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Columna
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Hombre fuerte, país débil

Líbrenos el azar de caudillos o políticos de enorme poderío. Se precisa gente incompleta, que pacta y que pierde, que deja el despacho cuando toca, que no se cree poseedor de la receta mágica

Guerra entre Israel y Gaza
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, visitaba el sábado a los soldados apostados en las afueras de la franja de Gaza.
David Trueba

En este trágico mes de octubre a la fuerza hemos entendido dos verdades sustanciales. La primera es una evidencia. Por más que nos vendan un asombroso avance tecnológico, el ser humano no ha progresado ni un milímetro con respecto al ser de las cavernas que fuimos. El odio infinito con que se han comportado los dirigentes islamistas y sus vecinos israelíes, el desprecio por la vida ajena, más incluso, por la existencia ajena, nos retrotrae a los terrores bíblicos, a las matanzas más atroces, al inframundo. Sospecho que ni siquiera el avance técnico del que nos jactamos es tan encomiable en vista de su fracaso ante las pasiones analógicas. Los nuevos latifundistas del comercio digital y la hipercomunicación, en muchos casos no pasan de ser unos cafres, maleducados, zafios, viriloides y catetos con ingenio. Lograron ponernos a remar en su beneficio, en galeras voluntarias, virtuales, pero igualmente galeras. De ellos escribimos y sobre ellos leemos biografías pastosas y prolijas. Son exitosos personajes que se han hecho ricos y poderosos, sí, pero siguen encarnando la estampa del rencoroso, frustrado y patán matón de colegio.

La segunda verdad es aún más transparente. Los llamados hombres fuertes de la política no traen ningún beneficio a sus países, sino todo lo contrario. Uno mira el empantanado Congreso norteamericano y no puede dejar de valorar como nefasta la irrupción de esa fuerza radicalmente individualista de Trump. La guerra contra Ucrania es también la exhibición de fortaleza de Putin pese a que la nación rusa queda más debilitada que nunca. Y el caso de Netanyahu no ha sido mejor. Las últimas décadas ha condicionado la política de su país, sumida en la repetición electoral constante si él no asumía el poder. Su ataque a las instituciones de control, de un descaro atronante, ha fragilizado el país mientras él presumía de su fuerza con aliados cada vez de peor calaña. Y ahora, en la tragedia, vemos que su supuesta solidez personal contrasta con los pies de barro de los organismos colectivos. Pese a todo, quienes estaban enfrentados a él y resistían a su intento de destruir al poder judicial, han suspendido su oposición para sumarse a la llamada militar. Él, en cambio, no ha dado un paso atrás, sin asumir culpa ni vergüenza lidera la venganza para salvar su cara.

Porque los hombres fuertes lo debilitan todo a su alrededor. Líbrenos el azar de caudillos o políticos de enorme poderío. Se precisa gente incompleta, que pacta y que pierde, que deja el despacho cuando toca, que no se cree poseedor de la receta mágica, que no tiene el pecho inflado de sus propias ínfulas. Es doloroso ver un país dividido, obligado a equilibrios aritméticos en la blanda retórica parlamentaria, rendido a acuerdos oportunistas y posibilistas, pero la alternativa es peor. Esos hombres fuertes, desafiantes, que dicen poseer la esencia de la patria en la fragancia del pañuelo. Esos hombres fuertes que en Hungría, en Polonia, en la Francia que Macron ha reducido a su agenda vacua o el Boris Johnson reencarnado como el Thatcher rubio en el Reino Unido, destrozan el país que gobiernan. Preferimos liderazgos con fecha de caducidad, relevo, presos de la negociación, la alianza y el pacto puntual. Queremos que el país sea fuerte y sus líderes débiles, no lo contrario.

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