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Columna
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No digas que fue un sueño

Puigdemont necesita mantener viva la ensoñación para convencer a los miles de personas que se entusiasmaron con el ‘procés’ de que aquello tuvo sentido

Carles Puigdemont saluda a sus seguidores en el acto de presentación de la candidatura de Junts a las elecciones catalanas en Elna (Francia), el pasado 6 de abril.
Carles Puigdemont saluda a sus seguidores en el acto de presentación de la candidatura de Junts a las elecciones catalanas en Elna (Francia), el pasado 6 de abril.Gianluca Battista
Jordi Amat

Desde que las elecciones generales situaron de nuevo a su partido como un actor necesario de la gobernabilidad española, Carles Puigdemont ha activado un cambio estratégico que contradice la posición que había mantenido hasta el pasado julio: asume sin decirlo que el marco de su acción es el perimetrado por el ordenamiento constitucional y su horizonte ha dejado de ser la unilateralidad para retroceder a la demanda de un quimérico referéndum pactado de independencia. Esta es la parte políticamente más útil de la amnistía: la normalización de Junts para que, a efectos institucionales, pueda volver a ser una pieza del Estado autonómico como lo fue la antigua Convergència.

Otra cosa son las palabras que el expresident necesita pronunciar para lograr su cuadratura del círculo: realizar este cambio de estrategia sin ser electoralmente penalizado, llegar al lugar pactista donde está Esquerra sin que lo parezca y a la vez denunciar la claudicación de sus competidores, patrimonializar el 1 de octubre aunque vaciándolo de la operatividad que durante años prometió que tendría. La táctica para conseguirlo es explotar a su personaje y reciclar su lenguaje. Por eso la candidatura lleva su nombre y en la papeleta aparece su rostro. Por eso promete que regresará, esta vez sí, y, como dijo esta semana, solo seguirá si es restituido. El excelente autor de discursos que es Puigdemont, como puede constatarse en sus intervenciones desde septiembre, sigue utilizando la épica a través de la cual ha construido su propio mito. A través del mito carismático, reforzado en buena medida como respuesta a una persecución penal fallida, está en condiciones de convencer a los miles de personas que se entusiasmaron con el procés de que, a pesar de su derrota, a pesar de tantas energías malbaratadas, aquello tuvo sentido.

Hoy la principal virtud de su retórica es hablar como hablaba hasta ahora para tratar de mantener vivo ese sueño. En la sentencia del juicio a los líderes independentistas, Manuel Marchena utilizó el concepto de “ensoñación” para definir el procés. O era eso o fue un “artificio engañoso”. Fuera una cosa o fuera la otra, en los dos casos su objetivo era tensar la institucionalidad y movilizar a la ciudadanía con el propósito último de forzar una negociación con el Gobierno central. Es probable que el juez del Tribunal Supremo acertase en esta descripción de lo ocurrido y también al afirmar que entonces “el Estado mantuvo en todo momento el control de la fuerza, militar, policial, jurisdiccional e incluso social”. Pero si eso fue así, ¿por qué tanta gente quiso vivir y parece que quiere seguir durmiendo en ese sueño? Hoy ya no se trata de un artificio ni un engaño. O, mejor dicho, ya nadie va a llevarse a engaño. Ni entre los miembros de su candidatura ni entre la gran mayoría de su electorado. Es otra cosa.

Durante un lustro, decenas de miles de personas fueron felices mientras soñaban una utopía que dio genuino sentido a sus vidas. Y a pesar del tiempo pasado sin que haya pasado nada, probablemente prefieran seguir soñando. Despertar en la realidad de la Cataluña de hoy, tan gris cuando has prometido llegar a Ítaca y despiertas en una Europa que sufre la amenaza bélica, es lo que ha intentado el Gobierno de Pere Aragonés —ahora situando el modelo de financiación otra vez en el debate— y es la base del catalanismo que expuso Salvador Illa en su conferencia programática del jueves. Ni es conflictiva ni es emocionante. Es gestión y es política. Puigdemont, por el contrario, necesita mantener viva la ensoñación, como escribió Kavafis en su poema: “Sobre todo, no te engañes, no digas que fue / un sueño, ni que se confundieron tus oídos”.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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