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Columna
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Celebraciones navideñas

Cada jornada que los participantes en la ‘rave’ de un pueblo de Granada aguantaban ante la indignación postiza, se reforzaba el encantamiento de los vecinos

Varios asistentes a la 'rave' de La Peza (Granada) limpian la zona tras el fin de la fiesta.
Varios asistentes a la 'rave' de La Peza (Granada) limpian la zona tras el fin de la fiesta.FRANCISCO BONILLA
David Trueba

Me caen bien esas personas que le hablan al televisor. Es algo que vi hacer a mis mayores y que he adoptado por costumbre. Como lo que miro son las noticias, hablo con los presentadores, los entrevistados, los enviados a cubrir espacios problemáticos y, por supuesto, con los miles de encuestados en la calle que se han convertido en protagonistas de cualquier noticia. Ahora se descubre una nueva disfunción del átomo y le interrogan por ello a una pareja de mediana edad que pasea por Callao. No tienen ni puñetera idea del asunto, pero opinan con gracejo y soltura. Las noticias son así. La semana anterior se pasaron seis días hablando de un gato grande y blanco avistado por unos vecinos sin mencionar ni un solo segundo las protestas ciudadanas en Irán, que es el acontecimiento internacional de mayor relevancia en estos días. Así se va conformando nuestra escala de valores, por la cual Picasso acaba siendo un señoro que trató de manera incorrecta a alguna de sus amantes y, en cambio, la marquesa de Griñón nos ha de resultar una personalidad arrebatadora. A uno le dan ganas de irse a vivir a la viñeta de El Roto, que será pesimista, pero al menos es inteligente.

Pero, de pronto, aparece algo fantástico y te reconcilia con el mundo. Y no abrazas al televisor porque las pantallas ahora son planas y no tienen la chepa de tubo que tanto las humanizaba. Que una fiesta rave dure seis días en un paraje de Granada te devuelve al tiempo en que las cosas sucedían sin propaganda. Sé que es un consuelo bobo, pero antes las películas tenían éxito porque lo merecían, no por inducción anticipada. Los mejores libros surgían inesperados porque uno leía sin el prejuicio de leer lo que hay que leer. Los días de lluvia llegaban sin aviso meteorológico y, por tanto, la gente se mojaba de forma inesperada, con lo que descubría que nada marida mejor con un sentimiento personal como el azar de la naturaleza. Y hasta en ocasiones los políticos más útiles surgían en la profundidad callada del bosque como la seta jugosa y no por la explosión artificial de un talento mediático chocante. Así esta fiesta continuada y sin premio se erige en el acontecimiento más nutritivo de las últimas semanas.

Por supuesto, para encumbrar este tipo de convocatoria es necesario que provoque el espanto de las autoridades, la alarma moral, la indignación de los enviados especiales y el consenso de los opinadores sobre eso de que la sociedad ha tocado fondo. Todas ellas, reacciones que no atizan contra la discoteca del polígono industrial donde suceden cosas apabullantemente más siniestras cada fin de semana. Ni contra la fiesta municipal o patronal que suele ser más ruidosa, sucia y alcoholizada. Un acto que se convoca para ciscarse en las ordenanzas alcanza el éxito si las desborda y las sorprende hasta provocar que las fuerzas de asalto se limiten a aguardar durante días a que los convocados se cansen y se larguen a su casa tras recoger hasta la última colilla. Y ahí es donde entra la relación con el televisor, porque cada jornada que aguantaban ante la indignación postiza, se reforzaba el encantamiento de los locales. Antes que acudir a la llamada a filas de Vladímir Putin, a la cola de las rebajas, a la puntual conexión para depositar el excremento audiovisual en la red social favorita y al pasillo de urgencias, los vecinos decidieron que era mejor sumarse a la rave.

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