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Columna
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Putin asesina y gana en Villajoyosa

El Kremlin mató al piloto Maxim Kuzminov para atemorizar a quienes se les pase por la cabeza desertar y para demostrar la lógica asesina del presidente ruso

Agentes de la guardia civil, en el garaje en el que fue asesinado Maxim Kuzminov, el pasado 13 de febrero en Villajoyosa.
Agentes de la guardia civil, en el garaje en el que fue asesinado Maxim Kuzminov, el pasado 13 de febrero en Villajoyosa.Rafa Arjones/Informacion.es (via REUTERS)
Jordi Amat

Hace aproximadamente un año, a través de redes sociales, el comandante del helicóptero ruso Mi-8 Maxim Kuzminov contactó con la Dirección Principal de Inteligencia de Ucrania. Las conversaciones desembocaron en lo que este servicio de inteligencia caracterizó como una “operación especial sin precedentes”. Primero se facilitó la huida de Rusia de la familia del piloto. Se pactó un día (el 3 de agosto) y el lugar de aterrizaje (Poltava). En la fase final de la operación fueron tiroteados dos soldados rusos que lo acompañaban, ya fuese porque habían mostrado resistencia o porque intentaron huir. La noticia se dio a conocer al cabo de 20 días. La primera intención del ejército ucranio, según se difundió, sería estudiar la nave para contrarrestar la amenaza de la aviación enemiga; la segunda, impulsar una campaña encaminada a incentivar la deserción de miembros del ejército ruso.

El 25 de agosto Artem Shevchenko —responsable de la serie de documentales Inteligencia Militar de Ucrania— reveló el nombre en clave de la operación (Synytsia), la comparó con una mítica organizada por el Mossad en 1966 —que permitió al ejército israelí, y luego al norteamericano, estudiar un avión de guerra ruso— y anunció el estreno de una nueva entrega titulada Pilotos rusos derribados que incluiría información sobre la operación. El 3 de septiembre, a las diez de la noche, pudo verse en la televisión nacional. Es propaganda de guerra. Imágenes de destrucción de aviones, helicópteros y misiles, testimonios del ejército ucraniano y escenas de pilotos rusos muertos en combate o entrevistas a los capturados. Dura una hora. Kuzminov aparece en el minuto 54. Lleva un micrófono profesional en el cuello de la camiseta, responde tranquilo mientras se mueve en una silla y, para enmarcar sus palabras, se usa la imagen difuminada del helicóptero que entregó.

Dos días después se celebró una rueda de prensa en el Centro de Prensa de Kiev. Kuzminov estaba allí. “Decidí no participar en la guerra criminal contra Ucrania ya en diciembre de 2022. El ímpetu para tal decisión fue una comprensión completa de lo que está sucediendo. Decidí por mí mismo que este es un crimen brutal”. El responsable de comunicación de la inteligencia ucrania, Andrii Yusov, explicó que el piloto había sido compensado económicamente (medio millón de dólares, según parece), se garantizaría su seguridad y se le daba derecho a elegir su futuro lugar de residencia. Más propaganda de guerra. “Hacemos un llamamiento a todos los militares rusos: hay una opción incluso bajo una dictadura. Ustedes no son esclavos”. El día después, el director del espionaje militar hizo unas declaraciones afirmando que estaban en diálogo con otros pilotos y que el organismo heredero del KGB había aumentado su trabajo para evitarlo, pero no les serviría de nada. “El Kremlin está furioso”.

Durante los días siguientes se activó un frente de guerra psicológica: circuló por las redes la información que el Ministerio de Defensa ucranio daría dos millones de dólares a los pilotos rusos que entregasen un cazabombardero MiG 31, además de un permiso de residencia en cualquier país de la OTAN. Era improbable que eso sucediese, porque antes el avión militar sería abatido por su propio ejército, pero se trataba de generar desinformación. La desactivación de esa campaña, para atemorizar a quienes se les pasase por la cabeza desertar y para demostrar la lógica asesina de Putin, era matar a un Kuzminov convertido en símbolo. Hace dos semanas fue tiroteado en un garaje de la urbanización de Villajoyosa donde vivía con identidad falsa. El corte de la entrevista que Dimitri Medvédev colgó en Telegram fue celebrado por sus seguidores: “Un perro que ha muerto como un perro”. Por ahora nadie ha reclamado su cadáver.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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