La derecha en la ruta del autoritarismo posdemocrático
No se puede seguir mirando a otra parte; no se puede asistir a la deriva reaccionaria de las formaciones conservadoras como si fuera una especie de fatalismo
La derecha europea se entrega a la extrema derecha italiana. Suma y sigue en la vía hacia el autoritarismo posdemocrático que por interés o por falsa comodidad nadie quiere ver. Manfred Weber, presidente del PP europeo, se reúne con Berlusconi y Tajani para respaldar la alianza de la derecha italiana con los partidos neofascistas de Meloni y Salvini. Es decir, los partidos conservadores representados en el Parlamento Europeo —entre ellos el PP español, por supuesto— dan legitimidad a una coalición electoral liderada por la extrema derecha para reconquistar el poder en Italia.
La noticia ha pasado casi desapercibida el día en que la muerte de Gorbachov ha copado las portadas. Y, sin embargo, precisamente este desinterés informativo es una confirmación de la importancia del hecho. Un indicio, una señal más, de que estamos en una fase regresiva de la democracia europea que nadie quiere afrontar y se minimiza sistemáticamente, como si se estuviera buscando que el viraje de la derecha hacia el autoritarismo llegue sin que nadie sepa cómo ha sido. No hay excusa: la derecha europea viene trabajando esta carta desde hace tiempo, confiando en expedirla como una realidad completamente normalizada.
No se puede seguir mirando a otra parte; no se puede asistir a la deriva autoritaria como si fuera una especie de fatalismo. En democracia, a la extrema derecha se la combate y se la aísla porque su ideario —reiteradamente explicitado— es incompatible con valores y derechos básicos de las sociedades libres. Y ahora mismo la derecha presuntamente liberal da por buena una vía de reconocimiento y complicidad que conduce hacia el autoritarismo posdemocrático.
Que las democracias liberales están en dificultad en el proceso de transición hacia el nuevo modelo de capitalismo financiero y digital es una evidencia. El bipartidismo imperfecto que articuló la política europea después de la II Guerra Mundial ha quedado desbordado por las profundas transformaciones experimentadas en las estructuras de poder real de la sociedad en los últimos años. Crece la sensación de pérdida de autonomía de la política respecto de determinados intereses económicos y de incapacidad de dar satisfacción a los problemas derivados de nuevos parámetros que dejan en la intemperie y en el desconcierto a amplios sectores de población. Las izquierdas se mueven entre una socialdemocracia en crisis de proyecto y con melancolía de lo que fue y las dificultades de los diferentes ocupantes del espacio a su izquierda para leer el presente sin perderse en el ideologismo y en la eterna psicopatología de las pequeñas diferencias.
En este contexto, los profundos cambios en la estructura económica, tecnológica y corporativa generan en buena parte de la ciudadanía una sensación de desamparo e intemperie que, ante la impotencia de los partidos democráticos, les lleva a buscar refugio en el autoritarismo patriótico que, apelando al eterno recurso a lo que se vende como sagrado —la patria y el Todo— ofrece abrigo simbólico en un marco restringido y regresivo, al tiempo que cuenta con la complicidad de poderes relevantes de la sociedad en la medida en que se acomoda al territorio inviolable del neoliberalismo económico.
La aceleración de las mutaciones económicas en curso, los fracasos ante la realidad de un calentamiento global que cada vez se hace más difícil negar, las transformaciones del empleo, los déficits existenciales, la erosión de los poderes públicos y el fin del simulacro de paz de la Guerra Fría transmiten una sensación de inseguridad creciente y alimentan las figuras del paternalismo autoritario y posdemocrático. Y así se abren todos los interrogantes sobre la viabilidad de la democracia en el nuevo desorden que viene.
La crisis de la democracia americana, que está dividiendo fatalmente Estados Unidos en una lucha en que la derecha —desplazada hacia su extremo— está amenazando libertades sin cesar; y el retorno de la guerra en Europa, como herencia de la crisis irresuelta de la URSS, no han hecho más que aumentar el desconcierto, multiplicar las desconfianzas y ofrecer campo abonado a la deriva autoritaria en curso, mientras el liberalismo y la socialdemocracia se desdibujan. Y la derecha autoritaria emite señales de empatía y comprensión con Putin, fascinada por sus modos y maneras.
Ahora, las derechas europeas se han quitado el velo con el apoyo a la coalición reaccionaria italiana. De la mano de Manfred Weber, la derecha alemana ha roto el tabú de Angela Merkel, que nunca hizo una concesión a su extrema derecha. También allí la derecha olvida rápidamente el pasado cuando le conviene. En el camino del autoritarismo posdemocático el paso de las palabras a los hechos se acelera. Y entre las próximas estaciones aparece España en el calendario, con la derecha preparando la alianza entre el PP y Vox.
Como decía Jan Patocka, la función de la moral es “la incondicionalidad cuando el respeto a la humanidad del hombre está en cuestión”. Cuando la derecha empuja hacia la deshumanización, resignarse y contemporizar es renunciar a la defensa de una democracia amenazada.
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