Cómo no tratar a los populistas
La clase política alemana está cometiendo con los extremistas el mismo error en el que cayó Hillary Clinton en 2016, cuando tildó a los votantes de Trump de deplorables
A simple vista, da la impresión de que los populistas están fragmentándose en Europa. En Francia, Marion Marechal está a punto de presentar batalla a su tía, Marine Le Pen, como candidata principal de un partido rival de derechas en las elecciones europeas del año que viene. Una política inconformista de la izquierda alemana, Sahra Wagenknecht, se prepara para lanzar su propio partido, a caballo entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Ya he escrito sobre el ascenso del ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que los sondeos revelan como segundo partido más grande de Alemania después de la CDU/CSU. Las encuestas alemanas dan respuestas contradictorias sobre el apoyo del que gozaría un partido de Wagenknecht. Se podría pensar que la fragmentación es mala para los populistas. Pero no es así. La entrada de un segundo partido populista puede aumentar su porcentaje total de votos si atraen a diferentes partes del espectro político. Este es el caso al que quiero referirme.
Wagenknecht es una política de extrema izquierda, pero comparte posiciones con la extrema derecha, por ejemplo, en materia de inmigración. Su enemigo declarado es el centroizquierda urbanita. Y es seguramente la defensora más sincera de Vladímir Putin en la escena política alemana. En la izquierda hay mucha gente, especialmente en el este de Alemania, que es partidaria de poner fin inmediatamente a las entregas de armamento. Wagenknecht podría restar votos al AfD. Pero algunos de ellos provendrían también del centro político.
La razón por la que me preocupa Alemania es que la clase política sigue cometiendo el mismo error en el que cayó Hillary Clinton en 2016, cuando tildó a los votantes de Trump de deplorables. Lo vemos ahora en la política de Baviera, donde la Unión Social Cristiana de Markus Söder lidera un gobierno con Votantes Libres, un partido populista local. Recientemente, ha salido a la luz una historia sobre el líder del partido, Hubert Aiwanger, viceprimer ministro de Baviera. Cuando tenía 17 años, los profesores encontraron un repulsivo panfleto antisemita en su mochila de estudiante. Esa historia ha desencadenado una campaña mediática contra él pidiendo su dimisión. Pero ha producido un efecto indeseado. Aiwanger se ha convertido desde entonces en el héroe de la carpa de la cerveza, el ágora de la política bávara. Su partido Votantes Libres, que obtenía en torno a un 12% de los votos en las encuestas, alcanza ahora el 16%. En dos de los tres últimos sondeos, es el segundo partido del Estado. Cuanto más presionaban a Aiwanger, más fuerte se hacía.
Para los partidos centristas esto plantea la pregunta de cómo atacar a los extremistas y a los populistas sin alejar a sus votantes. Wagenknecht tiene razón en su diagnóstico de que se está produciendo una reacción contra las políticas de centroizquierda de las élites metropolitanas. Ella encarna la tendencia más importante en la política europea: una nueva división política que no discurre entre la izquierda y la derecha clásicas.
Resulta difícil pasar por alto las similitudes con el Brexit. El este de Alemania es el norte de Inglaterra de la política alemana, la parte del país donde más se rechaza la política metropolitana occidental. Wagenknecht, que procede del este, ha llegado a la conclusión de que su antiguo partido, el díscolo Partido de la Izquierda, ya no capta esa sensación de aislamiento que muchos alemanes del Este han sentido desde la unificación. Angela Merkel lo consiguió hasta cierto punto. Friedrich Merz, su sucesor, es un alemán demasiado del oeste como para percatarse de ese sentimiento. Esto deja una gran brecha abierta para el AfD y su nuevo partido rival.
Pertenezco a la minoría de los que creen que las grandes coaliciones permanentes de partidos centristas son las constelaciones políticas más tóxicas y que proporcionan un caldo de cultivo para el extremismo. Alimentan relatos falsos pero potentes de que el poder establecido está contra el pueblo. El mecanismo por el que los partidos centristas siempre acaban en coaliciones de unos con otros es el llamado cordón sanitario, la negativa a entrar en una coalición con la AfD. Al aislar a los rivales, también están tildando a sus partidarios de deplorables.
Si uno quiere derrotar a Aiwanger en Baviera, ¿por qué no centrarse en su historial como ministro de Economía de este land? Múnich, la capital del Estado federado, sufre en estos momentos un fortísimo desplome del mercado inmobiliario. ¿Por qué desperdiciar esta oportunidad y hablar de su mochila de estudiante? Este es el tipo de errores políticos estratégicos que los centristas no paran de cometer. Y se obstinan en repetirlos.
La UE también lo hace. El marco del Estado de derecho permite a la Comisión Europea retener fondos del presupuesto de la UE a los Estados miembros que vulneren la legislación europea. Invocó este procedimiento contra el dirigente húngaro Viktor Orbán, pero acabó ganándose la antipatía de los votantes húngaros. El año pasado, Orbán obtuvo una victoria aplastante mientras en Bruselas todo el mundo había apoyado a la oposición.
Un factor a menudo subestimado es el efecto solidario. En Estados Unidos hay gente que no votó a Donald Trump, pero no está de acuerdo con la persecución judicial contra él. Trump estaba prácticamente acabado como político hace 10 meses, después de que los republicanos pincharan en las elecciones de mitad de mandato. Las demandas judiciales han tenido el efecto perverso de hacer que resurja.
Las historias de Trump y Orbán son aleccionadoras. También lo es el Brexit. La fuerza de los populistas en Alemania indica que hay que tomarse en serio a sus votantes. Por ejemplo, no se puede declarar un cambio de era en geopolítica, como hizo Olaf Scholz tras el inicio de la guerra en Ucrania, sin haberse asegurado antes un mandato democrático para hacerlo.
Hay muchas causas profundas detrás del auge del populismo en el mundo occidental. Personalmente, considero que la globalización de la economía desempeña un papel importante porque, a la larga, la forma en que funciona no es compatible con la democracia de los Estados nacionales.
No pretendo resolver este problema en una columna. Pero lo que sí puedo afirmar con seguridad es que sería un buen comienzo que los partidos centristas dejaran de ofender a los votantes. El motivo de mi pesimismo es que percibo que los centristas políticos y sus partidarios en los medios de comunicación siguen insistiendo en hacerlo cueste lo que cueste.
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