¿Es tolerable?

La desigualdad, otro indicador perfectamente medible y cuantificable, viene creciendo desde 2007 a un ritmo de pandemia

La congregación religiosa San Francisco ofrece alimentos a personas en riesgo de exclusión en Pontevedra en marzo de 2020.Salvador Sastre Ansó (EFE)

Lo decente, en un mundo civilizado, sería que los salarios se adecuaran a los precios del mismo modo que lo normal, en el mundo de la carpintería, es que las puertas encajen en sus marcos. Ahora, en cambio, la desproporción entre los sueldos y las tarifas de la luz, por citar un pro...

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Lo decente, en un mundo civilizado, sería que los salarios se adecuaran a los precios del mismo modo que lo normal, en el mundo de la carpintería, es que las puertas encajen en sus marcos. Ahora, en cambio, la desproporción entre los sueldos y las tarifas de la luz, por citar un producto de primera necesidad, es terrorífica. Hablamos de la luz como podríamos hablar de la merluza o del repollo. Uno hace cálculos para ver de estirar la paga hasta fin de mes, pero la goma se rompe el día 15, si no antes. Entonces, ¿qué pasa? Que llega la CEOE y dice que eso es bueno para la economía. En otras palabras: que colocar los salarios al nivel de los precios resultaría fatal. Cabe preguntarse a qué rayos llaman economía estos empresarios. ¿Acaso es económico que la población pase hambre? Parece que sí. Y no sólo hambre: frío también, y sed y el resto de las penurias físicas y mentales asociadas a la escasez.

Estos discursos contraculturales se escuchan ya como si formaran parte de un corpus filosófico aceptable. ¿Qué hay de ilícito en predicar la moderación salarial cuando comer tres veces al día es una quimera? Se trata de una idea como otra cualquiera que se exhibe sin rubor en los desayunos de trabajo del hotel Palace o del Ritz. Los incrementos salariales, aseguran, se deben vincular “a variables e indicadores económicos cuantificables y medibles”. Como si no se hubiera hecho siempre así, por una parte, y como si el precio de las berenjenas, por otra, no fuera un indicador económico cuantificable y medible.

La desigualdad, otro indicador perfectamente medible y cuantificable, viene creciendo desde 2007 a un ritmo de pandemia. Significa que unas clases sociales se empobrecieron para que otras se enriquecieran. Ese hecho atroz está documentado. El problema es que empieza a instalarse como políticamente tolerable.

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