Modo sicario
Tommasso Debenedetti empezó inventando entrevistas. Ahora mata en redes a personajes públicos. Y a veces cuela
Un hombre tiene a los medios de comunicación serios llamando a personajes públicos para preguntar si están muertos y a personas de buena fe llevándose disgustos y enviando sentidos e innecesarios mensajes de pésame. Se llama Tommasso Debenedetti (o eso dice) y en 2010, en una entrevista con EL PAÍS, presumió de ser “el campeón italiano de la mentira”. En los últimos días ha matado (en Twitter) a la exvicepresidenta Elena Salgado. Antes incluyó entre sus víctimas al escritor Gabriel García Márquez, a la autora de la saga de Harry Potter, J. K. Rowling, al Papa... Su táctica —bastante eficaz— consiste en crear una cuenta falsa con el nombre y la fotografía de alguien conocido —para que parezca que la fuente es fiable— y desde ahí, lanzar el bulo. En el caso de Salgado, eligió a José Ramón Gómez Besteiro, nuevo delegado del Gobierno en Galicia. Haciéndose pasar por él, tuiteó: “Muy triste noticia. Ha muerto Elena Salgado, exministra y gran gallega”.
Políticos de carne y hueso cayeron en la trampa y redactaron tuits lamentando el (no) fallecimiento. También algunos medios llegaron a publicar la (no) noticia. Al poco rato, otro tuit confesaba: “Cuenta falsa creada por Tommasso Debenedetti”.
El italiano no empezó matando. Al principio, se conformaba con entrevistar (en su imaginación) a personajes célebres: del Dalai Lama a Noam Chomsky; de Mijaíl Gorbachov a Joseph Ratzinger. “Mi idea era ser un periodista cultural serio y honrado, pero en Italia es imposible”, se justificaba en este diario. “La información en este país está basada en la falsificación. Todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial. Yo, simplemente, me presté a ese juego para poder publicar y lo jugué hasta el final para denunciar ese estado de cosas”. El juego se ha vuelto macabro. Ahora utiliza Twitter en modo sicario.
Como freelance, Debenedetti ofrecía las entrevistas falsas con personajes de lo más apetecible a periódicos pequeños, a ver si picaban. Y picaron. Múltiples veces. Pero no solo los peces chicos. En 2015, le coló una a The New York Times que, creyendo lo que decía una cuenta falsa de Mario Vargas Llosa, incluyó, en una reseña literaria, que el escritor había anunciado su boda con Isabel Preysler. El italiano había escrito mal el apellido de la reina de corazones, pero el autor del artículo no sospechó y el diario tuvo que publicar la rectificación que envió el premio Nobel: “Nunca he tenido una cuenta de Twitter, nunca he publicado ni publicaré nada en esa red social. Estupefacto al saber que ese tipo de chismes pueden llegar a una publicación respetable”.
Borracho de poder, Debenedetti suplantó a otro premio Nobel, la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, y al presidente de Afganistán. Fue otro escritor, Philip Roth, quien destapó al freelance que aparentemente tenía la mejor agenda de contactos del mundo. Una periodista de La Reppublica le preguntó por unas declaraciones que había leído en otro periódico italiano, Libero, en las que Roth se mostraba decepcionado con Barack Obama. El novelista, atónito, dijo que nunca había hablado con Libero y que además pensaba justo lo contrario: “Obama es fantástico”. Había sido otra fantasía de Debenedetti. Roth, molesto, se puso a investigar quién era el autor de la falsa entrevista y descubrió que John Grisham había sido víctima de la misma jugada, con críticas similares a Obama, el cebo para atraer a los editores. Roto el juguete de las entrevistas, el italiano se pasó al de las tuit-esquelas. Su rendimiento evidencia que la mentira, como cualquier virus, es contagiosa, por lo que conviene entrar en Twitter con todas las cautelas y vacunas. También revela que algunos no saben tener razón, es decir, cuándo parar.
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