La mujer que te limpia

Hay gente que se refiere a ella como “la chica”, en abstracto, convencidos de que lo suyo es cariño y no condescendencia encubierta

CSA-Printstock (Getty Images)

Hay gente que cree que la mujer que le limpia no tiene Twitter. Que no lee libros. No mira las noticias. Suelen referirse a ella como “la chica”, así, en abstracto, convencidos de que lo suyo es cariño y no condescendencia encubierta. Esa gente es la que casi nunca reconocería a la suya de cerca. En su cabeza es prácticamente un fantasma, un ente que se infiltra en su casa mientras trabaja y le soluciona la vida como un hada madrina la mar de barata. De “la chica” uno solo se acuerda cuando...

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Hay gente que cree que la mujer que le limpia no tiene Twitter. Que no lee libros. No mira las noticias. Suelen referirse a ella como “la chica”, así, en abstracto, convencidos de que lo suyo es cariño y no condescendencia encubierta. Esa gente es la que casi nunca reconocería a la suya de cerca. En su cabeza es prácticamente un fantasma, un ente que se infiltra en su casa mientras trabaja y le soluciona la vida como un hada madrina la mar de barata. De “la chica” uno solo se acuerda cuando le rodea la mierda. Poco importa lo que el resto del tiempo ella sienta o padezca.

En esta semana histórica en la que se han ampliado los derechos del colectivo de trabajadoras del hogar, en la que 400.000 mujeres —en su mayoría mujeres y extranjeras— podrán cotizar por la prestación de desempleo, he recordado un video que arrasó en Twitter este verano. Sucedía en la Asamblea francesa y ahí aparecía la recién estrenada diputada de la Francia Insumisa, Rachel Kéké, tomando la palabra y preguntando “¿pero alguno de ustedes ha ganado alguna vez 900 euros? ¡Por mes, no por día!” varias veces al resto de sus compañeros trajeados.

Si Kéke insistía frente a la negativa de su Gobierno de subir el salario mínimo es porque ella lo ha sufrido de cerca. Durante sus 48 años, esta mujer nacida en la Costa de Marfil y madre de seis hijos —uno fallecido— que vive con su hermana pequeña en un suburbio del sur de París, ha ejercido de cajera de supermercado, peluquera, cuidadora de ancianos y limpiadora profesional. También lideró una huelga sin precedentes contra la cadena hotelera Accor que duró 22 meses y de la que salió victoriosa, consiguiendo una subida salarial y mejoras laborales para casi una treintena de sus compañeras en el hotel Ibis de Batignolles. Poco antes de batir a su oponente, la exministra de Deportes Roxana Maracineanu por la que apostaba Emmanuel Macron, Kéké dejó claro que ella se presentaba a la Asamblea “porque ahí hace falta gente como yo, personas con trabajos invisibles a las que nos pagan mal y nos cuesta llegar a fin de mes”. Un asiento y altavoz para las mujeres fantasma de nuestras casas.

El video viral de Kéké no es el único que atesoro en mi pestaña de elementos guardados. Está a pocos tuits de otro clip que triunfó casi simultáneamente, cuando Francia Márquez, nueva vicepresidenta de Colombia, saludó, una a una, a todas las trabajadoras del servicio doméstico de la sede de la vicepresidencia mientras la que era la número dos del Ejecutivo y le traspasaba el cargo, Marta Lucía Ramírez, las ignoraba atusándose el pelo a su paso.

Si los guardo con cariño es porque pensé en enseñárselos a mi madre. Como cuando en Manual para mujeres de la limpieza subrayé la parte en la que Lucia Berlin explicaba que ella cambiaba las cosas de sitio adrede para que sus jefes entendieran que había estado ahí haciendo algo y lo memoricé, pensando en preguntarle si ella también tiraba de esa estrategia. Pero, como con estos videos, siempre que la veo hablamos de otras cosas, de las nuestras, y se me olvida.

La mujer que te limpia sabe qué desayunas, si has mantenido relaciones sexuales esa semana y los días que has estado enferma por la cantidad de pañuelos que recoge junto a tu mesita de noche. Prefieres no pensarlo, pero cada vez que te visita, la mujer que te limpia recorre con su cuerpo todos y cada uno de los centímetros de tu casa. A veces, a mí también me pasa, aunque sea hija de una que se deslomó organizando las rutinas de otras familias media vida. Entonces me sonrojo, avergonzada, cuando me pillo traicionándola, sin haber aprendido nada, despersonalizando a la trabajadora que limpia a fondo mi piso cada dos semanas y a la que, a veces, frente a otros, también he llamado “la chica”.

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