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Columna
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Lección del profesor pobre

¿A quién le interesa la degradación laboral de los servicios públicos básicos cuando lo que debe celebrarse son las inversiones extranjeras en nuestras ciudades globales?

Vivienda
Una mujer mira anuncios de casas en una inmobiliaria de Menorca.David Arquimbau Sintes (EFE)
Jordi Amat

Dudo. Sobre el tema, sobre cómo estructurar esta columna. No sé si sería mejor empezar con la escena de Kenia buscando habitación en un portal o enfocar su coche entrando en el garaje del hospital Can Misses de Ibiza. Lo bueno de la primera opción: permitiría contemplar la angustia en el rostro de una joven profesora. Si no acepta la plaza estará dos años sin poder acceder a listas y verá interrumpida su trayectoria profesional, por eso está dispuesta a trabajar cobrando para malvivir porque tiene la esperanza del traslado definitivo cerca de casa. Pero desde un punto visual, para conmover al lector, hipócrita como yo, nada más intenso que seguirla durante su llegada a la plaza de aparcamiento. Momentazo. Desesperada, ha decidido que va a dormir, un día, dos, los que sean, pero por suerte allí descubrirá que no está sola. “Hola, me llamo Kenia”.

Otros trabajadores están en su misma situación. Un profesional de la hostelería. También un policía. Duermen en el coche porque no pueden pagarse ni remotamente un piso de alquiler ni una habitación. Hay centenares de testimonios relatando experiencias parecidas. La mayoría, docentes. Una buena lección. Y luego números que se dieron a conocer hace pocos días y que revelan un problema estructural en Baleares: faltaban profesores. Lo leo en el Diario de Ibiza: 22 en Mallorca, 20 en Menorca, 56 en Ibiza y 13 en Formentera. Al final Kenia encontró una solución. No pudo alquilar una habitación entera, de acuerdo, pero sí media por 490 euros mensuales (incluido el biombo para separarla del desconocido que dormía en el mismo cuarto por el mismo precio). Final feliz, aunque sin dejar de ser una trabajadora pobre.

Algo más de glamur tienen las peripecias que nos descubrió un reportaje de Lucía Bohórquez. Por ejemplo, Carla. La profesora que se despierta en Mallorca, cada mañana viaja en avión a Ibiza, llega en autobús al colegio, da sus clases, a las dos recoge sus cosas y realiza el viaje de vuelta para poder conciliar, tampoco podría pagar habitación y porque no quiere descolgarse de las listas. Si Carla fuese más joven a lo mejor estaría en la misma situación de Álex. Él está dispuesto a dormir en la playa, declaró a eldiario.es desde Formentera este inicio de curso, pero por ahora disfruta de la gran alternativa que ofrece el Govern: dormirá en un albergue. Podrá compartir experiencias. Se parecerán. La llegada para cubrir una baja en teoría de pocas semanas, luego la amenaza de la temporada de verano, el sueldo que ni de lejos permite sobrevivir y otra baja más. Alguno abandona. Otro Álex ahora trabaja de jardinero.

Aunque pocos casos como el de la enfermera que hace años trabajó precisamente en Can Misses y cambió de Pitiusa. Ahora, por fin, ella vive en un pequeño estudio que le consiguió una amiga en Formentera. Tal vez ya no tenga que comer cada día el menú del hospital donde trabaja —5,50 euros permiten ahorrar—, pero poco a poco podrá olvidar la situación límite a la que llegó durante un mes de agosto y parte de septiembre. No tenía donde vivir, no podía pagar habitación alguna porque llegaban los turistas. Al fin, aunque fuese ilegal, obtuvo permiso del vigilante: plantó su tienda de campaña en un terreno anexo al hospital y allí dormía antes de empezar la jornada laboral.

Y sigo dudando. Porque, ¿a quién le interesa leer una columna sobre la degradación laboral de los servicios públicos básicos —salud, educación— cuando lo que debe celebrarse son las inversiones extranjeras en nuestras ciudades globales o la suerte de tener centros turísticos de referencia que quieren visitar millones y millones de personas? Como mínimo, la ironía. La periodista Anna Pacheco se coló en el salón The District que reunió en Barcelona a directivos de los fondos de inversión de Real State. Se quedó sin tarjetas. Allí no parecía una distopía. Vendía un proyecto innovador: vivienda asequible usando la estructura de lavabos portátiles. Juntas dos y ya. Vaya mierda de columna.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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