La moraleja de Oppenheimer: cuidado con los encantos de la vida lenta y retirada
La recompensa del científico fue la misma que la de Fausto o la del Prometeo con el que atinadamente se le compara: se convirtió en el desatador de las tinieblas
Hay una lectura de la peripecia de Oppenheimer que se aprecia mucho mejor en el libro Prometeo americano que en la adaptación al cine de Nolan: el director del Proyecto Manhattan construyó la bomba como parte de un proyecto vital que consistía en retirarse a vivir al campo. Los Álamos era un paraje bien conocido por el físico, pues tenía una casita en los alrededores. En la biografía de Bird y Sherwin se destaca la importancia que ese paisaje tenía en su identidad. Cuando regresó a Estados Unidos tras sus estudios en Alemania, fantaseó con la idea de vivir en esos valles. Sus amigos le advirtieron: no puedes hacer una carrera científica en un rancho, tendrás que trabajar en un campus.
La bomba atómica le dio la oportunidad de hacer realidad su utopía vital. Al fin podía vivir en su tierra querida y pilotar la vanguardia de la física al mismo tiempo. Su recompensa fue la misma que la de Fausto o la del Prometeo con el que atinadamente se le compara: se convirtió en el desatador de las tinieblas. Moraleja: cuidado con lo que deseas, pues te puede estallar en la cara. Literalmente, como dice la muchachada de hoy. O en la cara de cientos de miles de japoneses, para ser más preciso.
Declina agosto, y con su final brotan las revelaciones y restallan las epifanías. Hay quien se divorcia, hay quien deja de fumar y hay quien cambia de trabajo. También hay quien deja de posponer sus planes de seguir la escondida senda de los pocos sabios que en el mundo han sido. Inspirados por la filosofía de Byung-Chul Han o de algunos de los miles de escritores y pensadores que abogan por la vida lenta, muchos suspiran por una casita en ese valle, al resguardo de un coqueto tozal. Echan números y componen silogismos para que las ambiciones profesionales y las personales se empasten en ese rincón de sus amores. Una lectura intimista y contemporánea de Oppenheimer advierte contra esa tentación con la rotundidad de los mitos antiguos.
Con el sabor carnoso de los tomates de agosto es inevitable soñar despierto con otra vida posible, pero, antes de tomar ninguna decisión, conviene imaginar el invierno nuclear de la estepa española y preguntarse si uno tiene sus propios demonios bien atados y no le van a sembrar un hongo nuclear en el jardín en cuanto llegue el frío. Recuerde Los Álamos y piense que la radiación de las bombas íntimas también es perpetua. Ojito con los entusiasmos eremitas que traen los atardeceres del final del verano.
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