Malos presagios para Sunak
El decepcionante resultado del Partido Conservador en las municipales de Inglaterra y Gales deja más solo aún al Primer Ministro británico
Rishi Sunak está cada vez más solo. El primer ministro británico llegó a creer la semana pasada que su futuro político inmediato estaba fuera de peligro. A pesar de que el Partido Conservador había cosechado el peor resultado de los últimos cuarenta años en las elecciones municipales de Inglaterra y Gales, la victoria del candidato tory en una región como Tees Valley —de fuerte tradición laborista hasta que el huracán Boris Johnson dio la vuelta a esa tendencia en 2019— hizo confiar a Sunak en que no todo estaba perdido.
La presión del ala dura de su partido, convencida de que los conservadores se encaminan a un hundimiento electoral en las próximas generales —previstas para otoño—, se había vuelto insoportable para el inquilino del número 10 de Downing Street, hasta el punto de que sobrevolaba la idea de un adelanto electoral al verano para evitar una humillante moción de censura interna en su grupo parlamentario.
Sin embargo, este fin de semana, a medida que avanzaba el recuento de todos los territorios y alcaldías en disputa, el espejismo de alivio que Sunak creyó tener el viernes se ha desvanecido. El Partido Laborista conquistaba decenas de puestos municipales y retenía con holgura las alcaldías de Mánchester, Liverpool y, sobre todo, de Londres. El Ejecutivo conservador había jugado con una doble expectativa para elevar los ánimos de los suyos. Su candidata para la capital británica, la populista y xenófoba Susan Hall, iba teóricamente a alcanzar un resultado muy ajustado que demostraría que el predominio de la izquierda en la metrópoli se agotaba. Ocurrió todo lo contrario. El alcalde laborista Sadiq Kahn, víctima durante la campaña de ataques y bulos despiadados, conquistó un tercer mandato con un margen de apoyos superior al 10%.
Finalmente, la alcaldía de West Midlands, las Tierras Medias Occidentales, donde su popular regidor, Andy Street, tenía un gran apoyo por su dedicación y eficacia en el desarrollo de unas muy necesitadas infraestructuras de transporte, también ha pasado a manos de la izquierda, aunque fuera por un margen mínimo de su candidato, Richard Parker, de poco más de 1.500 votos. Sunak había señalado expresamente esa región, que confiaba en retener, como la demostración de que no todo estaba perdido.
La conclusión evidente de este tsunami electoral es que los británicos han expresado un intenso deseo de cambio. No les basta el tibio esfuerzo del primer ministro por enderezar una economía vapuleada tras una década de Brexit y mala gestión, ni sus demostraciones de aparente firmeza populista ante el desafío de la inmigración irregular, con un plan de deportaciones a Ruanda que rezuma crueldad o, cuando menos, compromete seriamente todas las convenciones sobre derechos humanos.
El primer ministro ha sofocado por el momento la rebelión interna de su partido, pero no por su habilidad estratégica, sino por el cansancio acumulado entre la mayoría de los diputados conservadores. Hasta los más radicales son conscientes de que los votantes no perdonarían la designación de un cuarto primer ministro —después de Johnson, Liz Truss y el propio Sunak— sin pasar por las urnas. Hay entre ellos una sensación general de resignación que parece transmitir al primer ministro la idea de que la previsible derrota electoral que se avecina deberá gestionarla él solo.
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