La izquierda y las lecciones del pasado
Los partidos que combatieron contra las fuerzas franquistas en la Guerra Civil gastaron con frecuencia más energía en pelear entre ellos que en derrotar al enemigo
En octubre de 1936 llegó a Barcelona Samuel L. Shneiderman, un periodista que iba a cubrir la guerra para un puñado de publicaciones judeo-polacas. Había nacido en 1906 en Kazimierz Dolny, a orillas del Vístula en la región de Lublin, y sus notas estaban destinadas a unos lectores que veían apesadumbrados lo que sucedía en otros lugares de Europa: el triunfo de Mussolini en Italia y la llegada de Hitler al poder en Alemania, el golpe de los militares en España. La sintonía con el entusiasmo nacionalista y con las corrientes antisemitas era cada vez mayor en todas partes. El cuñado de Shneiderman era David Seymour, Chim, uno de los fundadores de Magnum y que también procuró contar lo que pasaba y consiguió algunas de las mejores imágenes de aquel desastre. Suyas son las fotos que acompañan Guerra en España, que acaba de traducirse y que reúne los reportajes de este cronista que escribía en polaco y en yiddish.
En un ensayo sobre Isaac Bashevis Singer, el escritor que escribió toda su obra en yiddish y que obtuvo el Nobel en 1978, Claudio Magris explica que frente al hebreo, que es para la comunidad judía la lengua de la ley y la verdad inmutable, el yiddish da forma a las experiencias más próximas, a “la existencia cotidiana, tumultuosa, imperfecta”. Y algo de eso tiene la guerra que cuenta Shneiderman. Sus piezas están llenas de esa cercanía. Llega al hotel Colón de Barcelona, tomado por los milicianos, y explica que el primer revolucionario que se instaló allí, “pistola Browning en mano”, “fue un trabajador judío de sastrería de nombre Shaye, de baja estatura y rostro muy afable”. Todo tiene un aire familiar, nada de lo que sucede responde a grandes abstracciones, son personas de carne y hueso las que se han visto arrastradas por el brutal remolino de violencia que recorrió España durante aquellos trágicos años.
Los toros, una taberna, un mitin, la abadía de Montserrat, el barco donde un tribunal popular juzga a los que se rebelaron contra la República el 19 de julio en Barcelona, una fábrica nacionalizada en Sabadell, un café en la Plaza de Cataluña, los despachos de los políticos: “El judaísmo de todo el mundo sigue con inquietud el destino de la España republicana”, le comenta a Lluís Companys, el presidente de la Generalitat, antes de hacerle una pregunta. Shneiderman escribe para los suyos, desperdigados en distintos lugares de Europa central, y procura transmitirles las vivencias humanas y el sinfín de matices de ese país en guerra.
Volver a visitarla desde los ojos de un judío de un pequeño rincón de Polonia que escribe en yiddish es verla desde una posición poco frecuente. Es probable que muchos de los lectores de Shneiderman fueran aniquilados por los nazis unos años más tarde. Hay quienes piensan que es bueno conocer el pasado para no volver a cometer los mismos errores. Vana esperanza. No llevaba mucho tiempo en Barcelona cuando Shneiderman observó, tras acudir a un mitin de la CNT y la UGT, una actitud que le llamó la atención. “El peligro del frente se halla lejos”, escribe, “el revuelo de los primeros días no se ha esfumado y los partidos dedican más energía a pelear entre ellos por la hegemonía y los programas futuros, que a ocuparse de organizar la resistencia contra el enemigo”. Esas grescas fueron letales para la República. Habrá que ver si aquello fue una lección o solo polvo que arrastra el viento.
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