Pacheco, Martín Gaite abronca así a su amigo. “En mis deseos de felicidad para este año va implícito otro: el de tu urgente reforma. Pues si tardas mucho tiempo en tomar conciencia del resbaladero por el cual vertiginosamente te deslizas, pronto caerás sin remedio en el tremedal ingente y pavoroso que la insidiosa vanidad (ofuscando tu antigua capacidad de discernimiento bajo el carisma engañoso y fascinante de tu apariencia social) tiene abierto a tus pies para sepultarte”. Lo leo y siento tanta envidia que me escuece.
La envida no es porque Carmen fuera amiga de un Juan vivo mientras yo he tenido que conformarme con disfrutarlo difunto. Lo que de verdad envidio es que ella pueda hablar así a a un colega y conservarlo después. Yo no me atrevería a echar semejante rapapolvo a ningún escritor (o escritora) por muy idiota que se estuviera volviendo, pues pocas cosas son hoy tan temibles como la vanidad de un escritor. Pero ahí está ella, “cantándole muchísimo las cuarenta”, como señala Pacheco. Y ahí está él, para dar y tomar. “Con casi nadie me gusta hablar tanto como contigo”, resuelve ella en otro fragmento tuiteado.
“No sé con quién hablar de estas cosas; me da vergüenza reconocer que no sé por dónde ando, ni lo que busco ni lo que quiero” confiesa en otro momento Martín Gaite. Una declaración tan contemporánea como el abecedario que se marca Rosalía en Motomami. Así, el siglo XX llega a Twitter y lo llena de aire fresco y novedad. Pienso entonces cuan refrescante puede llegar a ser el pasado, especialmente cuando no es traído para explicarnos el presente sino para contemplarlo nada más, para que alimente nuestra mente como un sueño o una conversación. Las novedades del presente nos interpelan siempre en un sentido crítico y opresivo. “¿Has visto? ¿Te has enterado? ¿No sabes qué?” De modo que el presente me parece a veces un cuarto cerrado, tan lleno de cosas inútiles como un trastero o una red social. En cambio el pasado es, para bien o para mal, lo que nos ha quedado. Por eso volver a él es la forma en que podemos amar lo que somos y lo que hemos sido. “Tuya casi siempre”, dice Carmen en una de sus despedidas. Y eso mismo le digo yo a este presente nuestro, del que nos despedimos (y padecemos) a diario. Tuya casi siempre, N.