Golpe en Gabón
La caída de la familia Bongo, tras 57 años en el poder, muestra que la democracia en muchos países de África es solo una fachada
El reciente golpe de Estado en Gabón es el último de una larga lista de asonadas militares que han sacudido al continente africano en los últimos años. Si bien, como explicaba el alto comisionado de la Unión Europea, Josep Borrell, no se deben mezclar churras con merinas y cada levantamiento es diferente del otro, lo cierto es que muchos tienen puntos en común: mal gobierno, pobreza extrema pese a la abundancia de recursos naturales, secuestro de las instituciones por una élite que impide la alternancia y la crisis de un modelo de democracia que en África no ha sabido resolver los problemas básicos de la población.
El caso de Gabón es de manual. La familia Bongo, primero el padre y luego el hijo, sumaba nada menos que 57 años en el poder. La democracia multipartidista en este país africano, como en otros, lo era tan solo de fachada. La oposición no tenía la más mínima posibilidad de cambiar el statu quo por las urnas, era violentamente reprimida y se tenía que resignar a que, elección tras elección, los votos eran manipulados con descaro para dar la victoria a los de siempre. Sus quejas y recursos acababan en un poder judicial partidista mientras la élite se beneficiaba de los inmensos recursos del país (manganeso y petróleo, los más importantes). Las imágenes de estos días de políticos gaboneses tratando de huir con las maletas llenas de cientos de miles de euros muestran hasta qué punto estaba extendido el mal.
Un alzamiento militar no debe ser el camino para producir un cambio, pero la alegría y el alivio de cientos de miles de gaboneses deberían hacer reflexionar a las potencias y organismos internacionales que hoy se rasgan las vestiduras, con bastante tibieza, eso sí, acerca del papel que han desempeñado para que el clan Bongo estuviese casi seis décadas sentado en el trono. El lunes, el general Oligui Nguema, quien durante largos años se sentó a la vera de los Bongo, tomará posesión como “presidente de la transición”. La cuestión ahora es si viene para quedarse o si, por el contrario, cumplirá su promesa de conducir a Gabón hacia una democracia saludable donde la alternancia no se fragüe en los cuarteles. Que el futuro de Gabón dependa de las ambiciones de un solo hombre no es buena señal.
La defensa de los principios de la democracia no debería exhibirse solo cuando estallan las crisis. Los excesos autoritarios de algunos regímenes han revelado la inexistencia de mecanismos de control y de auténtica defensa de los derechos humanos en organismos internacionales para prevenir, y por eso hay presidentes que fuerzan sus constituciones para optar a un tercer mandato o auténticos dictadores que no encuentran ningún reparo a sus trapacerías. De ahí el descrédito de los dirigentes, de ahí el hartazgo de una población que jalea a los golpistas llegado el momento. Los golpes de Estado son reprobables, pero también lo son los profundos males que los alientan.
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