‘Las niñas’ se crecen: por qué importa tanto la huelga de las dependientas de Inditex
Han entendido mejor que nadie que las mujeres trabajadoras sufren dos veces, por mujeres y por trabajadoras. Y que la batalla sindical está en el salario digno
Dentro de Inditex, a las dependientas se las conoce como “las niñas”, según han publicado Business Insider y otros medios. No deja de ser como cuando en Estados Unidos, en tiempos de la segregación y las leyes racistas Jim Crow, a los hombres negros adultos se les llamaba boys, siempre boys. Nunca men. Las niñas, o el personal de tiendas, que suponen más de un 80% de la plantilla global de la empresa que ahora lidera otra mujer, Marta Ortega, están inmersas en una lucha sindical para que el gigante textil les suba el sueldo 500 euros al mes y equipare sus ventajas con las que ya disfrutan el personal de logística, fábrica y centrales. Estos, que son en su mayoría hombres, reciben, por ejemplo, pluses de 500 euros por matrícula universitaria de los hijos, 175 euros al mes por tener un hijo con celiaquía y 200 por un familiar con discapacidad, mientras que las dependientas —llamémoslas en femenino, como se hace desde hace tiempo con las enfermeras— no obtienen ahora ni uno solo de esos beneficios.
El día 7 de enero, el que marca el inicio de las rebajas, muchas de esas trabajadoras hicieron su primera jornada de huelga en Madrid (donde algunas tiendas del grupo ni siquiera pudieron abrir), Barcelona, Valencia, Sevilla y Logroño.
La protesta sigue a la que iniciaron las dependientas de A Coruña, donde nació el grupo. Allí, las trabajadoras de las tiendas fueron a la huelga en otro día muy sonado para el comercio, el pasado Black Friday, y consiguieron atención mediática estatal con una manifestación de la que salieron algunos lemas pensados para hacer ruido: “Traballo en Oysho, salario de lixo”; “Trabajo en Massimo, salario mínimo”; “Traballo en Pull&Bear y non teño para vivir”. Tras un mes de movilizaciones, e ignorando los acuerdos que CC OO y UGT firmaron a sus espaldas, las dependientas gallegas lograron al filo de la Navidad un aumento de 382 euros al mes, casi los 440 euros que exigían, una subida de casi un 25% del sueldo que empezará a aplicarse progresivamente en la nómina de enero. Una victoria laboral rotunda que ahora buscan extender en el resto del territorio.
Hay varios motivos por los que esta protesta es especialmente significativa. Uno, porque se hace contra Inditex, y es difícil transitar por la vida sin ser cliente de Inditex, sin tener al menos una sudadera de Pull&Bear, unos calcetines de Lefties o un sujetador de Oysho. Además, muchos españoles que jamás cobrarán beneficios de esa empresa sienten una especie de calorcillo vicario cuando viajan por el mundo y ven Zaras en las grandes avenidas de las capitales, como si a ellos les correspondiera también algo del éxito de la familia Ortega, a quienes defienden siempre contra viento y marea.
También es significativa la protesta porque no es común en un sector inmensamente feminizado y precarizado, el del pequeño comercio. En los anuncios de trabajo que se pueden encontrar ahora mismo del grupo en portales como InfoJobs se pide a las futuras dependientas que sean “entusiastas”, “proactivas”, “con gusto por la moda” y además “con buena presencia” (cuatro de los requisitos para entrar a trabajar ahora mismo en una tienda de Las Palmas). “Entusiasta” y “proactiva” son maneras muy 2023 de decir “discreta”, “poco lianta”, “cumplidora”. Lo de la buena presencia ni siquiera necesita traducción; se entiende a la primera. Y es una constante en los anuncios para este tipo de empleos. De una dependienta, un empleo físicamente duro que sirvió para enganchar al mercado laboral a muchas mujeres ya en los años sesenta y setenta, se espera que sea educada, gentil y servicial, valores todos ellos muy ligados a lo femenino, que no proteste ni mucho menos monte una huelga.
Además, ya desde el lema principal —”trabajo en Inditex y no llego a fin de mes”—, la huelga de las dependientas ha centralizado el primer problema del panorama laboral español: los salarios bajos. No es (solo) que falte el empleo; es que el que hay no da para vivir.
Hay una última y definitiva razón para admirar sin ambages esta corajuda revuelta de las niñas: el lenguaje clarísimo, informado y politizado que ellas mismas están utilizando en sus reivindicaciones. “Con una inmensa mayoría femenina entre las dependientas, el trato que nos da Inditex es un ataque como mujeres”, decía la líder sindical Carmiña Naveira a Silvia R. Pontevedra en este mismo periódico. Los datos son obstinados y, se miren como se miren, arrojan que los empleos feminizados, como los cuidados o la atención al público, son también los más precarios y que la pandemia golpeó a las mujeres de manera mucho más drástica en lo laboral, y, aun así, siempre hay quien se empeña, también desde la izquierda nostálgica, en desvincular feminismo de laboralismo, como si no fueran dos soluciones al mismo problema. No se enteran de que las obreras son ellas, las niñas, y ahora mismo las que personifican mejor la batalla también.
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