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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un año de guerra en Ucrania

La invasión por parte de Putin ha alterado el orden mundial y ha puesto a prueba la unidad de Europa

Guerra Ucrania
Una mujer junto al féretro de su marido, un soldado ucranio, en un cementerio de Járkov el pasado 16 de febrero.STRINGER (REUTERS)
El País

El próximo 24 de febrero se cumplirá un año del inicio de la invasión de Ucrania por parte de las fuerzas rusas. El conflicto bélico empezó en 2014 con la anexión de Crimea y el asalto a la región de Donbás, pero entró en una fase completamente diferente con la agresión a gran escala de febrero de 2022. El fracaso de la ofensiva que pretendía rendir Kiev en unas jornadas ha terminado por convertirse en una guerra larga que no solo produce centenares de miles de víctimas y una enorme destrucción en el país agredido, sino que está transformando el actual orden mundial. Una ambiciosa ofensiva que el Kremlin proyecta para primavera ha obligado a los aliados occidentales de Ucrania a dar un paso más en su apoyo militar. Y, sin embargo, Kiev sigue reclamando más ayuda.

La brutal agresión de Vladímir Putin produjo una respuesta inmediata de las democracias más desarrolladas, que tejieron enseguida múltiples acuerdos ante lo que no dejaba de ser una intolerable violación de la legalidad internacional. Con Joe Biden en la Casa Blanca, la unidad de respuesta entre Washington y Bruselas ha funcionado a través de la coordinación de una amplia serie de medidas de ayuda militar y financiera a Ucrania, y de hasta diez paquetes de sanciones a Rusia. Dentro de la propia Unión Europea, los socios no solo han mantenido las filas prietas, sino que han respondido con más agilidad y han ampliado su perímetro de acción, por ejemplo destinando fondos para sostener la respuesta militar de Kiev. Ha habido también sintonía en las sanciones con democracias de Asia/Pacífico.

La invasión ha aclarado, por otro lado, los términos de la alianza entre Rusia y China, que se concretó en una declaración de amistad publicada justo pocas semanas antes del ataque ruso, y que anunció que la relación bilateral no tiene límites. La realidad es que los tiene: China no ha querido adoptar ninguna medida de apoyo directo a Rusia que pudiera desencadenar una reacción adversa de Occidente. Mantener fluido el flujo comercial con las democracias prósperas le importa mucho más que ayudar a su socio autoritario. Aunque en algunos momentos Pekín le haya dado algo de oxígeno al Kremlin, lo cierto es que la relación es de clara subordinación y dependencia de Rusia ante China.

Existe también una vasta y heterogénea constelación de países no alineados que observan con recelo el desarrollo de los acontecimientos. La resolución de condena de la invasión en la Asamblea General de la ONU fue aprobada por una mayoría aplastante, pero el número de países dispuestos a sancionar Rusia es mucho menor. Desde distintos países, e incluso desde determinados sectores en el interior de algunas democracias, hay voces que reclaman con urgencia la paz, señalan el riesgo de escalada y la inestabilidad económica y social que conlleva e, incluso, reprochan a Occidente lo que consideran una implicación cada vez mayor en la guerra.

Cualquiera en su sano juicio comparte el deseo de paz. Pero es Putin, responsable de haber iniciado el conflicto, quien no muestra ninguna intención de renunciar a las armas y al rediseño imperialista de las fronteras y quien reúne ahora más medios para iniciar una nueva ofensiva. La diplomacia no puede descartarse en ningún caso, Europa deberá tener voz propia en la salida de esta crisis, pero lo que no pueden hacer las democracias bajo ningún concepto es abandonar a Ucrania a su suerte. Y la única forma de responder con eficacia es seguir manteniendo la unidad y fortalecerla ante un inquietante panorama de destrucción que no da señales de remitir.

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