Europa visita a China
La ausencia de resultados concretos en los viajes de los líderes europeos no debe frenar la acción de la UE con Xi Jinping
Desde que China puso fin a su polémica y problemática política de covid cero el pasado otoño, cinco líderes europeos han visitado Pekín: el canciller alemán, Olaf Scholz; el presidente del Consejo, Charles Michel; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el jefe de Estado francés, Emmanuel Macron, y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Se trata de una ofensiva diplomática en toda regla que subraya la importancia política y económica de China como actor global, le otorga a Xi Jinping un papel relevante para lograr que Rusia cambie de forma sustancial su campaña de agresión bélica a Ucrania y establece un papel autónomo europeo ante la potencia china, máxime cuando en el citado periodo no solo ningún representante estadounidense de alto rango ha visitado Pekín —en febrero, el secretario de Estado, Antony Blinken, canceló una visita en el último momento—, sino que las relaciones entre EE UU y China se han deteriorado de una manera notable.
Sin embargo, el centro de la noticia de estas visitas ha pivotado sobre todo en la presencia de los mandatarios europeos en la capital china antes que en resultados tangibles. El hecho es achacable en gran medida a la vaguedad con que los líderes chinos han respondido a las peticiones concretas en diversos campos realizadas por los líderes europeos. Ante la poca fiabilidad de la vacuna china contra la covid, Scholz logró pactar que la fórmula de Pfizer BioNTech fuera válida para los expatriados residentes en China, aunque la medida perdió gran parte de su efectividad al anular Pekín la política de covid cero. A su vez, Michel recibió de Xi Jinping palabras de ánimo para los “esfuerzos de mediación” europea en el conflicto de Ucrania, cuando en realidad la UE no es mediadora, sino que está inequívocamente de parte del agredido: Kiev. Sánchez obtuvo el reconocimiento chino del derecho de Ucrania a existir como Estado soberano —lo cual no es poco teniendo en cuenta que Putin lo niega por la vía teórica y la vía militar—, pero nada más en concreto. Ni Macron ni Von der Leyen han logrado un compromiso explícito de China sobre su mediación en la guerra de Ucrania.
Esto no quiere decir ni que los esfuerzos europeos sean estériles ni que necesariamente se produzcan en un contexto de inferioridad respecto a Pekín. De hecho, en el plano económico, China es el primer interesado en resucitar un acuerdo de inversiones que pactó con Bruselas, tras siete años de negociaciones, en diciembre de 2020, y que en un contexto de guerra comercial con EE UU y reconfiguración económica mundial permite a Europa jugar sus propias bazas. En lo referente a Ucrania, los socios europeos están obligados a buscar salidas que pongan fin a una guerra que no solo está causando una incalculable tragedia humana, sino que también constituye una amenaza directa. Cualquier esfuerzo que fructifique en una paz justa merece la pena, aunque la experiencia demuestre que en el trato con China la cautela ha de ser siempre alta. El régimen de Pekín, tan alejado en sus valores de los principios y libertades sobre los que se basa la Unión Europea, ha dado repetidas muestras de ser un negociador que difícilmente se involucra en cuestiones que no considera de su interés. La ausencia de resultados efectivos o inmediatos tras esta importante tanda de visitas de líderes europeos no debe desanimar la acción exterior europea en China como pieza crucial tanto de las relaciones de la UE como de un eventual proceso de paz en Ucrania.
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