Yolanda Díaz, ministra del tiempo
La reordenación de los horarios en España es un frente de lucha programático, y ya era hora de traerlo al debate
Si Yolanda Díaz no fuese antitaurina se diría que ha salido al quite de su propio Gobierno, para sacarle de encima los toros vascos de la ganadería Koldo y los toros belgas de la proposición de amnistía 2.0 que se lidia esta semana. Ha saltado la vicepresidenta al ruedo y ha citado a los hosteleros y a la facción juerguista del Partido Popular, para que distraigan un rato a los del siete. La suerte ha sido un éxito, y Yolanda Díaz ha atraído las embestidas hacia su capote sin que de momento le hayan dado una cornada grave.
Torea bien porque torea desde la convicción. No es un quite oportunista, responde a una preocupación política de la que siempre ha hecho bandera. La reordenación de los horarios en España es un frente de lucha programático, y ya era hora de traerlo al debate. Las reducciones al absurdo que plantean quienes siempre cogen los rábanos por las hojas son tan previsibles como banales: ya puede salir Ayuso a vindicar la libertad de cantar el Asturias patria querida como símbolo inalienable de identidad madrileña, y ya pueden quejarse de puritanismo y abstinencia los que salen a gatas de los bares con piano, que la cosa no va por ahí. Esta vez el asunto no es moralista, sino laboralista, y cae dentro de las competencias del departamento de Trabajo, encomendado al lema del ficticio Ministerio del Tiempo: el tiempo es el que es. Habrá que administrarlo bien.
Por los minutitos de más, las reuniones a deshoras y la manía de confundir la productividad con calentar la silla de la oficina se nos cuela un catálogo de abusos que, en algunos sectores profesionales, rozan el esclavismo. Por esas rendijas de libertad horaria, los niños se crían con los abuelos o pasan 12 horas de tiempo nada libre en extraescolares, comedores y clases tempraneras.
Yo no sé si los europeos de allá arriba son más aburridos y tienen vidas más tristes que las españolas, pero algunos indicios sociológicos dicen que son más felices porque concilian mejor su vida familiar con la laboral, duermen más y disponen de más tiempo para invertirlo en aficiones, activismos o cultivarse (de ahí, quizá, que los índices de lectura y de asistencia a teatros y auditorios sean mayores que en España). Yo no sé si es mejor cenar a la una o a las ocho, pero sí sé que muchos españoles no pueden cenar a las ocho aunque quieran, porque el país conspira contra sus deseos. Por eso, el quite de Díaz está muy bien traído, y sería bonito que lo aprovechásemos para debatir en serio sobre algo importante, para variar.
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