Del torrezno al polvorrezno
La distinción entre qué es sano y qué no responde a una clasificación cuyo sesgo ideológico está más cerca del control por la comida que del bienestar nutricional
Me encanta comer torreznos, aunque siempre hay quien se lleva las manos a la cabeza cuando te ven zamparte una ración sin sombra de culpa. “Son un pecado”, dicen. Como si disfrutar del manjar fuera síntoma de falta de carácter. Cuando, en realidad, comer torreznos exige de una gran determinación en un sistema decidido a controlar a las personas a través de la comida. No es casual que ...
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Me encanta comer torreznos, aunque siempre hay quien se lleva las manos a la cabeza cuando te ven zamparte una ración sin sombra de culpa. “Son un pecado”, dicen. Como si disfrutar del manjar fuera síntoma de falta de carácter. Cuando, en realidad, comer torreznos exige de una gran determinación en un sistema decidido a controlar a las personas a través de la comida. No es casual que Paquita Salas, musa indómita de los Javis, convirtiera en monumento nacional los torreznos de Tarazona. Porque el tocino frito, además de comida, es una feliz provocación. Al menos hasta ahora, ya que corre el rumor de que comer torreznos podría ser más sano que comer verduras. Como lo oyen. “Comer torreznos ahora resulta que es sano: la ciencia revela sus beneficios ocultos” sentenciaba un titular de Saber vivir. Pero también: “La ciencia confirma que comer torreznos es más sano que comer verduras” (Mediterráneo Digital), “Un estudio indica los beneficios de los torreznos: mejores que algunas verduras” (As) o “El torrezno, el auténtico, es saludable aunque no lo creas” (Esquire).
Menos mal que el nutricionista Javier S. Perona pone orden y abre hilo en su cuenta @malnutridos de la red social X. “La noticia de los torreznos que son más saludables que algunas verduras y que inunda nuestros móviles estos días es un ejemplo palmario de mala praxis periodística”, explica.
“Esta noticia es recurrente”, recuerda S. Perona. “Salió ayer, pero también salió hace una semana (aunque se hablaba de chicharrones) y hace más de dos años…”, advierte también, como si existiera una especie de teoría conspiranoica sobre el torrezno healthy. Y denuncia: “Todos los artículos son prácticamente un copia y pega unos de otros, así que es difícil conseguir la fuente de información”. Por fortuna, consigue aclarar el malentendido en su hilo. “Todas las noticias hacen referencia a un estudio publicado en la revista Plos one […] En el estudio, los autores hacen una clasificación de 1.000 alimentos crudos sobre la base de unos criterios determinados y, efectivamente, da como resultado que algunos productos del cerdo tienen una mejor valoración que algunos productos vegetales, como el azafrán”. Y concluye: “De ahí a decir que los torreznos son más saludables que las verduras no hay un mundo; hay varios universos”.
A mí me parece que este debate revela cómo la clasificación entre qué es lo sano y qué no lo es responde a una clasificación cuyo sesgo ideológico está más cerca del control a través de la comida que del bienestar nutricional de las personas. Imaginemos, por ejemplo, que sometemos a alguien a comer solo verduras por Navidad. Probablemente, padecerá ansiedad o se cogerá una depre, es decir, enfermará por comer sano. De hecho, contar calorías, comparar sistemáticamente unos alimentos con otros, llamar hidratos a los macarrones o proteína al huevo puede ser insano. Igual que aplicar conocimientos de nutrición para ejercer un control moral y estético sobre el cuerpo puede derivar en graves trastornos de la conducta alimentaria.
A pesar de ello, se escribe sobre los riesgos de unos y otros alimentos sin mencionar que el mayor peligro que encierra la comida para el ser humano es carecer de ella. Y que obsesionarse con ella puede ocasionar, a su vez, graves trastornos. Con todo, lo peor del estéril debate del torrezno es que, mientras lo comparamos con la zanahoria o el azafrán, silenciamos el acontecimiento de la Navidad y del año: el nacimiento del polvorrezno. No es broma. La empresa El Beato ha creado por fin la mezcla perfecta entre polvorón y torrezno. ¿Qué puedo decir? Queridos Reyes Magos: he sido buena.