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Columna
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Los luditas de Hollywood tienen razón

Mientras Google negocia con Universal Music y ‘The New York Times’ demanda a OpenAI, los guionistas saben que su problema no es la inteligencia artificial, sino sus patrones

Actors and writers demonstrate on a picket line outside Disney studios on Tuesday, July 18, 2023
Miembros de los sindicatos de guionistas y de actores estadounidenses se manifestaban el 18 de julio ante la sede de los estudios Disney en Burbank (California).Chris Pizzello (AP)
Marta Peirano

Los guionistas del Sindicato de Escritores de Estados Unidos son el ejemplo determinante. Son los primeros que han entendido que no van a ser sustituidos por la inteligencia artificial (IA) sino degradados por el patrón. Saben que, en cuanto empiecen a editar el trabajo de una máquina entrenada con sus guiones anteriores, no volverán a cobrar como autores ni a firmar un guion original. El resto son gigantes que pelean con gigantes para controlar el nuevo mercado antes de que se consolide del todo.

El diario The New York Times prepara una demanda contra OpenAI por usar sus artículos para entrenar sus modelos, y prevé multas por infracción de copyright hasta de 150.000 dólares por pieza. El caso parecería similar al de la monologuista Sarah Silverman, que participó en una demanda conjunta contra OpenAI y Meta por usar sus libros para entrenar LlaMA y ChatGPT. O a las demandas de artistas contra Midjourney, Stable Diffusion y DreamUp por usar su trabajo sin permiso para generar imágenes basadas en su propiedad intelectual. La diferencia es que The New York Times tiene una plataforma y 172 años de catálogo. En ese sentido, se parece menos al sindicato de guionistas que a su patrón.

Por eso es tan importante el acuerdo que Universal Music está negociando con YouTube para regular y capitalizar el acceso de la IA a sus catálogos. Quieren controlar la explotación de su catálogo y permitir colaboraciones involuntarias como la de Drake y The Weeknd, generada sintéticamente y sin permiso por un productor fantasma el pasado abril. Porque, y este es el dato relevante, una canción falsa como la de Drake y The Weeknd puede generar anuncios, pero no copyright.

Salvo en unas pocas jurisdicciones, el derecho de copia es exclusivamente humano. Desde mi punto de vista, esto es porque la autoría genera derechos comerciales pero también responsabilidad moral. Ni el mejor ingeniero de prompt (esos presuntos expertos en dar instrucciones a los modelos generativos que yo llamo susurradores de IA) puede responsabilizarse totalmente del resultado de un proceso en el que intervienen millones de microdecisiones opacas vinculadas a la eficiencia del sistema, la economía del proceso, las prioridades de la empresa que lo mantiene y otros aspectos ajenos al propósito o entendimiento del artista. ChatGPT no es como un theremín, un instrumento sensible pero cuya predictibilidad depende de la habilidad y la experiencia del intérprete. Es más bien como un peluquero: tú le pides el corte que te gusta y él hace lo que se le antoja. El pelo es tuyo, pero el responsable no eres exactamente tú.

Por ejemplo. Durante la pandemia, Universal adquirió los derechos sobre todas las canciones de Bob Dylan, desde Blowin’ in the Wind a Murder Most Foul. ¿Cómo explotar las nuevas posibilidades de ese catálogo sin poder generar copyright? El negocio estaría en cobrar a otros por usarlo para componer canciones nuevas y dejar que YouTube venda la publicidad. Bob Dylan saldrá bien parado; se va de este negocio con 400 millones de dólares. Son los pequeños músicos y productores de estudio y el resto de los trabajadores esenciales que han contribuido a ese catálogo los que se quedan sin jubilación.

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