Vergüenzas democráticas
Una catarata de episodios a escala comunitaria y nacionales recuerda la fragilidad de la democracia
El año que se aproxima a su fin ha registrado varias buenas noticias para las democracias occidentales. En América, los dos gigantes —EE UU y Brasil— han sorteado bien los riesgos de elecciones que conllevaban aspectos tóxicos; en Europa, han mantenido una notable unidad frente a la brutalidad rusa. En conjunto, han capeado razonablemente bien aguas revueltas, demostrando su superioridad militar y tecnológica, mientras regímenes autoritarios como China, Rusia e Irán sufren en medio de gravísimos problemas y gran malestar ciudadano. Ello no impide que las democracias, y entre ellas las europeas, afronten desafíos formidables y episodios vergonzantes. La lista es nutrida, como evidencia la actualidad.
Los elementos que afloran en Bruselas relacionados con el presunto caso de sobornos de Qatar son, cómo no, sumamente inquietantes. Tendrá que pronunciarse la justicia, pero lo que se entrevé tiene potencial de crear un enorme boquete en la credibilidad del proyecto europeo común. El riesgo de erosión de la confianza es enorme, sus detractores no tardarán en usar la munición. Es esencial que la reacción democrática sea correcta, sin eludir responsabilidades desviando la atención hacia enemigos exteriores, sin empeorar el incendio por intereses partidistas, y concentrándose en cómo mejorar el entorno para evitar casos como el que se perfila. Evitar por completo desviaciones humanas es imposible. Pero en calles bien iluminadas, controladas, pulcras, se delinque o ensucia menos que en las abandonadas y oscuras.
La democracia española prosigue en su descenso hacia el Averno. La derecha tiene la culpa original y trascendental de un bloqueo del Poder Judicial y de otros órganos clave que es un torpedo contra la arquitectura institucional y que obviamente se explica por un descarado interés partidista. De ese enroque provienen grandes lodos. Además, tiene la responsabilidad de una injustificada erosión de la legitimidad de la acción política basada en el resultado de las urnas. La coalición gubernamental procede de forma equivocada para sortear aquel bloqueo, mientras su gestión de la cuestión catalana, formalmente justificada con el ideal de desinflamar el conflicto, también deja entrever el triste perfil del cálculo partidista —acertado o no, se verá—. La nocturnidad de votaciones y comparecencias y la urgencia inaudita de ciertas acciones dejan la sensación de que, al margen de la defensa retórica de las medidas, los propios impulsores de las mismas no están muy orgullosos de ellas.
Hay muchos elementos para considerar que las responsabilidades de los primeros tienen una envergadura claramente mayor que las de los segundos. Es por supuesto legítimo que otros consideren lo contrario. Lo que es inadmisible y peligrosa es la propensión de tantos a agigantar los errores del bando adversario y obviar por completo o minimizar hasta la insignificancia los del propio. Precisamente, complica el pronóstico español la abundancia de cíclopes político-mediáticos, gigantescos no por su altura moral o intelectual sino por el tamaño grueso de las palabras, refractarias a cualquier anhelo honrado de comprender. Dotados de un solo ojo, siempre lo dirigen hacia la parte al otro lado de la trinchera que desgarra España. “Justos son dos, y son ignorados” (Inf. VI), clamó Dante en un celebre verso dedicado a la escasez de espíritus independientes y constructivos en una Florencia desgarrada por la lucha de facciones. Versos muy apropiados para la España del siglo XXI.
Hay mucho más. Indicios de racismo y discriminación en la diplomacia holandesa —después del terrible escándalo de los miles de familias acusadas erróneamente de percibir ayudas sociales con una lupa investigativa claramente racista—; las amenazas del Partido Conservador británico de dificultar aún más el derecho a la huelga en medio de una oleada de protestas por la subida del coste de la vida; una trama golpista descabezada en Alemania; turbios indicios de espionaje ilegítimo a opositores y periodistas en Grecia…
Conviene no dar por descontada la solidez democrática. Todos sus partidarios tenemos la responsabilidad de ponderar bien las consecuencias de nuestras acciones y omisiones, máxime en medio de espirales perversas. Lógicas de rebaño, equidistancias perezosas o interesadas, simple desinterés son parte del problema, no de la solución.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
Más información
Archivado En
- Opinión
- Europa
- Unión Europea
- Democracia
- Corrupción
- España
- Política
- Poder judicial
- CGPJ
- Tribunal Constitucional
- Elecciones Brasil 2022
- Brasil
- Estados Unidos
- Elecciones
- China
- Rusia
- Irán
- Parlamento europeo
- Qatargate
- Estado de Derecho
- Gobierno de coalición
- Holanda
- Reino Unido
- Partido Conservador
- Alemania
- Grecia
- Protestas sociales
- Corrupción en Brasil