¡No voy a permitir que no llueva!
En campaña, los líderes políticos suben los decibelios. Moreno Bonilla y García-Page agitan la guerra del agua
Tal vez hayan visto un vídeo que circula desde hace unas horas por Twitter en el que un tipo entra en una óptica, se pone unas gafas de sol y le dice a la dependienta —mientras lo graba todo con su teléfono móvil— que va a hacer una promoción del negocio, y que, si no le paga los 15.000 euros que cuesta el anuncio, se las llevará puestas. Puede parecer el principio de una de esas bromas pesadas que abundan en las redes sociales, pero el caso es que el elemento en cuestión —que ya se ha hecho famoso por este tipo de fechorías “virales”— sale por la puerta con las gafas puestas, antirrobo inclui...
Tal vez hayan visto un vídeo que circula desde hace unas horas por Twitter en el que un tipo entra en una óptica, se pone unas gafas de sol y le dice a la dependienta —mientras lo graba todo con su teléfono móvil— que va a hacer una promoción del negocio, y que, si no le paga los 15.000 euros que cuesta el anuncio, se las llevará puestas. Puede parecer el principio de una de esas bromas pesadas que abundan en las redes sociales, pero el caso es que el elemento en cuestión —que ya se ha hecho famoso por este tipo de fechorías “virales”— sale por la puerta con las gafas puestas, antirrobo incluido, y se marcha tan campante. Me van a disculpar que no les dé el nombre del sujeto —lo que faltaba es que le hiciéramos propaganda—, pero quería traer a colación el asunto porque, después de ver los vídeos de varias de sus hazañas en distintos comercios, lo que más llama la atención es la buena educación de las dependientas, que en ningún momento responden a la provocación ni pierden la compostura.
Lo dice mejor —y con palabras más precisas— un tuitero llamado Moe de Triana: “Si algo está demostrando B. E. con sus vídeos, además de que es gilipollas, es la educación y excelente profesionalidad de la gente que curra en el comercio en este país”. “Y todo por cuatro duros...”, apunta otro tuitero.
Educación, profesionalidad, paciencia a prueba de bombas. Las víctimas de este personaje, mujeres en su mayoría, se las apañan para no contagiarse de la violencia que desprende alguien que las acorrala en la soledad de su negocio.
En eso estaba cuando, en el tuit siguiente, apareció Juan Manuel Moreno Bonilla, el presidente de la Junta de Andalucía. La verdad es que no parecía el mismo de hace unos meses, aquella época no tan lejana en que todavía necesitaba a Ciudadanos, y a Vox, para gobernar. Un tiempo en el que más de uno pensó que “Juanma”, tan educado y campechano, encarnaba por fin la etapa final de esa derecha que lleva más de 40 años caminado hacia el centro y no termina de llegar.
Moreno Bonilla, durante un mitin en Huelva, repetía una y otra vez: “No voy a permitir que pataleen el buen nombre de Huelva y Andalucía. ¡Y no voy a permitir que no nos traigan el agua para Andalucía y para Huelva! ¡No lo voy a permitir! ¡Me cueste lo que me cueste y me amenacen lo que amenacen!”. Para ese momento —lo pueden ver en el tuit publicado por el propio Moreno Bonilla—, la parroquia ya se ha puesto en pie y bate palmas al ritmo del “¡no lo voy a permitir, no lo voy a permitir!”. Mal asunto. Después del paso en falso de su proposición de ley sobre los regadíos de Doñana —que medio se tuvo que envainar por las protestas de Europa—, el presidente andaluz ha decidido, aprovechando el río revuelto de la campaña electoral, envolverse en el papel de víctima y vengador al mismo tiempo.
Por si fuera poco, unos kilómetros más arriba, otro líder regional —en este caso el socialista Emiliano García-Page— ha entonado el mismo estribillo y también a cuenta del agua: “No voy a permitir que una sola empresa deje de establecerse en Castilla-La Mancha por falta de agua, cuando lo que se ha trasvasado son 35 veces el Mar Menor”.
A la espera de que el presidente de Murcia, por alusiones, grite aquello que no va a permitir —que no llueva, por ejemplo—, no estaría de más una llamada a la calma. Que, por ejemplo, se fueran de tiendas, que observaran cómo sus votantes de a pie, los de 1.080 euros al mes, afrontan una situación de emergencia: sin gritar, con educación, profesionalidad y paciencia a prueba de indeseables.