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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinero para África

Los países ricos tienen que cumplir con los acuerdos para combatir el cambio climático y proteger a los más frágiles

Un hombre observaba a su ganado muerto por la sequía y la hambruna en Etiopía.
Un hombre observaba a su ganado muerto por la sequía y la hambruna en Etiopía.EDUARDO SOTERAS (AFP)
El País

Más de 250 publicaciones médicas, entre las que se encuentran algunas tan prestigiosas como The Lancet, acaban de lanzar un editorial conjunto en el que se insta a los países ricos a financiar con más recursos la respuesta a la crisis climática en el continente africano. Lo han hecho en un momento oportuno, en vísperas de la Cumbre del Clima —COP27— que se celebrará en un par de semanas en Egipto, y con la decidida voluntad de intervenir para procurar frenar un proceso profundamente inquietante: esta crisis acabará afectando a todos los rincones del globo y buena parte de los países africanos, como otros del llamado Sur global, están condenados a sufrir la llamada doble injusticia del cambio climático: los que menos responsabilidad han tenido en su aparición al permanecer ajenos o en la periferia de los procesos de industrialización, son los que más sufren sus consecuencias por tener economías más dependientes del medio natural y carecer de los medios necesarios para hacerle frente.

Los estragos que en el mundo desarrollado puede generar una sequía se miden en un porcentaje determinado de cosechas arruinadas y pérdidas económicas. En buena parte de África estas mismas sequías, que se han multiplicado por tres en las últimas cuatro décadas, se convierten en hambrunas y migraciones internas. Según el último informe del Observatorio de Desplazamiento Interno, en 2021 se produjeron 40,5 millones de desplazamientos, de los cuales 30 fueron debidos a fenómenos relacionados con la crisis climática: sequías, tormentas, temperaturas extremas, inundaciones, deslizamientos de tierras o incendios forestales, entre otros. Lo más grave es que las consecuencias del cambio climático se encadenan unas a otras, y es importante señalar el riesgo que se anuncia si no se toman ya medidas efectivas. El aumento del nivel del mar reduce la calidad del agua dulce y provoca un incremento de enfermedades digestivas y diarreas, sobre todo entre los más pequeños; las inundaciones multiplican los casos de enfermedades como el dengue, la malaria y el ébola, y la malnutrición se ceba en los países más pobres, con incrementos del 50% desde 2012 según la FAO.

Ante tan dramática realidad, estas revistas científicas reivindican que se cumpla el compromiso adquirido hace ya 12 años, en 2009, de financiar con 100.000 millones de dólares anuales la acción climática en países en vías de desarrollo, y proponen la creación de un fondo de pérdidas y daños para compensar a los países que menos han contribuido a las emisiones de gases de efecto invernadero, pero que más sufren sus efectos. Resulta intolerable, en este sentido, el “valor real” de la financiación climática proporcionada en 2020 que, según un reciente informe de Oxfam Intermón, se sitúa entre los 21.000 y los 24.500 millones de dólares, frente a los 68.300 millones de dólares que los países ricos han declarado aportar en concepto de financiación. Todavía muy lejos de sus compromisos.

El editorial acierta con los grandes desafíos: superar la doble injusticia a la que se ven sometidos los países en vías de desarrollo —muchos de ellos africanos—, cumplir los acuerdos a los que se llega en las cumbres climáticas y establecer nuevos compromisos que ayuden a avanzar. Y subraya que los desequilibrios globales que provoca ya la crisis afectarán a todos con más pobreza y desigualdad, incremento de movimientos migratorios forzados y una intensificación de las tensiones sociales. Occidente no se va a librar. Aunque solo fuera por interés, una apuesta inteligente pasa por financiar a quienes más sufren las consecuencias de la crisis climática.

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