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Tribuna
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Elogio de lo grotesco

España es tan divertida porque tiene muchos ejemplos del género extravagante, como las manifestaciones en Ferraz, los monólogos de Jiménez Losantos, las no explicaciones de Juan Carlos I o las entrevistas de Alfonso Guerra

Sanchez Cuenca 27 diciembre
Nicolás Aznárez

Grotesco: aquello que llama nuestra atención por resultar ridículo, exagerado, extravagante, inverosímil, irreal, contrahecho, deforme. Las reacciones que provoca lo grotesco son muy variadas, pueden ir del horror y la repugnancia a la carcajada, pasando por el asombro de que cosas así existan.

España es país sobresaliente en aspectos grotescos. Muchos de nuestros grandes artistas (pintores, escritores, cineastas) han construido algunas de sus mejores obras explotando el carácter grotesco de nuestra vida pública. Si España resulta tan divertida es porque ofrece abundante material grotesco. En mi caso, soy amante incondicional de este género. No sé si me siento español porque adoro lo grotesco o adoro lo grotesco porque he nacido en España.

Me interesa lo grotesco en todas sus dimensiones, desde la física hasta la intelectual. En la televisión norteamericana, a la que nada humano le es ajeno, hay multitud de programas sobre cuerpos grotescos (el más espectacular es Embarrasing Bodies, un compendio de las peores deformidades que puede sufrir el ser humano). Hoy, aprovechando el relajo navideño y que nos encontramos en los últimos días del año, quisiera traerles una lista, personal y caprichosa, de 10 momentos indiscutiblemente grotescos en la vida pública española de 2023. Espero que los hayan disfrutado tanto como yo.

Primero. Manifestaciones en la calle Ferraz de Madrid. Las escenas que hemos visto van más allá de lo que Luis García Berlanga o José Luis García Sánchez podrían haber imaginado nunca. El pijo agitado que, con el tono irrepetible de su condición social, dice aquello de “nos tira gases lacrimógenos la policía por ‘putodefender’ España”; un señor mayor, exaltado y bien vestido, que, altavoz en mano, grita a ritmo de rap “hay que echar a las ratas de Ferraz” y le dedica a Pedro Sánchez este bonito verso: “Hijo de puta, tienes que morir”; otro señor, con una bandera enorme, se queja de la incultura de los ministros de izquierdas, a quienes atribuye la creencia de que “los pollos violan a las gallinas”; el rezo del rosario entre banderas nacionales y carlistas, pidiendo la salvación mariana de España mientras se oyen de fondo cantos de “¡Puigdemont, a prisión!”; el desfile de muñecas hinchables a las puertas de la sede del PSOE, con las masas insurgentes motejando a dicho edificio de “puticlub”. Sencillamente insuperable.

Segundo. Chema de la Cierva (hijo del historiador franquista y ministro de UCD, Ricardo de la Cierva), que, cuando iba a ser entrevistado a propósito de un radar de carretera en un programa de RTVE, se saltó el guion y dijo estas inmortales palabras con voz de pito: “Que te vote Txapote, Sánchez, que te vote Txapote, socialista, hijo de puta, genocida, que te den por culo Sánchez, hijo de la gran puta, socialista, rojo de mierda…”. Era enero de 2023. El eslogan, como ustedes sabrán, hizo fortuna. El diario El Mundo, siempre atento a la novedad, le hizo una entrevista y De la Cierva dejó esta declaración que da para pensar mucho: “Con Franco no había IVA. Con Franco no había libertad para pensar en marxismo, pero una persona de bien, honrada, podía pagarse una segunda residencia en 15 años”. Qué lío, ¿paga IVA el Manifiesto Comunista?

Tercero. Las entrevistas a Alfonso Guerra y, en especial, la que le realizó Pablo Motos en El Hormiguero. Recuerden sus palabras solidarias con los humoristas reprimidos y represaliados por el régimen bolivariano que preside Pedro Sánchez: “Me dan mucha pena los humoristas, ya no pueden hablar de nada. Antes había [chistes] de homosexuales, de enanos, de todo. Ahora no, ahora es: ¡Esto no! ¡Esto no!”.

Cuarto. El magistrado Manuel García-Castellón. Un juez conservador a punto de jubilarse, obsesionado con Podemos y los independentistas, dispuesto a poner el país patas arriba y a explotar la muerte por infarto de un ciudadano francés en el aeropuerto de Barcelona durante los disturbios de 2019 para acusar de terrorismo a Carles Puigdemont y Marta Rovira cuatro años después e impedir de este modo que puedan beneficiarse de la ley de amnistía. Si el derecho puede volverse grotesco, no hay mejor ilustración que esta.

Quinto. La conversión de Macarena Olona, hoy la política más iluminada y visionaria de España. Afirma que la vida es como un gran botellón, tiene a Julio Anguita como uno de sus referentes y, tras su paso por Vox, ha desarrollado una aguda sensibilidad social.

Sexto. Jaime del Burgo, el excuñado impredecible que quiere vengarse de Letizia y Felipe VI por haber permitido que Pedro Sánchez gobierne con el apoyo de Bildu. Ha llamado al nuevo Ejecutivo “el Gobierno de las balas”. Entrevera sus amenazas con recomendaciones bibliográficas propias de Babelia, como un libro sobre hermenéutica, semántica y política. Dice que solo reconoce a un rey, Jesús de Nazaret, que al parecer le juzgará en el cielo. Quedamos a la espera.

Séptimo. Los monólogos de Federico Jiménez Losantos. No es que en 2023 hayan destacado especialmente, es que deberían estar en la lista de todos los años. Se trata de nuestro mejor comediante, superior incluso a Los Morancos, nadie le iguala en el género del absurdo político. Sus accesos de ira son tan tronchantes como los motes que pone a unos y otros. Los motes se han recogido para la posteridad en la Federicopedia. Él se cree una luminaria, lo que no sorprende a la vista de los colaboradores que le acompañan en sus tertulias. Una de las bromas más conseguidas es cuando se define como liberal (carcajada del público). Últimamente, afirma que Pedro Sánchez hará un referéndum, Cataluña se independizará y el presidente nos sacará de la Unión Europea para poder gobernar a sus anchas como un bolivariano (gran carcajada del público).

Octavo. La respuesta de Alberto Núñez Feijóo cuando, en una entrevista en plena campaña electoral, le preguntaron por su pasada amistad con el narcotraficante Marcial Dorado. Estas fueron sus palabras: “En aquel momento era contrabandista, cuando yo le conocí. Contrabandista, nunca narcotraficante.” Y aquí seguimos, como si nada.

Noveno. El excomisario Villarejo, perejil de todas las salsas nacionales. Todas las tramas pasan por él, todos confiaban en él mientras él les grababa a todos. Su oratoria es inigualable y será estudiada en los tiempos venideros. Aquí va una frase antológica, que alude al misterio mayor del reino, la cuenta de nombre Soleado de Suiza: “con todo el chocho que tienen de Cataluña y tal y cual, prefirieron preservar la cuenta de Soleado a seguir una línea de investigación…”.

Décimo. Y de la cuenta Soleado al rey emérito, Juan Carlos I, quien, en Sanxenxo, ante las preguntas de una periodista sobre si dará o no explicaciones, se encoge de hombros, se pregunta con fingida extrañeza “¿explicaciones de qué?”, se echa unas risas burlonas y sale pitando con su vehículo. Ya, ya sé que esta respuesta grotesca tuvo lugar en mayo de 2022, pero algunos episodios se vuelven intemporales.

Han salido 10 elementos para la lista sin recurrir al pequeño Nicolás. ¿Hay acaso algún otro país de nuestro entorno en el que puedan encontrarse muestras tan abundantes de lo grotesco? Estoy seguro de que en otros lugares habrá personajes no menos estrafalarios que muchos de los que aquí han sido citados. Ahora bien, sospecho que ni reciben tanta atención, ni están tan bien integrados en el sistema. Parafraseando al gran Ricardo Costa, en España la fiesta no se acaba nunca. Muera el aburrimiento.

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