Cuando ya no seas tú
Hay en el relato de Carme Elias que se mueve entre los recuerdos de acero del pasado y los ingrávidos de la memoria reciente una generosidad incomparable, una conciencia de dejar por escrito la esencia de una misma antes de perderse en las brumas
El lector se apoyó en el mostrador de mi caseta y me pidió que les dedicara un libro a sus sobrinos. Le pregunté que cómo se llamaban y de pronto advertí cómo palidecía y se llevaba la mano a la frente sudorosa. No me acuerdo, dijo. Le invitamos a sentarse, le dimos agua, procuramos tranquilizarle, y al cabo del rato, los nombres surgieron. Estoy pasando una mala época, dijo. Se fue rumiando a qué se debería su olvido. ¿Sería angustia o algo más? La madurez te hace reflexionar sobre la decadencia. Cuando eres joven puedes acusar estrés o depresión, pero al ir cumpliendo años temes perder algún día la conciencia de ti mismo.
Me traje del bullicioso Sant Jordi Cuando ya no sea yo, el libro que la actriz Carme Elias ha escrito sobre su convivencia con ese intruso indeseado que se ha instalado en su cerebro, el Alzheimer. Comencé a leerlo por la admiración que me provocaba alguien que quisiera dejar testimonio de su progresiva decadencia mental. En estos tiempos de confesiones escabrosas en las que se ha deslizado la autoficción, encuentro unas memorias en las que una mujer madura describe en un tono no melodramático y con extrema delicadeza su pena por ir dejando de ser ella misma. Siempre fue Carme Elias una actriz de natural elegante, muy dueña de sí misma, aunque las inseguridades la agitaran por dentro; lo que el espectador veía, lo que yo veía en ella, era a la mujer delicada, austera, seria, comprometida con su oficio. Esa intérprete ya madura comenzó a sentir angustia por sus pérdidas de memoria. Lo que fue calificado como angustia episódica se reveló al fin en toda su crudeza, se trataba de Alzheimer. Hay en este relato que se mueve entre los recuerdos de acero del pasado y los ingrávidos de la memoria reciente una generosidad incomparable, una conciencia de dejar por escrito la esencia de una misma antes de perderse en las brumas. La lectora que soy no sabía lo que debía sentir al leer esta experiencia, por fortuna, la autora nos cede la palabra, esa palabra hoy temida por considerarla propia de la moral católica hasta el punto de haber ido desapareciendo del vocabulario referido a los sentimientos: compasión. Elias escribe: “En otro momento de mi vida, la palabra compasión me habría irritado profundamente. Hoy la entiendo y no me ofende”. Con el debido permiso de la mujer que padece la enfermedad me permito confesar que eso es lo que siento al pasar las páginas. Compasión y también miedo. Hemos conseguido aumentar nuestra esperanza de vida, pero no tenemos garantía alguna de acabar nuestros días en pleno dominio de la mente y el cuerpo. La medicina nos permite arañar más años al futuro, pero en qué condiciones. ¿Merece la pena? Carme Elias sigue todavía siendo ella misma, distinguida y distinguible, aunque cada mañana al despertar se enfrenta a que Al, así llama al codicioso amigo, haya engullido un poco más de su conciencia. Pero esta mujer valiente todavía conserva la suficiente entereza cómo para exigir para ella una muerte digna, no sin antes dejarnos el testimonio del comienzo de su deterioro que nos es muy útil para guiarnos en la difícil tarea de tratar a quien está perdiendo su capacidad de pensar. Dicta Elias una suerte de decálogo que sirve casi para cualquier persona que entra en la ancianidad: “Nunca le trates como a un niño pequeño que no se entera, háblale con respeto”. Es la segunda palabra que me invade en esta lectura, respeto. Alegría también por conocer estas palabras brotadas de su conciencia que dan cuenta de una vida intensa, en la que la vocación de actriz se impuso a su destino. Nos confiesa que el oficio le ayuda para representarse a sí misma en sus apariciones públicas, incluso para burlar sus olvidos. “Me gustaría, dice, dejar constancia de cómo soy para cuando ya no sea yo…”. Dice que llora a menudo. Imposible no acompañarla leyendo sus palabras.
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