¿De verdad no debería preocuparnos Giorgia Meloni?
Para que suceda una calamidad solo hace falta una primera ministra inteligente, despiadada, y que sepa cómo ganar elecciones. Quien subestime a la líder italiana, lo hace por su cuenta y riesgo.
Cuando Giorgia Meloni era la clara favorita para ganar las elecciones del pasado octubre, mucha gente fue presa del pánico. Meloni es la líder de un partido de extrema derecha con vínculos históricos con el fascismo italiano. Cuatro meses después, el resto del mundo respira aliviado. La primera ministra no ha dejado de pagar la deuda de su país ni se ha peleado con la Unión Europea. Saber qué batallas librar y cuáles evitar es sin duda una cualidad de la inteligencia política. Al parecer, ella la tiene.
Sin embargo, la idea de una política de la derecha radical que también es inteligente no me inspira tranquilidad. Orbán, el primer ministro húngaro, también empezó como un conservador moderado antes de volverse progresivamente en un déspota. Aunque en estos momentos resulte difícil de creer, Vladímir Putin pasó sus primeros años en el poder cortejando a políticos occidentales como Bill Clinton, Tony Blair y Gerhard Schröder. La anexión de Crimea tuvo lugar en el 14º año de su mandato, y la invasión del resto de Ucrania, en el 22º.
Italia no representa una amenaza para la seguridad militar de ninguno de sus vecinos, pero sí para la seguridad económica. El mayor accidente que cabe prever sería la salida del país de la zona euro. Meloni dice que no tiene intención de hacerlo. Yo la creo. La primera ministra no se define a sí misma por oposición a Europa. Ha aprendido de los errores de la Liga de Matteo Salvini y del movimiento antisistema Movimiento 5 Estrellas. En 2018, la coalición de ambos tonteó con la idea de una moneda paralela para Italia, pero eran incompetentes y les faltaba preparación. Hoy en día, nadie en su sano juicio volvería a intentarlo.
Sin embargo, esto no zanja la cuestión. Meloni es peligrosa no por lo que quiere hacer ahora, sino por lo que tendrá que hacer más adelante para permanecer en el poder. Salir de la zona euro podría convertirse algún día en su única opción viable para conservarlo.
Desde la dimisión de Berlusconi durante la crisis del euro en 2011, ha habido siete primeros ministros italianos, incluida Meloni. Mario Draghi y Mario Monti eran tecnócratas. Giuseppe Conte, Enrico Letta y Paolo Gentiloni acabaron como figuras de transición con poca influencia. Matteo Renzi fue el más brillante. Aprobó unas cuantas reformas importantes del mercado laboral, pero al final se equivocó al juzgar el estado de ánimo de la opinión pública.
La razón profunda por la que todos ellos acabaron de patitas en la calle fue su incapacidad para remediar la falta de mejora de la productividad, causa última de la miseria económica italiana. Italia no ha registrado prácticamente ningún aumento de su productividad desde que entró en el euro. Los datos de la Universidad de Groningen muestran que en el periodo 2014-2019, la zona euro en su conjunto experimentó un crecimiento anual de la productividad del 1%. El de Reino Unido fue del 0,6%; el de Italia, del 0,2%. Si nos fijamos solo en 2018-2019, el porcentaje correspondiente a esta última descendió a menos 0,2%.
Una de las varias consecuencias de ello son las trampas de la pobreza regionales. Cuando Italia se sumó al euro, la gran brecha económica del país era la que separaba al norte rico e industrializado de un sur ‒el mezzogiorno‒ sin esperanza. Hoy en día, las zonas de pobreza abyecta y desolación están diseminadas por todo su territorio. Según un estudio de la Comisión Europea, 13 de las 21 regiones italianas han entrado en un círculo vicioso de emigración, bajo nivel educativo y escasa inversión. Esto incluye a las del norte, por lo demás prósperas. Italia tiene una de las peores perspectivas demográficas de todos los países de la UE, el segundo porcentaje más bajo de licenciados entre 25 y 64 años, y necesita desesperadamente inmigrantes para cubrir los puestos de trabajo.
No hay premio por adivinar cuál es la postura de Meloni con respecto a la inmigración.
Existen similitudes con la Gran Bretaña posterior al Brexit, salvo que la situación en Italia es mucho peor. Italia tiene menos margen fiscal, una diferencia de riqueza mucho mayor entre las regiones más ricas y las más pobres, y unos políticos que ni siquiera fingen estar a la altura porque nadie les creería.
Una solución evidente que persigue Meloni son las transferencias fiscales desde países europeos más ricos. Cuando la pandemia estalló en Europa, la Unión Europea hizo exactamente eso por primera vez en su historia. Acordó un fondo de 310.000 millones de euros en dinero real. La cantidad es menor de lo que parece porque se reparte entre muchos años. Italia consiguió más de 80.000 millones de euros para inversiones en tecnologías verdes e infraestructuras digitales. Vinculadas a estas subvenciones están las reformas económicas. Algunas se han llevado a cabo, pero la velocidad se está reduciendo.
Incluso mis amigos italianos, que por término medio son más optimistas que yo, no ven un cambio perceptible del aumento de la productividad como resultado de estas inversiones. A diferencia de Renzi, Meloni no es una reformadora. Es una pragmática, pero no está dispuesta a gastar capital político en ellas. Y los países del norte de la UE, principalmente Alemania y Países Bajos, se resisten a la idea de hacer más transferencias fiscales para ayudar al sur.
Así que, aquí estamos, en un triángulo imposible. Meloni afirma que no tiene planes para salir del euro. Tampoco tiene planes para resolver el problema subyacente. Y la zona euro no tiene planes para salvar a Italia. Italia pertenece a la categoría de países demasiado grandes para salvarlos y demasiado grandes para quebrar. Pero, al final, algo tiene que ceder.
Por supuesto, es posible que la primera ministra no sea tan inteligente como pensamos. También ella podría engañarse sobre su propia popularidad y correr la misma suerte que sus seis predecesores.
Mientras Italia no tenga una estrategia para combatir su problema crónico con el aumento de la productividad, no se puede excluir del todo la posibilidad de que abandone el euro. Ninguno de los problemas que quedaron de manifiesto durante la crisis de la deuda soberana de la eurozona se ha resuelto.
Para que suceda una calamidad solo hace falta una primera ministra inteligente, despiadada, y que sepa cómo ganar elecciones. Quien subestime a Meloni, lo hace por su cuenta y riesgo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.