Recuperar el control – Edición inflación
El aumento de los precios entraña el riesgo de errores de juicio políticos parecidos a los que condujeron al Brexit
La política de la inflación guarda un asombroso parecido con la política del Brexit. El Brexit dividió al Reino Unido en dos bandos, el del sur, metropolitano, y el del norte, industrial. La inflación abre brechas similares. Por supuesto, esta afecta más a los pobres que a los ricos. La novedad es que el aumento de la inflación entraña el riesgo de errores de juicio políticos parecidos a los que condujeron al Brexit.
Conozco a muchos economistas, sobre todo de izquierdas, que no sienten mucho aprecio por el objetivo de la estabilidad de precios, y que desearían que los bancos centrales se centraran en el crecimiento y en el empleo. Consideran que esa obsesión con los precios estables es burguesa. Su mentalidad se remonta al siglo XX, cuando las políticas económicas keynesianas se asociaban a políticas que favorecen a las clases trabajadoras. En aquel entonces, la principal disyuntiva de la política económica era entre inflación y desempleo. Los trabajadores sufrían por culpa del paro, pero mucho menos a causa de la inflación. En la década de 1970, los sindicatos consiguieron negociar acuerdos salariales por encima de la inflación. Los ricos, en cambio, se vieron más afectados por la inflación que por el desempleo. En aquella época, la derecha odiaba la inflación y la izquierda, las políticas para combatirla.
Actualmente, el panorama es el opuesto. Los pobres y los asalariados con rentas bajas son los más interesados en que los precios se mantengan estables, porque el declive del poder sindical ha hecho que no tengan a nadie que vele por sus intereses, excepto el banco central.
Por el contrario, las rentas medias y altas disponen ahora de más medios que antes para protegerse de la inflación. Ya no guardan su riqueza en efectivo o en depósitos bancarios, sino en propiedades o acciones. El mayor riesgo al que se enfrentan son los elevados tipos de interés necesarios para reducir la inflación.
Entre un periodo y otro, se produjo un breve paréntesis —desde aproximadamente 1990 hasta 2020— durante el cual surgió el consenso de que una inflación baja beneficiaría a todo el mundo. El razonamiento era el siguiente: puesto que todos coincidimos en cuanto al objetivo, mejor que dejemos los detalles a los expertos. Fue la edad de oro de la macroeconomía y de la independencia de los bancos centrales.
Esa era está llegando a su fin porque los bancos centrales no han respetado el trato. Siguen siendo independientes, pero lo que está cambiando es el amplio consenso en el que se basa su independencia. La política monetaria vuelve a tener un carácter político. Comenzó a raíz de la crisis financiera mundial, cuando los bancos centrales adoptaron la flexibilización cuantitativa, la compra de bonos del Estado. Durante la pandemia, financiaron el estímulo fiscal. Fue la época en la que los bancos centrales descubrieron el arte de lo posible. De paso, hicieron más ricos a los propietarios de activos financieros.
Ahora se les acusa de hacer más pobres a los pobres al permitir que la inflación aumente. No son culpables del desabastecimiento de la cadena de suministros durante la pandemia, ni de la guerra de Vladímir Putin. Las crisis de precios ocurren. Su error fue subestimar los efectos colaterales y no tomar medidas.
Subieron los tipos de interés tarde, mal y a rastras, y siguen alimentando las expectativas de que lo peor pasará pronto. Los tipos de interés siguen por debajo de los niveles de inflación subyacente en la zona euro y en el Reino Unido. Esto parece indicar que los bancos centrales apuestan por que la inflación baje por sí sola. Su rápida y furiosa reacción a la crisis financiera mundial contrasta con su relativa complacencia respecto a la inflación actual.
En mi opinión, el más amenazado es el Reino Unido, un país de tamaño medio con un gran sector financiero. A veces da la impresión de que Andrew Bailey, el gobernador del Banco de Inglaterra, da prioridad a la estabilidad financiera y solo presta atención de boquilla a los objetivos de inflación. Incluso en tiempos de vacas gordas, los bancos centrales se enfrentan a una elección entre inflación baja o estabilidad financiera. Este fenómeno se conoce como dominio financiero. Es lo que les impide hoy subir los tipos de interés al 6% o hasta donde haga falta para que la inflación vuelva al 2%. Subir tanto los tipos podría provocar un desplome del mercado inmobiliario y desencadenar una crisis financiera. O tal vez algo peor. Se convertiría en una pesadilla para la clase media.
Comparen esta situación con la de finales de la década de 1970. Cuando Margaret Thatcher llegó al poder en 1979, su Gobierno elevó los tipos de interés al 17% en noviembre de ese año. Fue la clase media inglesa la que la llevó con sus votos al poder. Hoy en día, la clase media, sus representantes y los medios de comunicación son los que exigen que el Banco de Inglaterra se ande con ojo.
Algunos economistas quieren incluso que los bancos centrales eleven el objetivo de inflación. Sostienen que bajar la inflación hasta el 2% provocaría demasiado sufrimiento. En otras palabras, quieren cambiar las reglas del juego. Y tratan de disfrazarlo de necesidad técnica, en lugar de lo que realmente es: una elección política.
La repolitización de la política monetaria nos lleva otra vez al Brexit. La pertenencia a la UE, el mercado único y la integración financiera en Europa beneficiaron a unos más que a otros. La burbuja política metropolitana no supo verlo. Una versión de esto está sucediendo de nuevo, esta vez en otro ámbito. La política activista de la izquierda ya no funciona para el electorado de izquierdas.
Por lo tanto, no debería sorprendernos que surgieran nuevos partidos políticos o agrupaciones dentro de los partidos con un programa para arrebatar el control a los bancos centrales. Hemos visto un tímido primer paso en esa dirección en Australia, donde el Gobierno decidió cortar las alas al gobernador del banco central por no abordar la inflación a tiempo. El banco central australiano sigue siendo independiente, pero este episodio debería servir de advertencia a los gobernadores de bancos centrales de otras partes del mundo de que su estatus no está asegurado. Próximamente en su banco central más cercano.
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