Esperando el genocidio
En Gaza asistimos hoy, con la connivencia de la comunidad internacional, a la obsolescencia de lo humano
Durante la última semana, hemos asistido al anuncio de exterminio en Gaza. Israel no tenía necesidad de andar esperando para preparar el asalto final: a nadie le caben dudas de la capacidad de intervención y destrucción de su Ejército. Tampoco se entiende la desmesurada respuesta de Estados Unidos enviando efectivos militares —el USS Gerald R. Ford, su mejor portaviones— y facilitándole una ayuda financiera extraordinaria —que algunos cifran en 8.000 millones de dólares— si no es como una gigantesca operación de imagen: no había mayor necesidad.
Se podría pensar que, agrandando la ferocidad del enemigo y explotando el tiempo como amenaza existencial, Israel justificará mejor, al menos internacionalmente, la magnitud de la devastación proyectada. Esto tendría su lógica, perversa, pero una lógica de guerra. Sin embargo, la espera no responde a una premeditada busca de justificación de lo injustificable, sino a un simple cálculo político de Netanyahu y sus socios de Gobierno: antes de culminar la masacre de Gaza, el primer ministro, con varios juicios pendientes por corrupción, ha de asegurarse su supervivencia política; sus ministros ultras, la continuidad de su proyecto de limpieza étnica de Palestina.
La historia dilucidará qué sabía o no sabía Netanyahu de las intenciones de Hamás. En estos días, la sociedad israelí ha ido cerrando filas en torno a uno de los personajes más controvertidos de la historia del país, que, con su reforma judicial, había provocado su mayor fractura social. El tono de las declaraciones de responsables políticos y militares ha ido creciendo con la espera, hasta el punto de que el presidente, Isaac Herzog, figura por lo general de perfil bajo, ha afirmado que en Gaza no hay inocentes, que “es toda una nación la responsable”. Así, convirtiendo a toda la población palestina en objetivo militar legítimo, se pasa del exterminio de Gaza al genocidio de Palestina.
Genocidio. El Estado de Israel se fundamenta en un relato cuya base son la mitología y los símbolos, lo cual le eleva por encima de la historia. Por contra, trabajar con la historia, no con los mitos, ha sido la propuesta palestina (tomándole las palabras a Mahmud Darwish, el gran poeta palestino). Según el derecho internacional, el genocidio es “un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Y esa es la palabra que define la operación en marcha en Gaza. Raz Segal, historiador israelí experto en estudios de genocidio y holocausto, ha indicado recientemente que ni exterminio, ni apartheid, ni nakba, ni colonialismo, ni supremacismo son términos exactos para definir lo que está anunciándose estos días, y ha sido contundente: “Estamos ante un caso de genocidio de manual”.
Recogiendo, sin hipérbole, la idea del filósofo austríaco Günther Anders, en Gaza asistimos hoy —con la connivencia de la comunidad internacional— a la obsolescencia de lo humano. El poder-violencia del hipertecnificado Estado de Israel determina la caída del hombre en el peor de los infiernos: el de lo inhumano. Más de dos millones de palestinos están llamados a sufrirlo.
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